En los pocos viajes que hice hacia la Quebrada de Humahuaca, solo o acompañando a mi madre, y de participar en varias festividades y costumbres muy arraigadas a la cultura andina, rodó por mis oídos la historia de un cacique o curaca que las comunidades quebradeñas y puneñas mitifican, de su resistencia y de lo que aún conservan en la memoria colectiva: el fervor que causa aquel jefe llamado Viltipoco.

Cavilando en mi fuero interno, he tratado de acomodar mis ideas sobre cómo preparar este artículo, siendo un estudiante de historia con poca producción de textos de rigor académico, pero que a su vez no quiere perder, a la hora de contar sobre este personaje, ni la forma en que me lo pintaron como un hombre trascendente ni la chispa de admiración que despierta en muchos jóvenes y viejos de aquellas comunidades. Pero no puedo hablar de un punto solo, marcado en medio de la nada: hay una coyuntura que lo sostiene, y es aquí donde decidí que la mejor manera sería transmitirlo no solo como lo tengo en la memoria, sino agregando el cariz y el perímetro del contexto histórico. Me gusta decir que podemos ir en un bucle, en forma centrípeta, en esta aventura.

Fue don José, uno de los miembros más respetables de la comunidad de Tilcara, quien lo introdujo en una noche —creo que en la víspera de la Chacana Raymi (ya mencionada en otro artículo1)—, marcada por un frío rozando lo gélido y el viento seco, con un cielo tachonado de astros como testigos penetrantes y las conversaciones cargadas de fábulas y paradojas. Él comenzó con: “Ustedes, los más jóvenes, tienen que saber y transmitir como lo hago acá esta noche. Este curaca resistió mucho tiempo a los españoles durante la conquista. Logró unir a todos los pueblos de la quebrada y más allá. Era omaguaca, pero junto a guerreros purmamarcas, ocloyas, atacamas, chincas y diaguitas”. Marcaba con solemnidad que fue un hombre de un pueblo de armas tomar, de lucha y resistencia.

Pero, lector, vamos a tratar de ubicarnos en tiempo y espacio. Como dije, iremos desde lo macro hacia lo micro.

Las fundaciones

Durante las últimas tres décadas del siglo XVI, la gobernación del Tucumán se consolidó como un punto estratégico en la ruta entre Buenos Aires y el Alto Perú. Esta región facilitaba la comunicación crucial entre el cabildo de Tucumán y la ciudad de La Plata (Charcas), la actual Sucre en Bolivia, y la zona que hoy ocupa la provincia de Jujuy representaba un tramo conflictivo debido a la resistencia de sus pobladores. Las lealtades de estos grupos indígenas variaban según sus intereses y sus cargas tributarias en la encomienda. El principal paso utilizado atravesaba la puna jujeña, un entorno extremadamente adverso.

Esta región se caracterizaba por su clima inhóspito, su paisaje estepario y una altitud promedio de 4000 metros sobre el nivel del mar. La puna estaba habitada por pueblos guerreros como los cochinocas, casabindos y atacamas. Pero existía otra ruta, aún más desafiante debido a la rebeldía de sus habitantes. A pesar de la dificultad que presentaban sus lugareños, este camino alternativo ofrecía una geografía menos hostil y mayor protección en comparación con la puna. La región de Jujuy, por su posición geográfica, era de vital importancia para las comunicaciones en el virreinato.

Con el objetivo de otorgar una revalorización de la región, la gobernación de Tucumán impulsó la creación de plazas y espacios públicos en zonas aledañas a la Quebrada de Humahuaca. Esta iniciativa se extendió a regiones como los Valles Calchaquíes, un área geográfica similar a la quebrada, que abarca parte de las actuales provincias de Salta, Catamarca y Tucumán. Los Valles Calchaquíes, caracterizados por su paisaje montañoso y sus escarpadas cadenas, fueron escenario de las Guerras Calchaquíes (1560-1667), una serie de rebeliones indígenas contra la dominación española. Figuras como Juan Calchaquí y Viltipoco lideraron estas luchas, lo que extendió el conflicto durante mucho tiempo y obligó a constantes intentos españoles por sofocarlas.

En un contexto relacionado, entre 1561 y 1593, el gobernador Juan Pérez de Zurita fundó una ciudad en el valle de Jujuy llamada Ciudad de Nieva (1561) y San Francisco de Álava (1575), con el propósito de establecer un punto estratégico antes del ingreso a la quebrada. Pero fueron destruidas por estas rebeliones.

En 1582, la fundación de la ciudad de San Felipe y Santiago en el Valle de Salta, cuyo nombre se simplificaría con el tiempo a Salta, marcó un punto de inflexión. Esta fundación obligó a varios pueblos originarios a someterse al sistema de encomienda establecido en la región. Juan Ramírez de Velasco, como gobernador de Tucumán, implementó una estrategia de fundación de ciudades para pacificar la resistencia indígena. En este contexto, se fundaron Todos los Santos de la Nueva Rioja en 1591 y San Salvador de Velazco en el Valle de Jujuy en 1593, por Francisco de Argañaraz y Murguía. San Salvador de Velazco, que perduraría como la actual ciudad de Jujuy, se convirtió en un bastión desde el cual Argañaraz sofocaría la rebelión liderada por Viltipoco.

Notas

1 Al respecto, los invitamos a leer nuestro artículo Chacana Raymi, la Fiesta de la Cruz del Sur en Argentina.