Llegué al consultorio del doctor José Negrón directamente desde el aeropuerto de Lima. En la sala de espera, en dos cuadros leí, Endo guerrera, y mi mente sin espíritu lo interpretó como una inocentada, un exceso de optimismo hasta sarcástico. ¿Qué fumó la mujer que pintó esos letreros tan felices? ¿Guerrera? ¿Quién puede guerrear contra la Endometriosis? ¿Cómo se guerrea contra una terrorista? La Endometriosis masacra, yo soy la prueba viviente, he aquí un cuerpo sin espíritu tocando a la última puerta en busca de ayuda. Tomé una foto a esos dos letreros. El doctor la espera, señora.

Es un poco intimidante ver por primera vez al hombre que una ya decidió que la operará, claro, siempre que la operación sea posible. El médico se puso de pie, muy atento, aunque no recuerdo mucho lo que me dijo. Sólo recuerdo clarísimo lo que yo pensaba, por favor no me cause más dolor, por el amor de Dios, si no puede curarme, no me lastime. Luego de una conversación relativamente larga en la que él asentía y volvía a asentir, me revisó en su camilla. El espéculo inevitable, ese aparato de mierda que siguió mis pasos durante años. Mi mente sin espíritu repitiendo el mantra silencioso, por el amor de Dios, si no puede curarme no me cause más dolor. El doctor confirmó: Endometriosis Profunda, hay que operar. Luego me explicó los riesgos de la operación. No presté mucha atención, sólo le pedí que fuera lo más pronto posible, doctor, que acabe esta pesadilla de una vez.

Supongo que el hecho de estar de espíritu ausente me evitó un patatús al enterarme del costo del internamiento en la clínica y la cirugía… más o menos el precio de un auto pequeño del año. Cuándo y dónde pago, preguntó mi boca automáticamente luego de pedir el mayor descuento que fuera posible, por favor.

Al día siguiente pasé los exámenes pre quirúrgicos, hice las trasferencias bancarias y compré un líquido horroroso cuyo fin es vaciarte el estómago y de paso torturarte un poco más. La noche siguiente, 28 de agosto del 2019 me interné en la clínica y al día siguiente en la mañana me operaron de Endometriosis Profunda.

La operación duró cuatro horas. Un episodio que puede contarse desde dos ángulos opuestos, desde el dolor o desde el alivio, desde el susto o desde el amor que me rodeó, desde el espanto hasta una suerte más grande que ganarse la lotería. Tu Endometriosis cubría toda la zona pélvica, por eso tu dolor, dijo Superman cuando fue a verme a mi habitación en la clínica.

La cirugía que me hicieron se llama Laparoscopía Abierta, es decir, hicieron dos huequitos y una rayita. La rayita fue para mirar antes de entrar, con el nudo que tenía en las entrañas, era muy arriesgado entrar sin ver. La Endometriosis, al igual que el cáncer, tiene cuatro grados y la mía, aplicadísima, cumplió los cuatro y cogió todo lo que pudo. Formó una especie de soga blanca/amarillenta y con ella ató y/o cubrió lo que le dio la gana, lo vi en el video que Superman me enseñó, igualito a Alien, el octavo pasajero. Superman y su equipo desamarraron y despegaron todo centímetro a centímetro, quitaron esa soga demoníaca y extirparon mi útero, ovarios y trompas. Ojalá los hayan golpeado con un martillo, tirado al suelo, saltado sobre ellos y prendido fuego después, dije a Superman, es decir, al doctor Negrón.

Al día siguiente pude levantarme para hacer pis y fue una sensación rarísima, el líquido salió calladito como diciendo shiii, ¿aaah? Antes de la operación, cuando yo hacía pis se enteraban hasta en Tangamandapio por la propulsión a chorro. Mi pis modosita fue aplaudidísima por Superman como una gran hazaña y yo sentí que merecía una estrellita en la frente. El día en que me dieron de alta me sentía bien, un poco sacudida por dentro y medio idiota, pero bien.

