Los necios se excitan con cualquier palabra1.

(Heráclito)

Desde los albores de la cultura occidental, se delinearon trazos de la Filosofía como saber fluido, relativo y nominal; concibiendo a las palabras como componentes escurridizos y frágiles, ostensibles de la ligereza y derretimiento de las cosas. Pese a las tendencias que erigieron la búsqueda de la verdad como el ímpetu por deambular viajando por el mundo de las ideas, eternas e inmutables, según la concepción platónica; antes de Sócrates, hubo el pensamiento que vio al lenguaje como convencional y a la verdad como transitoria y sesgada, concibiendo que a las palabras las envuelven totalmente, las conformidades y las modas.

Pretender que existe un orden regular del mundo, algún isomorfismo entre la gramática y el ser, como Aristóteles lo indicó, estableciendo la discreción absoluta de que todo es o, necesaria y excluyentemente, no es; resulta cuestionable. Heráclito destaca en la historia porque su nominalismo instituye la dialéctica, suponiendo un proceso radical: las cosas llegan a ser e inmediatamente se desvencijan. Y lo que se predica de algo también se puede negar con igual certidumbre y legalidad, en tanto que las palabras tienen sentidos solapados, restringidos, contextuales y temporales.

Referirse filosóficamente a las palabras, supone concebir la realidad de alguna manera. La narrativa performativa, por ejemplo, sobre la política y la moral, expresa imperativos, explícita o implícitamente. Las órdenes que condicionan la acción de todos, acuden a algún esencialismo o finalismo. En tú debes hacerlo o tú no puedes cometer esto, el hablante se ubica en el pedestal superior, identificándose con lo bueno y utópico intemporales. Pero, si se destruye la substancia eterna de la ética y la teleología, se desmoronan las prescripciones y los discursos directivos aparecen apenas como interpelaciones momentáneas. Asignar a los otros qué deben hacer expresa pulsiones dogmáticas y autoritarias de mandamases disfrazados de portaestandarte de lo correcto y lo virtuoso para manipular, imponer y colonizar al sujeto con su supuesta jerarquía. Lidiar contra el dogmatismo muestra la verdad como banal. No es que no exista; es que vale solo circunstancialmente.

La antigua ciudad de Éfeso en Asia Menor, yace cerca del mar Egeo y la desembocadura del río Caístro. Fue un notable y atractivo centro religioso, cultural y comercial, con dos puertos fluviales rebullendo colores y la isla de Samos en lontananza. En tiempo de Heráclito, cundían el oro y los tejidos, los paños de Egipto, las lanas y rosas de lejos; dando lugar a relacionar la realidad múltiple y dinámica con el flujo del río.

La metáfora del río evoca movimiento y transformación azarosa de la realidad, con fluidez que, a veces, se agolpa entre remolinos, rápidos, piedras y escombros dando tumbos. Las cosas se hacen, deshacen y rehacen en el torbellino de escenarios nuevos que confluyen sin meta alguna: enfrentándolas, chocándolas, destruyéndolas y recreándolas. Todo surge de la lucha de contrarios y, en ciertos instantes, las palabras se detienen en las aguas mansas de la corriente hablando de las cosas, con equívocos, siendo arrastradas de nuevo.

Tanto para hablar como para oír, para escribir o leer, es imprescindible entender que los significados son temporales. Como el río todo lo devora en la inmensidad del mar, cabe considerar que los términos son como seres vivos: nacen, crecen, alumbran nuevas palabras y mueren, siendo palmario que su verdad rige solamente mientras las cosas de las que hablan fueron como las proposiciones lo enunciaron.

El fragmento 49°(a) del filósofo de Éfeso enfatiza: “Entramos y no entramos en los mismos ríos, somos y no somos”2. Aparecer y desaparecer, ser y no ser, entrar y no entrar en algún proceso es estar presente o ausente ante cualquier cambio. Es una opción dialéctica y la opuesta, definiéndose el efecto azaroso en cualquier escenario cultural. Puede ser el de la política con volatilidad de ideas, cambios acelerados y profetas fugaces; como también el de la sociedad, del pensamiento, del arte, del lenguaje y un largo etcétera. En los ríos de la Ciencia, la Religión y la Filosofía, nada es aprehensible con carácter imperecedero. La objetivación solo roza la realidad fugaz y ligeramente, porque nada es siempre lo mismo.

