Claudia Zambrano
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Claudia Zambrano

Claudia Helena Zambrano Costales: Comunicadora de profesión y Escritora de vocación.

Vivo para transmitir por medio de las letras lo que no puede ser expresado de otra manera. Recuerdo mi primer acercamiento a las palabras: yo estaba enferma, presa de una gripe estacional, y mi madre estaba a mi lado con sus recetas caseras mágicas. Estábamos escondidas debajo de una sábana, alrededor de una olla hirviendo. El ritual se llamaba “vaporizaciones”. La fiebre causó que yo empezara a divagar una serie de palabras en torno a ese ambiente mítico. Cuando acabamos, ella nombró esa divagación como mi primer poema. Desde entonces, inicié una carrera para siempre ser su “poetitita”.

Junto a ella, descubrí lo que significaban las letras para mí: un espacio seguro. Empezó con los cuentos antes de dormir, que poco a poco se convirtieron en libros que devoraba apenas pude hacerlo por mi cuenta. Recuerdo que era muy tímida de pequeña y las ocasiones en las cuales me atrevía a hablar eran esporádicas. Cuando lo hacía, muchas veces era criticada por un lenguaje que mis compañeros de colegio juzgaban como extraño. Nunca aprendí a llevarme con las personas de mi edad, quizá aún no lo hago del todo, pero las letras me salvaron. Crecí en una familia en la que siempre he creído que llegué tarde. Tuve que adaptarme a una vida distinta, mirando hacia arriba para aprender a comportarme como ellos. En un intento por menguar mi aislamiento, volví a recurrir a los libros: ya no eran de princesas y hadas, ahora trataban de aventuras fantásticas que me proveían un escape de esa realidad tan aburrida. Descubrí la capacidad de desaparecer en el tiempo dentro de una historia hasta que llegara la hora de la comida o de volver a casa. Devoré cientos de libros en mi adolescencia. Aún los recuerdo, pero extraño a esos compañeros de mi vida diaria.

A medida que pasaba el tiempo, empecé a llenar las libretas con todo tipo de clasificaciones: mis primeros poemas, otros más elaborados, cuentos, talleres, ensayos y divagaciones que tal vez no eran propias para mi edad. Cuando dejé de ser una niña, me sentí más capaz de tratar ciertos temas, a veces con algarabía, otras con más crudeza; pero siempre fiel a las letras. Hubo un momento en el que me distancié de ellas para explorar caminos distintos en el mundo del arte. Me enamoré de la música con el blanco y negro de unas teclas que me trasladaban a paisajes de fantasía con lejanos vals, polcas, estudios y allegrettos. El piano era difícil de llevar a todas partes, así que me propuse ejercitar mis cuerdas vocales para que me acompañaran a donde quisiera. Cualquiera de las formas que escogiera tenía el mismo efecto que las letras: llevarme a otro lugar en el que pudiera silenciar mis pensamientos y el juicio que me rodeaba.

En un paseo al Cotopaxi, mi hermana me presentó una manera de capturar esa parte que solo nosotros vemos del mundo a través de la cámara. Luego ya no pude soltarla, incluso aprendí la magia de una cámara analógica en un esfuerzo por llenar el tiempo durante el aislamiento. El juego de fotografías en el campo se volvió parte de mi profesión y de mi habitar diario. El teatro también entró a mi alcoba con la posibilidad de ser alguien más o explorar de forma ficticia esas facetas ocultas, que tal vez solo demostraba a través de un seudónimo o en una carta que jamás sería entregada. Descifré cómo hablar en voz alta conmigo misma para que resultara agradable frente a un público. De la mano de todas las artes dejé de ser esa niña tímida y busqué conquistar el mundo con mis palabras. Ahora tenía una pasión que me guiaba.

La certeza de dedicar mi vida a la escritura era cada vez más intensa. Las circunstancias quisieron extender la carrera, pero siempre la perseguí de las maneras más diversas. Entonces estudié Comunicación como un puente entre las artes que habían irrumpido en mi vida para quedarse: la escritura, la música y la fotografía. Aunque en ocasiones intenté dejar la escritura a un lado, ella me ha asegurado que nunca me va a dejar. Nos transformamos juntas. A veces somos poetas, otras cuentistas y, las restantes, preferimos no usar una etiqueta. El juego de versos nos permitió sacar nuestro primer libro, una antología poética titulada “Rompecabezas”, publicada en México, en el año 2022. A este lo acompañaron publicaciones en sitios diversos como el colectivo argentino “Write like a Girl”, y múltiples antologías que albergan mis versos como “Miedo” de Litéfilos, “Gritos Poéticos” y “Universos en Miniatura” de Ediciones Komala y, “Susurro de pasiones” junto a “Laberinto de la memoria” con la Editorial Mítico, entre otras.