La primera vez que fui al baño (de eso nadie escapa, ni el rey, ni el Papa, ni la mujer más guapa) después de mi operación, sentí el dolor más intenso de mi vida. Como si todos los cólicos de Endometriosis de mi vida atacaran al unísono. Fue como un rayo, o como mil rayos, o como un millón de rayos, y ninguno me mató, porque eso hace la Endometriosis (o su fantasma), te mata de dolor dejándote viva. No atiné a nada, no llamé a mi médico, ni tomé las pastillas extra que tenía, mi mente quedó en blanco. Me hice un ovillo y llamé al espíritu de mi papá, sentí su mano grande, cuadrada y áspera sujetando la mía, papi, si no voy a curarme, llévame contigo. No me llevó con él y al día siguiente amanecí con mucho menos dolor. Luego el dolor bajó un poco más, y más y más. Igualito a la magia. Igualito a una operación bien hecha.

Dos semanas después de la cirugía, y ya de regreso en Arequipa, el dolor y la sensación de cistitis permanente se habían vuelto intermitentes y sólo duraban segundos, salvo en un par de ocasiones. Seguía sintiéndome algo removida por dentro y un poco tonta. Mi médico me explicó que por un tiempo debía tomar unas pastillas que ayudarían a mi cerebro a olvidar el dolor crónico, algo parecido a lo que le sucede a la gente atormentada por un miembro amputado. El cerebro de una mujer que ha conocido la Endometriosis Profunda sigue produciendo dolor. Tomé esas pastillas por más de tres años, el tiempo que mi cerebro necesitó para olvidar al Mal.

Ya no tomo ningún medicamento para olvidar la Endometriosis Profunda y me siento bien. ¿He vencido a la Endometriosis? No lo sé. Ella me ha derrotado tantas veces, que no me atrevo a asegurarlo, tal vez pase la vida temiendo a su fantasma. ¿Soy una Endo Guerrera? No. Soy sólo una mujer que padeció la Endometriosis desde niña, una mujer que tuvo la suerte de encontrar dos buenos médicos cuando estaba a punto de lanzarse de un puente. Los Endo-Guerreros de mi historia son ellos, el doctor Fernando Jarufe, un médico honesto que sólo me tocó para intentar curarme, nunca me utilizó como a una enciclopedia con patas como hicieron casi todos los ginecólogos que me vieron antes que él y cuando admitió su derrota me envió a ver al doctor José Negrón, enemigo a muerte de la Endometriosis Profunda, un peruano cuyo nombre genera reverencias en todo el mundo, el Superman que me salvó y me devolvió el derecho a la feminidad.

Hay muy pocos especialistas en Endometriosis en el mundo. Y en Endometriosis Profunda, los hay menos. Los buenos de verdad, tal vez no lleguen ni a veinte. Un ginecólogo que pretenda especializarse en Endometriosis, deberá pagarse él mismo los poquísimos y carísimos cursos y congresos que son dictados en la Conchinchina y, además, comprar con su propio dinero los instrumentos costosísimos que le servirán para extraer al demonio del cuerpo de una mujer. Si la Endometriosis atacara los órganos masculinos e inutilizara a los hombres, el mundo estaría lleno de especialistas, los instrumentos para combatirla serían material obligatorio en cualquier hospital público y la cirugía sería accesible para todos. Nadie se atrevería a llamarla Enfermedad Benigna.

Visibilicemos a este demonio. Gritemos su nombre espantoso: Endometriosis, y exijamos que los ministerios de salud de todos los países del mundo pongan su atención en ella.

Para mi médico, Superman, orgullo del Perú. Cuando regresé a mi país luego de cuatro años en España, él fue la primera persona a la que visité. Qué tranquilidad vivir en el mismo país que vive usted, le dije y era verdad. Gracias doctor Negrón por expulsar al demonio de mi cuerpo.

Notas

1 Si desea saber más sobre Endometriosis, lo remito a mi artículo Endometriosis, uno de los nombres del Mal. Para ampliar en mi experiencia con esta enfermedad, puede leer Endometriosis Profunda: un testimonio.