Una de las cosas que más he disfrutado en la vida es viajar; para mí, viajar siempre ha sido sinónimo de libertad, conocimiento y aventura. Además, de la oportunidad de conectar con personas y culturas maravillosas que suman a mi vida experiencias y recuerdos inolvidables.
Cuando he viajado, he sentido cómo se enciende en mí un interruptor de alta vibración y felicidad, el impulso que mi alma ha necesitado para sentirse plena.
Sin embargo, me fui dando cuenta de que, cada vez que regresaba de viaje, esa sensación de alegría y plenitud se transformaba en vacío y tristeza, sentía que algo me faltaba, como si hubiera dejado una parte de mí en ese viaje, y por más que intentara buscarla al regresar, no lograba encontrarla.
Esa mezcla de emociones y pensamientos constantes empezó a cobrar mayor importancia en mi vida y a generar un ruido en mi mente y mi corazón que no me permitía conectar de la misma forma con lo que tenía y hacía. Por ejemplo, mi trabajo dejó de ser mi prioridad. Estar en oficinas con tantas personas me agotaba física y mentalmente. Me sentía una extraña, con una sensación de no pertenencia en ese mundo en el que durante años fui protagonista, gozando del éxito y del reconocimiento de mis logros, el dinero y la seguridad.
Todo eso pasó a un segundo plano y la idea de “éxito” que había construido empezó a derrumbarse lentamente.
A esa caída la llamo hoy el inicio del despertar de mi consciencia. Los cuestionamientos a mis pensamientos, a mis sentimientos y a buscar la razón por la que me sentía de esa manera iniciaron en mí.
Empecé a experimentar nuevas emociones, a tener una claridad diferente, a estar más presente y a entender desde nuevas perspectivas lo que estaba pasando en mí. Y así poco a poco, me fui involucrando en lo que se convertiría en el mejor viaje de mi vida: un viaje en el que te embarcas un día y del que sin saberlo, no hay regreso. El viaje del autoconocimiento.
Han pasado unos diez años desde que inicié este camino. Decidí armarme de valor sin saber con qué me iba a encontrar, pero con la intuición de que lo que descubriría detrás de esa puerta sería lo que había estado esperando: conocerme, entenderme y ver quién realmente era.
Recuerdo que, en este proceso, una amiga me habló del coaching y de cómo a través de esta herramienta podía encontrar respuestas a las preguntas que me hacía sobre mi vida.
Así que, sin pensarlo mucho, inicié un proceso de coaching. No solo para entender de qué se trataba, sino para darle respuesta a una de las preguntas que más rondaba mi cabeza: ¿en qué soy buena?
El coaching fue la herramienta que me abrió el camino. Me permitió tener diferentes perspectivas sobre mi vida, descubrir quién era, cuál era mi propósito y cómo todo lo que había hecho hasta ese momento tenía sentido y estaba conectado con ese propósito. Haberme dado el permiso de invertir en mí y contar con un coach fue, sin duda, una de las mejores decisiones de mi vida.
Con una mirada más amplia y una claridad ganada, se sumó a mi vida algo que hoy me representa y vivo a diario: el Eneagrama. Esta herramienta explica que existen nueve tipos de personalidad que nos representan, y que una de esas personalidades es la que más nos rige. Nos ayuda a entender la razón del por qué nos comportamos como lo hacemos, mostrando nuestras luces y sombras, y revelando cómo cada personalidad se activa en momentos específicos, impulsándonos o deteniéndonos en la vida.
Esto, ha sido para mí la clave perfecta que me ha permitido abrir la puerta a un mundo de posibilidades, de nuevas perspectivas, de ver y entender que la realidad es subjetiva y que cada día tengo la oportunidad de descubrir despertar todo mi potencial pero también entender las diferentes versiones que he venido construyendo desde mi ego y cómo estas me frenan o no en mi proceso de conectar con mi esencia y propósito.
En mi búsqueda de respuestas, fue fascinante encontrar estas dos herramientas “súper poderosas” (como me gusta llamarlas) y permitirme que se convirtieran en mis guías.
Decidí estudiarlas a profundidad, ponerlas en práctica en mi propio proceso e ir descubriendo respuestas, sabiduría y una claridad enorme sobre quiénes somos y cómo la vida misma nos invita a buscar en nosotros nuestra mejor versión cada día, conociéndonos y aceptándonos primero a nosotros mismos y luego a los demás. Amé tanto mi proceso con el coaching y el Eneagrama que no dudé ni un instante en certificarme como profesional, para llevar a otros, desde mi voz y experiencia, lo que logré descubrir en mí.
Abrir esa gran puerta de brindarme a otros fue toda una revolución que mi viaje de autoconocimiento me estaba invitando a vivir. Me llevó a tomar una de las decisiones más retadoras de mi vida: renunciar a la “seguridad” y “estabilidad” que me brindaba un tercero y soltar lo que había construido durante años considerado como “éxito”.
Me lancé al vacío y emprendí con lo mucho o poco que sabía y tenía. La emoción y el miedo empezaron a convivir en mí. Conocer un mundo nuevo, sentir la duda constante de si había tomado la decisión correcta, romper creencias y empezar a depender de mí misma económicamente fue muy difícil. Pero lo más desafiante fue aprender a creer y confiar en mí, y recordarme cada día la razón por la que había tomado esa decisión.
Hoy puedo decir que este viaje sin boleto de regreso me ha dado la oportunidad no solo de conectar conmigo, con mi esencia, de verme, escucharme y aceptarme, sino también de conectar a diario con otras almas maravillosas que buscan en su camino, encontrar respuestas a sus cuestionamientos, descubrir su propósito de vida y vivir con más plenitud, tranquilidad y significado.
Yo logré entender que mi propósito es comunicar. Comunicar con el corazón; escuchar y guiar a otros en su propio camino, entendiendo que cada persona es un universo, que cada quien lleva consigo su propia maleta, con experiencias, tristezas, alegrías, cuestionamientos y procesos tan únicos que no se pueden comparar con los de nadie más.















