Vivimos tiempo de confusión y de vacío existencial, muchos jóvenes buscan en sitios equivocados, como un consumismo desaforado, las drogas o el sexo sin amor, para saciar esa angustia que sienten en su interior y que no saben cómo llenar.

Porque no olvidemos que el hombre y la mujer son seres espirituales, que sienten en su interior un vacío, que sólo puede ser llenado a través de la conexión con algo superior a ellos.

Esa conexión que la persona busca es algo interior que trasciende lo material y que te hace comprender que formamos parte de un todo, de un Universo y que estamos aquí para algo trascendente, porque somos seres creados por Dios a su imagen y semejanza y es en esa búsqueda y encuentro con Dios, donde hallaremos la felicidad y nuestra sed quedará saciada.

Hoy día frente a ese vacío espiritual, están surgiendo nuevos movimientos religiosos que buscan conectar con lo divino y lo sobrenatural.

Dentro del cristianismo son muchos los jóvenes que creen en Dios como el ser supremo, transcendente, omnipotente y eterno que rescató al mundo a través de su hijo Jesucristo, que vino al mundo para enseñarnos el camino de la salvación y la felicidad, cumpliendo con los Mandamientos que se resumen en dos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Es bonito ver cómo están surgiendo cantantes jóvenes que vuelven su mirada a la verdadera Luz que es Dios y así lo proclaman en sus canciones, que arrastran a la juventud a esa vida de encuentro y amor con la divinidad y con los demás.

También se están volviendo los ojos a lecturas de autores espirituales que supieron ser antorchas de fuego que iluminan las vidas de los demás. Así descubrimos a Viktor Frankl que con su obra: “El hombre en busca de sentido”, relata sus experiencias, en un campo de concentración nazi, como siempre se puede encontrar un sentido a la vida a través del amor, orientado siempre hacia los demás y cómo podemos conservar la libertad interior sin que nadie nos la pueda arrebatar. También está Simone Weil, judía de nacimiento, que fue una filósofa activista política y una mística francesa, en el periodo final de su vida profundizó en la espiritualidad cristiana y pidió el bautismo antes de morir.

En España destaca Santa Teresa de Jesús, nombrada doctora de la iglesia; hablar de Santa Teresa de Jesús es siempre un privilegio que – en algunos momentos – parece desbordarnos. Sobre esta gran mujer del siglo XVI y a la vez tan actual, queda siempre una palabra por decir.

Lo que está claro es que Santa Teresa sigue siendo una figura atrayente y, por qué no decirlo, controvertida. Mujer fuerte, de personalidad honda y con un profundo sentido común que no le restaba un ápice de su sensibilidad exquisita. Como buena castellana, no se arredraba ante nada ni nadie. Ha sido, sin duda, la monja de clausura más andariega de todos los tiempos. Pero, sobre todo, Santa Teresa de Jesús es una mujer enamorada hasta los tuétanos. ¿De quién? Su amor tiene un nombre: Jesucristo.

Ese amor impregna toda su vida y – por extensión – toda su obra literaria. Sin pretenderlo, se convirtió en la gran escritora del Siglo de Oro español. Su prosa y su poesía han llegado hasta nuestros días haciéndonos vibrar con un castellano fresco, agudo y vivaz.

El castellano tierno y sencillo de una madre que quiere guiar a sus hijas, un castellano sincero y preciso de un alma a su confesor. Pero, además, un castellano transido de sublimidad y entrega de una esposa al amor de su vida.

He querido dedicar unos versos a esta gran Santa y Poeta.

Se esconde entre estas páginas una única pretensión: avivar en el lector una necesidad perentoria de acercarse a la figura de esta gran mujer, de esta gran Santa Teresa de Jesús.

Primeros años, 1515-1535: infancia y adolescencia

De tal suerte pudo amor
Alma, en mí te retratar
Que ningún sabio pintor
Supiera con tal primor
Tal imagen estampada.

