Dentro del análisis político, dos formas se contraponen de manera no perceptible, lo ontológico y lo epistemológico. Esto nos lleva a veces a entender que lo que existe puede ser medido solo por lo que se cree saber: el conocimiento en juicio de lo existente. Y esto precisamente, es lo que posibilitó que se hicieran afirmaciones relativistas sobre los objetos naturales, asumiéndolos dentro de la construcción social expresada por el texto. No obstante, esta simplificación relativista ha tenido consecuencias importantes en la discusión y luego en la deformación del pensamiento occidental.

Porque no es una afirmación que implica lo social y el texto que lo posibilita, sino que afirma que todo se expresa por y mediante el texto. Así, siguiendo esta lógica absoluta del postmodernismo, todos los componentes de la vida, tanto el pensamiento como la realidad física están atados a su traducción a través del texto que los reforma y constituye en la mente del espectador. Si esto fuera posible, nada sería verdad y todo sería una ilusión tergiversable, construible, reformable.

Debido a que el texto no reforma la realidad física y natural, la relativización fuera de él es imposible. Es entonces que una posición realista, no idealista, hace afirmaciones sobre condicionamientos geográficos y psicológicos que intervienen en la conceptualización de la libertad y la seguridad en las decisiones de las naciones que actúan no por deseo, sino por condicionamiento a su pasado histórico y posicionamiento geográfico. Esto es, el realismo político aplicado desde las relaciones internacionales de los hegemones y enfrentado a las pretensiones meramente filosóficas.

Este realismo reconocible en Tucídides, Aristóteles, Maquiavelo, G. E. Moore hasta Hans Morgenthau y luego enfocado de forma concreta por el realismo internacionalista moderno, es parte de varios posicionamientos realistas que están tanto en la filosofía como en el análisis político internacionalista, realizando una crítica sobre un fenómeno recurrente en la historia humana, la idealización convertida hoy en pensamiento postmoderno.

Por sus significativas consecuencias sobre la política interna de los estados y sociedades que sufrieron las consecuencias de un pensamiento negativo limitante y en negación de la existencia de objetos por fuera del pensamiento. Se han producido consecuencias sobre el entendimiento de la paz y la guerra en el plano real.

En aquella afirmación negacionista de la verdad, lo posible es constante, empoderante y emancipador, pero de forma ilusoria. Porque la verdad y su coexistencia con la ficción crean posibilidades impracticables en el mundo, inviables por fuera del texto y los medios que los recrean ficcionalmente. Debido a que el pensamiento antirrealista se funda en la desobjetivación de todo, las interpretaciones constituyen una infinita gama de posibles mundos alternativos al orden imperante. De acuerdo al relativismo, todo orden puede enjuiciarse, dudarse desde la ironización y desde el rechazo al conocimiento-poder por su ejercicio negativo.

A pesar de las buenas intenciones críticas sobre el poder y su ejercicio negativo, la duda sobre el orden solo ha permitido y permite un nuevo orden no limitado por el perfeccionamiento que ha tomado al orden occidental, sino libre para reconstruir después de la farsa deconstructiva, toda una estructura mucho más autoritaria que la primera estructura enjuiciada por la duda relativista.

Frente a las consecuencias de la duda relativista, en el realismo, la independencia entre realidad y conocimiento, entre ontología y epistemología, posibilita la existencia de una realidad por fuera de un conjunto de mentes que la pueden racionalizar o no, según su continuidad como especie efímera en la línea de tiempo de eones en la que el sapiens moderno solo ocupa una diminuta fracción sobre la tierra.

Cabe destacar que, así como el pensamiento kantiano es antropocéntrico, también lo es la epistemología por ser una construcción humana. Sin embargo, la ontología no lo es, porque desborda lo humano. Fuera de la epistemología, las cosas y los seres interactúan sin necesidad de categorizaciones o estructuras conceptuales que les permitan actuar y evolucionar en interacción a través del largo plazo. Y mientras que el humano usa la epistemología para crear frenos y aceleraciones sobre su comportamiento, su misma definición y razones por las cuales lo hace, se desvanecen.

