El sudor y las lágrimas derramadas para adquirir aquella comprensión elevada de los textos no podían derivar en un beneficio individual, su obra debía llegar al mayor número de personas. Castellion pretendía ser un digno mediador entre sus compatriotas cristianos y las Escrituras traducidas por él al latín y al francés.1
I. Marzo de 1562
Era primero de marzo. Los tonos cálidos de la mañana venían acompañados por las perfumadas notas de pinos y los trinos de aves. El cielo azul, despejado, pronosticaba un tiempo espléndido. Pasado el mediodía, el profesor de griego salió de su cátedra en la Universidad de Basilea y se dispuso a ir a la casa de su amigo y colega Bonifacius Amerbach, quien le mostraría obras recién llegadas de Florencia.
Tan pronto como Sébastien cruzó el pórtico de la universidad, escuchó a la distancia sollozos. Al unísono sonaron el llanto de dos mujeres y violentas exclamaciones con las quejas de ciertos señores. El griterío no le permitía entender bien la escena. Primero creyó que se trataba de un altercado doméstico, pero luego, cuando un grupo de ocho jinetes pasó velozmente a su lado, con los caballos encabritados, comprendió que algo terrible había sucedido.
Pronto se enteró de la tragedia: durante esa misma mañana, el Duque François de Guise, acompañado por una escolta armada, cruzó la ciudad francesa de Wassy mientras unos fieles protestantes escuchaban el sermón del predicador y cantaban salmos. El Duque católico se molestó por aquellas expresiones religiosas que consideraba ofensivas para su credo. Al poco tiempo, los soldados comenzaron a insultar a los protestantes e intentaron detener el servicio. Al fragor de los ánimos, la tropa abrió fuego y comenzó una masacre contra los fieles.
En un lapso de una hora hubo alrededor de un centenar de heridos, entre ellos el predicador Morel, quien fue apresado. Los muertos se contaban por decenas: casi 80 cuerpos inertes, hombres, mujeres y niños. Sin el menor escrúpulo, el Duque François con su tropa abandonó la ciudad, dejando los cuerpos lacerados a pleno sol, como una horrible exhibición de vileza: ¿Cómo podía una tropa atacar con armas de fuego y espadas a personas desarmadas que, pacíficamente, celebraban su servicio religioso? ¿Cómo la vida y la muerte de seres humanos podía despreciarse por motivos insignificantes?
Un amargo sentimiento, mezclado de impotencia, dolor e ira, invadió al profesor. El desastre se avecinaba sin duda. Los protestantes iban a reaccionar, se vengarían. Este acto solo era el preludio de una cadena de ataques, persecuciones, revanchas y guerrillas que se prolongarían indefinidamente. Al momento, Sébastien sintió la necesidad de escribir, de blandir la única espada que sus manos habían empuñado: la argumentación. El profesor Sébastien quería explicar al pueblo lo nocivo y peligroso de estos ataques. La Masacre de Wassy no era sino la chispa detonante de un incendio que se propagaría vertiginosamente por toda Francia, por toda Europa.
Mientras Sébastien se dirigía hacia su cabaña, recordó la polémica que años atrás protagonizó con Jean Calvin y Théodore de Bèze en torno a la herejía. Pensó en el manuscrito que había mantenido oculto, la réplica que el mundo no conocía.
Todos creían que en esa célebre discusión, Calvin y Bèze habían tenido la última palabra. Sébastien caviló sobre el asunto, lo que el séquito del cancerbero de Ginebra, en su estrechez de miras, no alcanzaba a comprender era que, en el fondo, el problema de la herejía era también el de la libertad de conciencia y, más allá de ser un tema teológico, se trataba de una relevante cuestión política. El verdadero mal no era la herejía, era el sufrimiento, la miseria humana derivada de la intolerancia religiosa. He ahí la peste espiritual que azotaría a las ciudades europeas con su flagelo por casi 200 años más.
Durante las semanas siguientes, Castellion trabajó en el escrito del Conseil à la France désolée2 (1562) donde invitaba a las facciones de católicos y evangélicos, con base en pasajes bíblicos y principios cristianos, a profesar libremente su credo y, en la misma medida, a dejar que los demás fieles fueran libres en su culto. A pesar de las disidencias doctrinales era necesario evitar las hostilidades. La publicación de este libro debería haber sido un parteaguas en el contexto de las agresiones hacia los herejes (término peyorativo que usaban tanto católicos como protestantes para nombrar a sus adversarios), no obstante, el Consejo no tuvo el impacto suficiente, las matanzas continuaron una tras otra en Bar-sur-Seine, Castelnaudary, Sens…
II. Diciembre de 1563
Desde hace casi una semana, Sébastien no se ha presentado a su cátedra de griego. Está cansado, enfermo, la fiebre y los espasmos estomacales no ceden. Cada vez que intenta levantarse, los miembros le tiemblan, la debilidad física lo mantiene en su lecho. A sus 48 años este honorable cristiano ve aproximarse el fin de sus días.
Sus acérrimos opositores de Ginebra, Calvin y Bèze, nunca dejaron de hostigarlo desde que salió de aquella ciudad. Muchas veces, cuando Sébastien ya residía en Basilea, habían generado intrigas y rumores en su contra, se le acusaba de hereje, blasfemo, malhechor e incluso ladrón. Una vez que Castellion había sido nombrado profesor de griego, los seguidores de Calvin acudieron a las autoridades civiles para deponerlo del cargo, pero hasta ese momento no lo habían logrado.
