¿Te suena esta frase? ¿Alguna vez te la han dicho? O mejor aún… ¿tú la has dicho?
A mí sí. Me la han dicho, y por supuesto, también la he dicho. Pero yendo un poco más allá del contexto en el que conocemos esta famosa frase y en esas muchas o pocas historias que nos han pasado y tocado de diferentes formas, me detuve a pensar en lo que hay realmente detrás de esta frase y la verdad que encierra.
Porque, si lo pienso bien, es que es una frase tan cierta, tan real y tan justa, porque en realidad no son los otros, no son las circunstancias, no es lo que me hicieron, lo que me dijeron, ni siquiera el cómo lo hicieron o me hicieron sentir en ese momento y es que no es el “afuera”. Es el yo. Es mi interior, es lo que no quiero ver en mí, es lo que temo afrontar, es lo desconocido, el temor a no lograrlo, el terror al fracaso, el miedo a verme débil… o, como muchos creemos, a atrevernos a ser vulnerables.
Fue entonces que a partir de esta frase, ¡no eres tú, soy yo!, que empezaron a surgir en mí preguntas como:
¿Cuántas veces me he sentido fuera de mí?
¿Desconectada?
¿Rechazada?
¿Abandonada?
¿Agredida?
¿Con falta de amor?
¿Poco valorada?
¿Dudando de mí, de mis capacidades, de mis valores, de mi poder?
¿Recibiendo menos de lo que pienso que merezco y permitiéndole a otros pasar por encima de mí?
Y muchas preguntas más.
No sé con certeza, la cantidad de veces que me invadió la duda de no saber quién era realmente, de cuál era mi propósito de vida y la razón detrás de mi existencia en este mundo, en este plano terrenal en el que nos movemos constantemente.
Por mucho tiempo esas preguntas estuvieron en mi mente, tratando de encontrar respuestas, pero lo que encontraba eran silencios… o más preguntas y optaba entonces, por el camino fácil, seguro, conocido: seguir con el rumbo de la vida que tenía, la que me “había tocado”. Esa vida que muchos a mi alrededor también vivían con la misma sensación de querer más… pero viéndolo como un sueño lejano y poco creíble de hacerse realidad.
Eran respuestas creadas del “deber ser”, de lo correcto y aceptado socialmente. Respuestas que tranquilizaban la mente, callaban el ruido externo y evitaban comentarios y juicios.
Sin darme cuenta, empecé a crear distintas versiones de mí. A construir capa sobre capa, para ocultar mi esencia, mi autenticidad, mi verdad y aceptar lo externo como única verdad. Creía en todo aquello que me acercara a los objetivos y éxitos que “debía” alcanzar, pero que en realidad me alejaban cada vez más de verdadero ser.
Vivía buscando algo o alguien que me hiciera sentir encajada, aceptada, parte de algo. Huyendo de despertar la herida de rechazo, esa que conocía tan bien. Seguía buscando, analizando, adivinando qué quería el mundo de mí. Jugaba el juego de la vida externa: divertida, dolorosa, vacía a veces… y que me fue llenando de versiones mías que yo misma inventaba.
Y entonces lo entendí: no eres tú, soy yo.
Así empezó entonces el mejor viaje de vida. Un viaje sin ticket de regreso. El viaje hacia mí misma, hacía mi centro. Una invitación a conocerme que no pude rechazar.
Fue así como el autoconocimiento se convirtió en mi prioridad: encontrar respuestas reales que me guiaran en el camino para descubrirme, despertar todo el potencial que había estado guardado por años y conectar con mi propósito de vida. En el camino, empecé a encontrar personas maravillosas, personas que me entendían y que, al igual que yo, habían transitado experiencias similares a la mía.
Conocí el Coaching de Vida, y fue a través de esta hermosa herramienta que empecé a darle nuevos colores y matices a mi vida. Poco a poco, entendí que todo lo que había hecho hasta ese día sí tenía una razón de ser. Sentirme acompañada por alguien que me guiara fue liberador. Empecé a experimentar la fuerza y la verdad que hay detrás de preguntas de valor. Aprendí a hacerme las preguntas realmente importantes y, sobre todo, a revisar con detenimiento las respuestas que ya estaban dentro de mí y a comprender por qué no las estaba viendo, escuchando ni sintiendo cercanas.
Poco después apareció en mi vida otra herramienta que terminó de hacer el clic perfecto en mi viaje de autoconocimiento: el Eneagrama, una matriz de personalidades que me ayudó a conectar con mi esencia y reafirmar mi propósito de vida. Gracias al Eneagrama, empecé a ver la vida con otros ojos: ojos que me permitieron descubrir distintas realidades y entender que mi verdad no era única, sino solo una mirada superficial entre muchas otras que podían existir.
Estas dos herramientas, junto con otras que se fueron sumando a mi camino, me enseñaron a verme con ojos de amor y a aceptarme incluso con mis juicios más duros. Me invitaron a reconocer que fui yo quien se permitió vivir durante muchos años desconectada de su propia existencia, alejándome de mi verdad y de mi esencia. Esa esencia única, maravillosa y genuina que hoy enaltezco con orgullo; que me hace mirarme con amor, aceptando mis luces y mis sombras como parte de mi unicidad.
Si, definitivamente no eres tú, soy yo.
Soy yo quien decidió priorizarse. Soy yo quien eligió mirar hacia adentro antes que hacia afuera. Soy yo quien levantó la mano y dijo con valentía: “Me quiero conocer, me quiero querer, me quiero descubrir y me quiero aceptar tal cual soy”.
Hoy vivo con una sensación hermosa de plenitud, calma y paz. Con la certeza de lo que sí quiero, con la fuerza para poner límites, y con la libertad de decir “no” sin culpas, victimismos ni reproches.
Y así, alegremente… soy yo.