El fragmento 91° dice: “No se puede sumergir uno dos veces en el mismo río. Las cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se alejan”3. Individual y colectivamente, entramos y no entramos, somos y no somos, hablamos y callamos, significamos y re-significamos en medio de la vorágine de las relaciones que fluyen en nuestros contextos. Heráclito relativiza las palabras como medios ambiguos, multivalentes y anfibológicos. Los términos son partículas en suspensión que flotan en el río de la realidad, sin detenerse en tramo alguno. Los sonidos de las palabras son nominales porque se refieren a cosas que se hacen, se desarticulan y desaparecen en el brotar infinito del ser. Nada es final ni irreversible, prevaleciendo estadios azarosos sin valor ni jerarquía.

Al hablar se unen las partes de la realidad temporalmente, fijando acuerdos fugaces que tejen la red del entorno donde, no obstante, subsiste el enfrentamiento interminable de lo que es contra lo que no es. Al articular sonidos también callamos, porque prescindimos de lo que no comunicamos, siendo lo que decimos, siempre ambivalente. Las personas: “No saben ni cómo atender ni cómo escuchar”4.

Las palabras flotan con su envés al descubierto y su revés oculto, sin significado visto; pero, se lo descubre de inmediato porque los términos se revuelven. Una cara es igual y diferente a la otra y las palabras envuelven al hablante y al oyente, sin que sean extraños: paralogismos, antítesis, dilemas, círculos, antinomias, oxímoros, malos entendidos y discordias. Heráclito afirma en los fragmentos 23° y 111°: “No sabrían el nombre de justicia si no existiesen estas cosas” y “Es la enfermedad lo que hace agradable la salud; el mal, el bien; el hambre, la saciedad; el cansancio, el reposo”5.

Se descubre el envés y el revés de las palabras gracias a la luz instantánea que permite hablar de las cosas intempestivamente, con la luz fulgurante que visibiliza: “Son uniones: Lo entero y lo no entero, lo concorde y lo discorde, lo consonante y lo disonante, y del todo el uno y del uno el todo”6.

Los contrarios están intrínseca y esencialmente unidos, pero no es posible articular palabras de modo discreto absoluto, determinante unívocamente ni con sentido explícito denotativo excluyente. Los contrarios convergen insinuando, imaginando, connotando y mostrando la multiplicidad de lo real. Comprender el río es superar lo siguiente: “Los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira”7.

Los fragmentos 58° y 59° muestran la simultaneidad del ser y el no ser, marcando la dualidad de las cosas. El primero dice: “El bien y el mal son uno”8; el segundo: “El camino de las hélices de batán, recto y curvo es uno y el mismo”9. Hablar y escribir no sigue un camino recto único. Hay curvas anfibológicas que hacen del camino, una construcción textual con movimientos de dibujos, letras, sonidos que siempre son convencionales y arbitrarios. Sin embargo, en medio de curvas incluso gigantescas, la narrativa aparece como recta. Ante los ojos de la mente, sumergidos en las insondables profundidades del río de la realidad, siguiendo la rectitud que está torcida, se descubre que la meta es el punto de partida opuesto. Hablar y escribir descubre finalmente, el flujo interminable e irresoluble hacia ninguna parte: vuelven a presentarse las mismas preguntas sobre las cosas.

Entendiendo que las cosas no tienen un estado estable permanente, hablar de ellas no es posible de modo definitivo; que sean fugaces da validez a las proposiciones solo por el instante de flujo de la historia y el lenguaje. Acabado de enunciar un aserto, lo aseverado solo valió para el momento que ya no existe, porque es posible que las cosas ya no sean lo que eran al hablar inicialmente de ellas, objetivándolas de algún modo. Además, siempre subsisten múltiples perspectivas y varios sentidos que cambian, autorizando afirmaciones incluso contrarias a las iniciales.

Las aseveraciones sobre las cosas muestran valoraciones opuestas. Algo vale y no vale de cierto modo y también de otro, dependiendo de para quién; si alguien adjetiva una cosa, la adjetivación contraria también es válida para otro sujeto que la aprecia de distinta manera. Metafóricamente, Heráclito asevera lo siguiente: “Los asnos preferirían la paja al oro”; “Los cerdos se satisfacen en la inmundicia antes bien que en el agua pura” y “El mar es el agua más pura y la más impura. Para los peces es potable y buena; para los hombres, impotable y fatal”10.