Las letras no paran y los proyectos de historias son cada vez más numerosos e intensos. Busco nuevos horizontes y panoramas que me acerquen a mi sueño. Hasta ahora ha sido un camino más autónomo, pero siempre con miras a un acompañamiento editorial que acoja todas esas obras que anhelan despertar del mundo de la fantasía.

La división entre cuento y poesía se volvió más clara con mi primer libro. En medio de un conflicto interno me pregunté ¿¡por qué estoy atrapada en el verso!?, hasta que una autora que admiro mucho me contestó que uno no elige el género, el género nos elige a nosotros. Entonces aprendí a abrazarla y explorar las posibilidades que me ofrecía. Me convertí en poeta, pero la prosa aún tocaba mi puerta, por lo que busqué formas de acercarme a ella. Seguí explorando el universo de la escritura, haciendo realidad el sueño de estudiar Escrituras Creativas: la Maestría que giraría el timón nuevamente hacia la literatura.

Me dediqué a seguir las pautas de una vida en la que siempre estuviera presente la escritura. Desde los primeros años de infancia que recuerdo, tenía un cuaderno en el que dibujaba romances y corazones. Poco a poco se convirtió en mi diario y, más que eso, obtuve una amiga para toda la vida que me permitió reconciliarme con esa parte que estaba escondida. Por ahora no les contaré cómo se llama, pero tengo un secreto más por revelar: ella y yo, somos la misma.

En mi búsqueda de seguirme conociendo y escribir todo lo que descubriera, tuve el hallazgo de los viajes como un encuentro hacia mi interior. México abrió la puerta a un sin fin de experiencias que se volverían clave para mi vida y mis historias. Llegué a Puebla, un lugar del cual no sabía nada más del hecho de que iba por perseguir a la literatura que me esperaba allá. Pero se robó mi corazón de forma definitiva. Aprendí a viajar sola, a desafiarme en el camino, a hacer amigos de todas las partes del mundo y a encontrar mi lugar. Exploré sin restricciones el camino del guionismo y el ámbito editorial hasta publicar mi propio libro. En el proceso recorrí los lugares más hermosos del país en breves escapadas de fines de semana, cada uno con un mundo que contar. Las puertas siempre se mantuvieron abiertas; pero era momento de regresar, al menos por un tiempo, hasta poder volver al primer lugar en el que me sentí como en casa. Había descubierto lo maravilloso que era explorar el mundo por mi cuenta, porque en realidad nunca estaba sola. Siempre había alguien nuevo por conocer, a quien pedir ayuda si lo necesitaba; pero, sobre todo, me tenía a mí misma y a mi cuaderno. Aprovechaba el tiempo de viaje para escribir cada anécdota. El reloj se volvió mi mejor amigo para cuando la luz era escasa y ya había superado las dificultades como escribir en movimiento, de pie, acostada, bajo las sábanas, etc. Hacía lo que hiciera falta con tal de dejar escrita esa historia porque era algo que no quería olvidar jamás.

Una vez descubiertas las maravillas de explorar el mundo de la mano de mi escritura, quise explorar experiencias distintas en familia y en pareja. Fue así como llegué a Argentina, Colombia, Perú y Bolivia. Recorrer diferentes países de Latinoamérica me ayudó a valorar mi identidad como habitante del mundo y también como latina. Comprendí que, aunque estuviéramos divididos por líneas imaginarias, los paisajes eran iguales de bellos que la gente que los habita, esa gente amable y cálida. Aunque tuviéramos dialectos tan distintos en un mismo idioma, hablábamos la misma lengua que nos unía, así como una cultura resultada de la mezcla de tradición y conquista. Sin importar las distancias que recorriera, me seguía sintiendo bienvenida. Estoy segura de que las historias han hilado esa hermandad. Ya no somos desconocidos para ningún lugar. Antes de que nosotros pudiéramos viajar, ya viajaban nuestras letras. El Buenos Aires de Borges y de Cortazar, el Perú de Mario Vargas Llosa, la Colombia de Gabriel García Marques, el México de Paz, de Fuentes y de más autores de los que puedo contar. Luego está mi Ecuador, tan chiquito y diverso, pero a la vez desconocido que requiere una y miles de voces que lo compartan con los demás. De esta manera amplié la perspectiva de escribir para mí misma y comprendí esa otra arista de la escritura que es su dimensión social.

Seguiré explorando el mundo a través de mis letras, permitiendo que cada historia me atraviese lo suficiente para compartirlo con alguien más.

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