De hecho, en el constructivismo, las culturas pueden transformar los significados según fines diversos, en el realismo la realidad opone límites a los deseos de transformación continua que el relativismo cultural busca ampliar de manera performativa. Así debido a esto, no es posible confundir adjetivaciones y hechos, lo ideal y lo real no pueden relativizarse sobre una tabla rasa que los equipare de forma igual. El adjetivo que se usa para describir algo tiene gradaciones, mientras que el hecho es real o no lo es. Hay así, una causalidad sobre los sujetos, que sujetados a su realidad no pueden oponer relativizaciones sobre la misma, en todas las direcciones y sobre objetos naturales, ideales y sociales a la vez.

El realismo en este punto, actúa como una barrera a las pretensiones sin fin del constructivismo cultural, porque establece qué no es la realidad, y en qué punto se acaba la pretensión de relativizar las cosas desde la epistemología de las cosas (enunciación de la verdad). El realismo, al asociarse con la ontología de las cosas (portación de la verdad) nos dice lo que hay, lo que existe a través de las tecnologías de las cosas (hacedores de la verdad).

Aquí, la posverdad ingresa como la oportunidad de hacer que todos tengan la razón independientemente de los datos y hechos históricos contrarios a sus creencias, porque todo sería un conjunto de interpretaciones que se manifiestan desde las tecnologías de las cosas, posibilitando la creación de mundos, hechos y realidades. No obstante, este camino hacia la posverdad ha seguido un proceso largo desde el siglo XIX.

Esto es, el siglo decimonónico sentó la crítica hacia la verdad de manera solo filosófica, luego la primera mitad del siglo XX utilizó la verdad para dar orden al uso de la máquina y las formas totalizantes; posteriormente, después de las dos guerras, la verdad fue nuevamente criticada. Esta vez, la crítica fue una demolición de la misma desde idealizaciones, dando paso a la última etapa crítica contra la verdad que coincide con las nuevas formas comunicacionales que caracterizaron la segunda mitad del siglo XX. Esta nueva y última etapa se extendió hasta las dos décadas del siglo XXI, convirtiéndose el postmodernismo francés en posverdad global usada por todos los populismos.

La distorsión de hecho, tuvo origen en el siglo XIX, desde Nietzsche hasta Lyotard en un enfrentamiento contra las ideas de la ilustración, el idealismo y las ideologías de transformación política de la sociedad. Contra la idea del conocimiento ilustrado, el desinterés del idealismo y el progreso de las ideologías utópicas, el relativismo y la distorsión de la realidad acabaron con los cimientos de una sociedad ideal posible, permitiendo la demolición indefinida de todos los valores y premisas constitutivas de lo sólido en la epistemología humana, debido a que el conocimiento es poder que se produce tanto como emancipación y como dominación.

Si bien aquello fue posible por la inclinación general a creer más en la epistemología y no en la ontología del ser que es siempre anterior al pensamiento, no significa que esto sea un camino irremediable. Sino que, hoy el agotamiento de las justificaciones sobre los constructos desarrollados en torno a lo que creemos saber se van desvaneciendo, exponiendo la realidad en su forma más cruda en relación con la vida de los humanos. Esto es así, porque la ontología o lo existente, no se corresponde inmediatamente con lo teleológico, que es construido por el humano, quien a su vez hace la relación de partes para producir un significado vinculante entre las mismas.

Por lo tanto, surge la posibilidad de la construcción de realidades débiles y fuertes, algo que por su gravedad no cae en una banalidad meramente teórica, sino en un amplio espectro de consecuencias sobre la política transversal a naciones e individuos. Aunque existe una realidad física, la percepción se puede alterar y así, crear realidades débiles o realidades fuertes. Esta posible creación de realidades débiles se logra a través de la desobjetivación y deslegitimación del conocimiento nuevo frente a cualquier otro conocimiento, construyendo una tabla rasa por la que todo puede ser un enfrentamiento entre esquemas conceptuales, en negación de una realidad exterior.

Sobre ello, para establecer un proceso de deslegitimación exitoso de la realidad, se requiere que exista una yuxtaposición de afirmaciones antinómicas, la banalización y la ficcionalización de algo cierto. Postulándose así, que solo vemos según lo que sabemos. Por lo tanto, la realidad débil presenta siempre fenómenos cognoscibles y distorsionables, limitándose la posibilidad de llegar a la cosa en sí, que plantearía una realidad fuerte.