El mes pasado, en noviembre de 1563, el hostigamiento hacia Castellion dio resultado. Un hombre llamado Adam von Bodenstein había acusado al humanista de hereje ante el magistrado de Basilea3. Dicha acusación, reforzada por un escrito y otros elementos protocolarios, causó que el tribunal de Basilea iniciara una investigación judicial.
En su lecho de muerte, Castellion examinó que en una misma vida había sido muchos hombres: granjero y campesino en la casa de sus padres, joven poeta, aprendiz de las letras clásicas en Lyon, teólogo en Ginebra, cuando fugazmente desempeñó el cargo de rector en el Collège de Rive; fue filólogo, editor y traductor en Basilea, cuando llegó a la imprenta de Oporino luego de meses de peregrinar, casi en indigencia, sin un trabajo seguro. No dudó tampoco en laborar como leñador y pescador cuando la necesidad familiar más apremiaba.
Poco a poco, los senderos del destino lo habían forjado como un humanista y librepensador, un heterodoxo que en Basilea se rodeó de un notable grupo de intelectuales. Sus amigos, Celio Curione, David Joris y Bonifacius Amerbach eran, en realidad, sus hermanos en el campo de batalla intelectual. Finalmente, como profesor de griego, había cultivado un paternal afecto hacia sus discípulos. Dejar a aquellos jóvenes entusiasmados por el develamiento de las obras arcaicas era su mayor pesar. Ahora, en sus últimos días, rogaba a Dios por la salvación humana, pues las guerras de religión se tornaban cada vez más cruentas, sin que ningún gobierno o autoridad lograra detenerlas.
El 29 de diciembre, Sebastién convoca a una docena de familiares y amigos para expresar su última voluntad. Se encuentran con él todos sus hijos, su mujer, un hermano, su sobrino y un par de colegas. De cada uno se despide afectuosamente, conversando durante horas sobre los recuerdos compartidos. Al observar el tono magenta del crepúsculo, el profesor le habló a su hijo Pierre:
—Te pido, querido hijo, que vayas al granero y caves en la esquina del fondo, lado derecho. Encontrarás un pequeño cofre. He guardado en él mi testamento. Hay algunos papeles. Consérvalos bien, pues son los únicos ejemplares. Verás los manuscritos del De l’impunité des hérétiques. También está el Contra libellum Calvini. Por favor, llévalos contigo y busca para ellos un lugar seguro —Solicitó Sébastien, casi en un susurro.
—Así lo haré, padre, te prometo que resguardaré tu legado —añadió Pierre.
A la mañana siguiente, el cortejo fúnebre partió de la casa del profesor en dirección al cementerio de la aldea. Hubo entre los cercanos un discreto homenaje para el humanista. Aunque poco afamado, fue profundamente querido y admirado.
Tan humilde había sido la vida de Castellion, que sus conocidos cooperaron para pagar el ataúd y darle una indemnización simbólica a la viuda. Sus estudiantes, luego de llevar sobre sus hombros el féretro del profesor, lo despidieron con un sentido epitafio escrito por uno de ellos:
Aquí descansas preceptor, bajo el mármol reluciente:
vives todavía, aunque la cruel muerte te ha llevado.
Y vivirás: pues el hombre digno es conservado mediante el encomio.
La sagrada poesía impide, durante algún tiempo, morir.
Tú mismo tuviste más de cuatro decenios y ocho años
viviste en el mundo pobre y exiliado, necesitado.Cuando llegó el 29 de diciembre
Te dirigiste hacia los astros sublimes del cielo.
Pero abandonaste en este orbe a ocho hijos.
Cuatro mujeres e igualmente cuatro varones.
A estos, Dios cuidará con amor paternal.
Se complace por los pupilos el que fue un padre para los suyos.Finalmente, no es necesario recordar quién fuiste:
¡Feliz! Quien se vuelva igual a ti en piedad.
¡Feliz! Quien se vuelva igual a ti en bondad.
¡Feliz! Quien conoció a Dios, así como tú.
¡Feliz! Quien vivió para Dios, así como tú.
¡Feliz! Quien murió con Dios, así como tú.4
Cuatro días después de la ceremonia fúnebre, Pierre Castellion recibió una carta de un amigo de su padre, hasta entonces desconocido para él. En la misiva, además de expresar sus sinceras condolencias para la familia, el ignoto señor invitaba a Pierre, en calidad de mecenas y tutor, a viajar hacia Holanda, hospedarse en su residencia y continuar sus estudios bajo su protección. Así, en menos de una semana el primogénito de Sébastien Castellion partió hacia Holanda, y con él viajaron las inéditas obras de su padre.
Notas y referencias
1 Gutiérrez López Olivera, Isabel Estefanía. El murmullo del río al otro lado de la valla. Meer.
2 Podemos traducir el título completo de esta obra como: Consejo a la Francia desolada, en el que se muestra la causa de la guerra actual y el remedio que se le podría aplicar, y principalmente se aconseja sobre si se debe forzar las conciencias.
3 Estos acontecimientos son narrados con detalle por Stefan Zweig en la obra Castellio contra Calvino, pp. 202-239.
4 Esta es mi traducción del “Breve epitafio” de Castellion, el cual fue consultado y extraído de la obra: Sebastiani Castellionis, Dialogorum Sacrorum Libri Quatuor. Nova Editio summa cura recensita ac praeter superiorum omnium editionum accesiones. Basileæ: Apud Joh. Ludovicum Brandmüllerum, 1720. p. 485. En Universitätsbibliothek Basel.