Todo está andando según el plan o, mejor dicho, las expectativas. El encuentro del G7 en Taormina no muestra resultados tangibles. La política sobre el clima está en peligro, los temas sobre la inmigración quedan suspendidos o ignorados por el momento. De acuerdos sobre el comercio internacional no se habla y la única convergencia posible se produce sobre el obvio terreno de la lucha al terrorismo.

Europa se compacta alrededor de Angela Merkel, que denuncia la absurdidad del proteccionismo en la era de la globalización. Macron hace su debut internacional, mostrando claramente dónde está y cuál es su territorio de pertenecía sin que le falte el sentido del humor ni sutiles sorpresas. Theresa May, por su parte, se siente completamente fuera de casa y aislada. El primer ministro del Canadá, Trudeau, sabe cómo encantar al público y evitar conflictos y Abe, del Japón, con toda la paciencia, digna de un espíritu zen, calla, mientras el presidente de los EE.UU se mueve como un pez fuera del agua con su bilateralismo aislacionista en una reunión multilateral, pensando más a los problemas de casa que en los temas del encuentro.

Gentiloni, el primer ministro italiano, como anfitrión, trata de salvar las apariencias y con toda su diplomacia busca un equilibrio imposible para evitar situaciones embarazosas que pongan en peligro el encuentro. Pero la tensión es innegable y se percibe sobre todo en las imágenes y el lenguaje no verbal, que siempre delata emociones y sentimientos.

Uno de los esfuerzos mayores del presidente de los EE.UU para salvar la escena fue no haberse dormido durante el concierto en el teatro griego de Taormina con vista al Etna y a las azules aguas del Mediterráneo, que dejan intuir en la costa sur el continente africano. Quizás, después de este desencontrado encuentro, tendremos que hablar de Occidente en plural o dejar de lado el término mismo y todos los G7, G8 y G20 se convertirán en un vacío, solitario y unilateral G1, donde para encontrarse no será necesario atravesar fronteras.

Seis de los siete participantes del G7 insistieron en la urgencia, no sólo de respetar los acuerdos de París sobre la reducción de los gases que causan el efecto invernadero, sino de reducir los tiempos y poner en práctica las urgentes medidas ya acordadas. Pero el presidente de los EE.UU fue intransigente en sus posiciones y postergó su decisión hasta nuevo aviso, mostrándose incapaz de entender la gravedad de la situación y las terribles implicaciones del calentamiento global, como, por ejemplo, violentos cambios climáticos, desertificación en África y en el sur de los EEUU, un alzamiento del nivel de los mares y la consiguiente reducción de las tierras habitables y cultivables. Sobre esto no existen dudas y el derretimiento de los hielos polares se está produciendo a una velocidad mayor de lo previsto.

Debemos tomar nota que, para algunos, la ciencia es una opinión y sólo ven sus intereses inmediatos sin mostrar la capacidad de anticipar los hechos, adaptarse y cambiar los métodos de producción, utilizando y creando nuevas tecnologías y soluciones. Y con estas palabras llegamos a la conclusión de que el daño es enorme y la causa es simple: la resistencia o incapacidad de actualizar la visión que tenemos del mundo y de adaptarse a las nuevas condiciones y exigencias perentorias, junto con una imposibilidad de entender los problemas y crear consenso en búsqueda de adecuadas soluciones.

Un fracaso para la humanidad en general, determinado por la ceguera, la rigidez mental y la ignorancia. El G7 ha marcado una derrota histórica del buen sentido en la comunidad internacional. En muchas ocasiones, durante la reunión, el presidente de los EE.UU ni siquiera se puso los auriculares para escuchar los argumentos de los otros participantes, sus, así llamados, aliados estratégicos.

El problema no es la globalización en sí ni las organizaciones multinacionales, el punto es la incapacidad de muchos de pensar éticamente a un sistema de interdependencia que comprenda toda la humanidad, donde lo que importa no es la procedencia del mensaje, persona, servicio o producto, sino su contribución directa al bien común y al ambiente en su totalidad. Y es sobre todo el ambiente, los cambios climáticos, la contaminación, que dan sentido a la globalización, como plataforma y responsabilidad de la humanidad, que engloba a todos los países, pueblos e individuos.

Si muchos tú
son un nosotros,
esto es progreso.
Si muchos tú
son un solo un yo
esto es exclusión.
Para ser y crecer,
hay que ser muchos.
Para dejar de ser,
basta un solo yo.