Los opuestos deben comprenderse enlazados esencialmente. Los fragmentos 57° y 126° ponen en evidencia la sinestesia para aproximarse a la realidad. Es la percepción de algo a través de múltiples sentidos, aprehendiéndose dimensiones que se integran a pesar de que aparezcan como divergentes e inconciliables. El primer fragmento, en su parte final señala que el día y la noche son uno; en tanto que el fragmento 126° transmite: “Lo frío se calienta, lo cálido se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se humedece”11.

La posibilidad de hablar de la realidad develando las verdades temporales y sabiendo el fundamento universal de que todo cambia, implica asumir la relatividad de lo afirmado. Para Heráclito, lo único que se puede argüir con fuerza ilocutiva incontestable es que, para hablar de las cosas se debe concebir la necesidad de múltiples oposiciones, infinidad de lucha de contrarios e infinita ambigüedad, construyendo, destruyendo y reconstruyendo la realidad. El desfile lingüístico devela la trama flexible y polivalente de las palabras que flotan en el río del mundo. Heráclito refleja la anfibología semántica con frases que, de modo curioso adquieren sentido solamente si son contrapuestas a sus opuestos, uniendo las partes con el todo en medio de mutaciones y estructuras para-lógicas que fluyen en el irrefrenable río azaroso del lenguaje.

Notas

1 Fragmento 87°. La traducción enfática del griego al español es de Alberto Bernabé Pajares. Véase su versión de la obra de Hermann Diels y Walther Kranz, originalmente en alemán, titulada, Fragmentos presocráticos: De Tales a Demócrito. Alianza Editorial, Madrid, 2010, p. 26.
2 Heráclito: Fragmentos. Trad. Luis Farré. Editorial Aguilar, Colección Iniciación Filosófica, Buenos Aires, 1977, p. 123. Diels y Kranz, Op. Cit., niegan que sea un fragmento original.
3 Heráclito: Fragmentos, Op. Cit., p. 143. La palabra griega que aparece en el fragmento es una forma verbal de ἐμβαίνω que se traduce por bañarse o sumergirse. El Diccionario griego-español ilustrado indica: marchar a, entrar en, meterse en, embarcarse, pisar, avanzar y comprometerse en. Rufo Mendizábal et alii, Razón y fe, Madrid: 1963, p. 168. Este fragmento, como tampoco ningún otro sobre la metáfora del río, es reconocido por Diels y Kranz como auténtico de Heráclito. Op. Cit., pp.129-42.
4 Heráclito: Fragmentos. Op. Cit., Fragmento 19°, p. 109.
5 Ídem, respectivamente, pp. 128 y 150.
6 Ídem, Fragmento 10°, p. 105.
7 Ídem, Fragmento 51°, p. 125.
8 Ídem, p. 128.
9 Ídem. Considerando el fragmento original con la palabra γραφείωι, James Warren traduce hélice de batán ("Heráclito, Hipólito y el tornillo batanero: Acerca del Fragmento 59 de Heráclito", Nova Tellus, 18 (1), Córdoba: 2014). El término está en la fuente que es obra de Hipólito de Roma, Refutación de todas las herejías, escrita, en parte, en contra de los filósofos presocráticos (Trad. José Montserrat Torrents, Biblioteca Clásica Gredos Nº 60, Madrid, 1983, pp. 474-5). Otras traducciones son cilindro para cardar, rodillo, caracol, máquina apisonadora, tornillo de apretador y bomba en espiral. Por su parte, Diels y Kranz sustentaron inicialmente la interpretación tradicional refiriendo la palabra original γραφέων, genitivo plural de γραφή (graphḗ) traducida por escritura. De esta, el Diccionario griego-español ilustrado indica: acción, arte de escribir, documento escrito, carta, texto de una ley, catálogo, lista, pintura, cuadro, dibujo y bordado. Op. Cit., p. 112.
10 Heráclito: Fragmentos, Op. Cit., respectivamente, fragmentos 9°, 13° y 61°; pp. 105, 107 y 129.
11 Ídem, respectivamente, pp. 128 y 156.