(Santa Teresa de Jesús)

Teresa de Ahumada nace el 28 de marzo de 1515 en Ávila. Su padre, Don Alonso Sánchez de Cepeda, era natural de Toledo. Mercader y de procedencia judeocristiana consigue obtener el rango de hidalgo. Su madre, Doña Beatriz de Ahumada, era natural de Olmedo. De buena familia, era una mujer bondadosa, entregada y culta. Ella misma enseñará a leer y escribir a la pequeña Teresa.

Poema 1

Llegaba la brillante primavera
sobre los áridos campos de Ávila,
haciendo renacer tímidas flores
entre la estrellada escarcha blanca.

Nacía a la vida y del amor
Teresa de Cepeda y Ahumada,
de nacarada tez, labios de grana,
profundos ojos de azabache negro,
que como dos luceros
destacaban bajo la noche de su pelo.

Su madre, doña Leonor,
la contempla extasiada
y la mece en sus brazos
hechos de luna clara,
custodiando su sueño
desde la noche al alba.

De familia numerosa, llegarán a ser un total de doce hermanos: tres hermanas y nueve hermanos. Teresa tiene recuerdos felices de su infancia, sobre todo, con Rodrigo, su favorito. Con éste decidió ir a “tierra de moros” anhelando el martirio.

Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen.

(Vida 1, 4)

Poema 2

Su infancia entre las espigas, entre los libros y juegos, hace nacer en Teresa sueños heroicos y bellos.

Dar su vida por la fe,
inmolarse por su Dios,
martirio, ofrenda y pasión
son palabras que resuenan,
como un canto de jilgueros,
dentro de su corazón.

Junto a su hermano Rodrigo,
contagiado por su celo,
planean huir de casa
al encuentro con los moros
al oscurecerse el cielo.

Ávila – ciudad natal de Teresa – y la atmósfera militar que se respiraba en estos años en la España imperial de Carlos V influyeron posteriormente en los escritos de la santa. Utilizaría con profusión símiles como el del castillo, la fortaleza, el pendón, el soldado y muchos otros.

Poema 3

Ávila, bella ciudad castellana,
la de las altas murallas
con sus piedras centenarias,
que vieron pasar un siglo
lleno de grandes hazañas.

Bajo el puente del Adaja
corrían sus aguas claras,
pregonando con sus cantos
leyendas de amor y espada.

¡Ávila!, austeridad y alma,
con tus gélidos inviernos
y tus primaveras tardas,
fuiste testigo en la historia
¡De vida de una Santa!

Teresa crece y se convierte en una adolescente alegre, simpática y coqueta.

Muy aficionada a la lectura de novelas de caballería, llegó – junto a su hermano – a escribir una que desgraciadamente no ha llegado hasta nuestros días.

A finales de 1528, en sus primeros años de adolescente, sufre un duro golpe: la muerte de su madre.

Poema 4

¡Niña soñadora, dulce doncella,
cuántas bellas quimeras
tejiste siempre despierta
solo iluminada por las estrellas!

Cuando la noche extiende
su oscuro velo de terciopelo,
cabalgas en su manto,
tu pelo al viento,
seduciendo al más bello
de los luceros.

¡Qué negro fue tu sino, niña del alba,
que al llegar la luz blanca de la mañana,
la muerte silenciosa llamó a tu casa
llevándose consigo a tu madre amada!

Cuenta la historia
que en tu agonía
pediste a la Virgen
que fuera tu madre
desde aquel día.

Queda al cuidado de la hermana mayor – María – y de su padre. Siendo éste tan cuidadoso de la honra, se inquieta por ciertas actitudes de Teresa. Ella misma nos las narra:

Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien con mucho cuidado de manos y cabellos, olores y todas las vanidades.

Poema 5

Morena de ojos garzos
y gentil talle,
a tu paso gracioso
y a tu donaire
Aletean alondras con su plumaje.

Los jazmineros abren sus blancas flores
perfumando la brisa con sus olores,
y hasta las mariposas más altaneras. despliegan grandes alas de suave seda
por competir celosas con tu belleza.

¡Cuánta arrogancia, cuánta alegría
Desprende tu figura, cuando te miran!