Las sociedades modernas están altamente individualizadas, dado el contexto económico y sistemas productivos con exigencias de rendimiento, competencia y supervivencia que marcan la primacía al interés personal sobre el colectivo e incluso el colaborativo.
En general el éxito suele estar asociado al rendimiento individual que en muchos ámbitos laborales se reconoce y premia con incentivos que, como la palabra lo dice, incentiva o estimula el progreso personal.
Aunque esto puede estar bien para estimular la eficiencia en el ámbito laboral o empresarial, el individualismo se ha arraigado tanto en la sociedad que incide en las metas y estrategias para lograr el anhelado el éxito en la vida, la mayoría de las veces asociado a valores materiales más que a los existenciales.
Por eso para cumplir con los objetivos personal del bienestar hay que producir para tener casa, carro, vacaciones, viajes e innumerables productos de consumo que aparentemente nos satisfacen y hacen felices. Con este enfoque poco a poco se pierde la perspectiva asociativa, gregaria e incluso tribal que tiene la esencia del ser humano, olvidando o dejando de lado los beneficios de ser en común unidad más allá del núcleo familiar.
Es que el humano es un ser de pertenencia a un colectivo en el que, salvo en ocasiones en que está la supervivencia de por medio, prima el bien común y la labor es sobre todo asociativa para lograr el bien común. Un claro ejemplo es la fluidez en el cuidado de la vida, cuando se realiza en clave colectiva, pues no solo se cuenta con la comunidad para atender a los pequeños y las personas mayores, sino que se convierte en una fuente de alegría y sabiduría que nutre a todos los que participan del ser parte del propósito común.
La labor colectiva facilita tareas, desde las cotidianas como la consecución y preparación de alimentos, hasta acciones más complejas como la construcción de viviendas para garantizar el techo a las familias. Aunque puede considerarse como algo romántico, existen comunidades en las que la labor colectiva permite la creación de las condiciones que trascienden el bienestar material para convertirse en una forma de vida alternativa a la competencia individualista.
El trabajo colectivo para realizar labores para el bien común ha existido en distintos lugares del mundo; en los Andes y Amazonia le llaman minga o minka, en algunas zonas de España se conoce como vereda y en el país vasco es el auzolan. En todos los casos, se trata de una reunión en la que participan los integrantes de una comunidad para realizar tareas que benefician al colectivo, lo que además fortalece los vínculos entre los participantes y facilita su reconocimiento como parte del todo al que pertenecen.
Un caso emblemático es la construcción del puente Q'eswachaka (en Cusco, Perú), cuyo tejido se renueva cada año con el trabajo colectivo de las comunidades reunidas durante tres días de minka en los que se comparten distintas tareas, a la vez que se celebra el encuentro con alimentos, danzas y rituales que tejen la estructura que une mucho más que dos orillas, mientras se mantiene el conocimiento de la ingeniería ancestral inca.
Es tal la importancia de esta labor colectiva, que el puente Q'eswachaka fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco (diciembre de 2013), como reconocimiento a una tradición milenaria que ha logrado trascender a la modernidad. Si esto se piensa en el occidente desarrollado es casi imposible imaginarlo.
Es muy diferente vivir en contextos donde prima la individualidad o el ser humano aislado de la comunidad, a vivir en otros en los que se cuenta con el respaldo del colectivo. Esto lo aprendí con claridad cuando tuve la fortuna de participar en un trabajo cuyo objetivo era comprender la justicia indígena para aportar a la coordinación con la “justicia ordinaria”, como se denomina a la que viene del derecho romano y rige las sociedades occidentales.
En los recorridos en las comunidades indígenas escuchamos experiencias y reflexiones, que mostraban las grandes diferencias en la comprensión del mundo, en especial en percepción del rol del individuo o las personas respecto al colectivo o la comunidad.
Por ejemplo, en las comunidades que no están altamente intervenidas por la sociedad occidental y mantienen los principios de la justicia ancestral y tradicional, no existen conceptos como el de la pobreza o la pereza, pues todos tienen similares condiciones de vida y participan en las actividades cotidianas. Entonces lo más cercano a la pobreza es la situación de una persona que no desea ser parte del colectivo y la pereza sería parecido a una enfermedad, en tanto limita la posibilidad de ofrecer los dones y talentos para aportar al bien común. En ambos casos, la inacción del individuo debe ser atendida pues no solo deja de participar, sino que deja de valorar los efectos positivos de aportar a la comunidad.
Por eso el individualismo se puede convertir en un problema para el colectivo, pues genera desequilibrios, y por tanto es necesario atender la situación del individuo para comprender y resolver las carencias personales que afecta al grupo. Ahí es cuando lo personal tiene que ver con lo colectivo. No están separados, es imposible separarlos, porque la acción del individuo, de una persona o de un ser humano que solo vela por su bien desconoce los efectos en el colectivo; entonces surgen los problemas porque se puede tener más o acumular más respecto a los demás, o porque sencillamente su trabajo deja de aportar al esfuerzo colectivo de mantener la armonía en la comunidad.
Por eso los consejos de ancianos rigen o velan por el bien común, por el orden, por la armonía, analizan el caso, hablan con la persona para saber qué pasa para que omita la importancia de trabajar por la comunidad y de ser parte de ella. Esto lo hacen las personas mayores, porque son quienes tienen más recorrido y más experiencia, y es desde allí desde donde pueden actuar. También porque están más cerca del final de los ciclos vitales y su interés es mantener la comunidad en la que estará su descendencia.
Así que se combinan estos factores, interés por el bien común y la experiencia para tratar el caso personal, en beneficio del colectivo. Por supuesto, cuando hay decisiones colectivas que afectan al individuo, también se deben tratar. Cuánta diferencia con la visión que podemos tener en una sociedad basada en la competencia, en el individualismo, en el interés personal que va por delante y deja de tener en cuenta el impacto de sus acciones sobre los demás.
De hecho, cuando entra el dinero en las comunidades y existen jóvenes capaces de “negociar” con las empresas (madereras, petroleras o mineras), se rompen los equilibrios puesto que se estimula el beneficio individual por encima del grupal.
Es lamentable que tengamos tan normalizado el interés personal sobre el colectivo, que resulta extraño plantear que una acción individual puede afectar el bien común. Sin embargo, cuando existen situaciones de emergencia, en las que está en juego la vida, surgen iniciativas de labor colectiva, como suele suceder en casos de inundaciones, incendios, accidentes y todo tipo de catástrofes en las que sale lo mejor del ser humano.
El caso de las riadas y terribles inundaciones por la gota fría o DANA (Depresión aislada en niveles altos) en Valencia en 29 de octubre del 2024, fue un gran ejemplo de la capacidad, necesidad e importancia de la acción colectiva para salvar vidas y una forma de reaccionar ante la tragedia y también ante la indolencia e ineficiencia de las autoridades que deben velar por el bien común.
Últimamente la lista de casos que muestran la importancia de la labor colectiva aumenta, con casos como los incendios forestales que fueron controlados por los vecinos que actuaron en las zonas rurales afectadas. Aunque las catástrofes son muy dolorosas, a través de ellas podemos ver el valor de la labor colectiva cuando los seres humanos nos unimos para ser en común unidad.
Es que ahora más que nunca es el momento de volver a actuar en colectivo, sumando más allá de los intereses particulares -incluidos los políticos- para ver la fuerza de la humanidad en tiempos de malestares causados por la voracidad de la competencia y el olvido de que somos más fuertes cuando estamos unidos. Porque está claro que estamos viviendo un tiempo en el que solo el pueblo salva al pueblo, tal y como lo dijeron e hicieron en Valencia hace un año.