En la intención de construir realidades débiles, se debe desplazar lo evidente, lo obvio, lo real mediante lo fantástico, mediante lo colorido, mediante lo falso, mediante el escepticismo, mediante la alter-realidad. Es de hecho, una caída al nihilismo. No es falaz, ni erróneo establecer que el conocimiento es instrumento de la voluntad de poder, porque realmente se puede distorsionar la realidad desde la afirmación del ser-conocimiento. Esto no es nada nuevo para las agencias de inteligencia que construyen ficciones e ilusiones para engañar a sus oponentes desde la creación y concatenación de la certeza y la verdad a través del conocimiento aplicado; lo que sí es falaz es pretender creer que es inevitable como explicación del condicionamiento humano, debido a que puede ser reconocido y enfrentado con la realidad de las cosas, con la ontología.

Así, el desacreditamiento del conocimiento puede ser un arma contra enemigos en un campo estratégico de posiciones políticas reales. Donde, la confusión entre el ser de la ontología y el conocer de la epistemología es una condición inevitable para la creación de la posverdad, pero creer que realmente ambas no tienen distinción, solo lo hacen a uno vulnerable a cualquier engaño, mascarada y falsificación de la realidad.

En el campo epistémico, precisamente donde actúa la posverdad se puede enmendar, corregir infinitamente tanto el lenguaje interpretativo como influir en la ciencia social, debido a que está en el mundo interno de los esquemas conceptuales que crean un lenguaje sobre lo externo. Mientras que, en el campo ontológico, no existe la enmienda, la corrección o un lenguaje constitutivo de las cosas externas que no se rigen, ni se rigieron por esquemas conceptuales previamente a la aparición del sapiens moderno. De esta manera, aunque ambos campos son incompatibles, su uso en campañas de modificación de la realidad implica que se reconozcan las diferencias y los puntos vulnerables sobre los que se puede actuar para crear influencia.

Ejemplos importantes en relación, son la corrección política y la discusión sobre el género, debido a que ambos están fundados sobre la base postmoderna de la enmendabilidad, la corrección de la realidad no en base a fundamentos físicos, sino a esquemas conceptuales construidos para crear una lógica complaciente a los deseos de un resultado previamente anticipado. No obstante, el realismo plantea la imposibilidad de la corrección a voluntad, así como el calor y el frío producen efectos sobre el cuerpo, la biología humana plantea fronteras imposibles de transformar de forma inmediata quedando condicionada a la lenta evolución de las cosas para cambios sobre la naturaleza del sapiens.

Esto es lo que diferencia a un postmoderno de un realista: el primero cree en el misterio y la sorpresa, mientras el segundo cree en las consecuencias y la anticipación frente a la incertidumbre del mundo. Independientemente de que se tenga conocimiento de cómo funciona un bosón de Higgs, este existía antes de los humanos y muchos fenómenos seguirán existiendo sin que todos sean conocidos por el hombre. Los sentidos de hecho, funcionan como resistencias a los esquemas conceptuales que se crean infinitamente y que, por esta posibilidad de iteración, nunca representan lo que la realidad es, porque son palabras y significantes con significados antitéticos en muchos casos y desde diferentes referentes culturales.

Por lo tanto, el punto culmine de la distorsión de la realidad, nos acerca a la construcción de la realidad en sí misma por el conocimiento y luego en la construcción del conocimiento por el poder para configurar la realidad como construcción final del poder. Esto es, el poder político sujeto de la intención de control y dominación más exacerbado a través de todos los medios no éticos y sí racionales como destrucción de la ilustración crítica a los fines de quien domina.

Finalmente, la racionalización sobre la ontología y la epistemología en relación al realismo tanto filosófico y el realismo internacionalista tiene implicaciones importantes frente al desmantelamiento de la verdad y la realidad por parte de discursos creados para crear duda con fines inevitablemente políticos. Esta racionalización es una crítica a las bases del relativismo que son rastreables desde el siglo XIX hasta el presente, donde se ha convertido en un arma de distorsión. Además, las consecuencias políticas, sociales y culturales que se han desprendido del proceso de distorsión desde la epistemología han debilitado las estructuras sólidas, creando la posibilidad de realidades débiles. Ante la acción del relativismo en el entorno social humano, el realismo reaparece como una respuesta, como un contrapeso a la relativización total que se manifiesta en la política manipulada por las distorsiones postmodernas. Así, es en el equilibrio entre realidad y conocimiento que se puede crear un espacio crítico sobre las consecuencias de la distorsión, su funcionamiento y sus límites, comprendiendo cómo funcionan las dinámicas del relativismo frente a la realidad.

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