No sé cuándo leeréis esta carta ni si la leeréis. La escribo para pediros perdón por el mundo que os dejamos. Cuándo vosotros seáis adultos, el mundo en que viviréis será distinto. Las temperaturas serán altas, las tormentas frecuentes, la tierra a disposición será menor en superficie y la cantidad de alimentos disponibles será limitada. Se viajará menos, se consumirá mucho menos y la responsabilidad del ambiente recaerá pesadamente sobre vuestros hombros y todo esto por culpa nuestra.

No supimos moderarnos, no supimos cuidar y proteger el ambiente y nuestro consumo fue absurdamente exagerado. Plástico, vidrio, papel, carbón y combustible despilfarrados inútilmente. Todos sabíamos cuáles eran los problemas y las consecuencias, pero nadie hizo nada, nadie quiso entender. Las cosas siguieron empeorando y la temperatura continuó subiendo. Subió también el nivel de los mares, crecieron los desiertos en África, Asia y Latinoamérica. Los países del norte, con temperaturas moderadas y lluvias, cerraron sus fronteras y se inició una guerra fratricida de donde no nos pudimos levantar.

La guerra, el hambre, la miseria, la falta de alimentos se llevaron a la mitad de la población mundial y muchos otros murieron en desastres naturales. De 8.000 millones de personas que vivían sobre la tierra en el 2020, llegamos a menos de 2.000 millones en 3 años. Las peores tragedias afectaron a los países y continentes de climas cálidos: India, China, Sudamérica y África. En Texas, la temperatura media aumentó 10 grados y la guerra por el agua exterminó a una gran parte de la población local. El ganado y las cosechas perecieron. Desaparecieron muchos peces del mar y los alimentos fueron pocos y completamente racionalizados.

Ninguno de vosotros verá la selva, no conoceréis los bosques y, de las pocas aves que han quedado, no encontraréis el cóndor, el águila, los pelícanos ni tampoco el picaflor. No recordaréis el sabor del chocolate ni del mango. En mis últimos años de vida traté de reducir mi consumo, pensando en vosotros, pero fue ya tarde y en vano. No comía carne, no encendía la calefacción durante los inviernos y dejé de ir de un lugar a otro para evitar el consumo de combustible.

Aún recuerdo cuando la mitad de la llanura fue cubierta por los mares y cuando a los viejos nos pidieron que comiéramos lo menos posible y que redujéramos nuestro consumo de agua. Darse una ducha fue prohibido completamente y, después de unos meses, para daros una pequeña posibilidad de vida, decidí morir. El mundo ya no era el que había conocido y lo que más me dolió fue no veros crecer.

Vuestro abuelo.