Tengo casi 48 años. Estoy casado hace 9, con una hija de 6 y, emigración de por medio, encontré mi camino espiritual en Paraguay, donde resido desde el año 2020.

La mudanza fue en plena pandemia de COVID-19, con autorizaciones de los Ministerios de Defensa de ambos países (en Argentina, para poder trasladarnos hasta la frontera y en Paraguay para poder ingresar y hacer una cuarentena obligatoria).

Pero hoy, después de lo que hemos vivido, entiendo que todo era un propósito de Dios para mí y para mi familia.

Cómo llegamos hasta aquí

Primero un pequeño resumen de mi carrera profesional. Desde que tengo uso de razón estoy trabajando, manejando o jugando con tecnología. Mi papá tenía una empresa de informática en los años 80 donde yo, en lugar de usar bloques, armaba placas madre o placas de memoria para las computadoras que ellos vendían. No me dejaban usar el soldador de estaño, pero todo lo demás lo hacía yo con mucha paciencia (y manos diminutas).

Aprendí a programar en lenguajes ya extintos, también usé sistemas operativos que fueron antecesores de Windows o Linux, vi el nacimiento de las primeras computadoras de escritorio y de internet. Soy de la generación X, que tiene un fuerte perfil analógico pero también creció junto con la tecnología y la adoptó desde temprano.

Me dediqué a la venta de informática desde mediados de los 90, y desde 2006 me especialicé en diseño e implementación de redes informáticas. Cuento con certificaciones de varias marcas de primera línea en el mercado, una licenciatura y tres Máster (Proyectos, Telecomunicaciones y MBA).

¿Pero de dónde viene lo de Pastor?

Conocí a la que hoy es mi esposa en Buenos Aires, a través de redes sociales, y fue amor a primera vista. Desde 2013 que estamos en pareja, nos casamos en 2015, la familia se amplió en 2019 con la llegada de nuestra, por ahora, única hija. Ella es la luz de la casa, una polvorita con mucho carácter que es parecida a papá o a mamá dependiendo de cómo se porte y quién esté contando la anécdota.

Desde 2016 que pensamos en emigrar de Argentina para buscar nuevos rumbos en la región, siempre con la mira puesta en que pudiéramos desarrollarnos como pareja, como familia y como profesionales y por eso elegimos Paraguay, un país con mucha proyección en el Mercosur, con facilidad para la obtención de la residencia permanente (por ser cónyuge o hijo de un ciudadano).

Nos llevó un tiempo organizar todo, pero para mediados de 2019 ya teníamos todo listo. Preparamos los muebles de nuestro departamento, enviamos todo en Diciembre y esperábamos mudarnos luego de celebrar el primer cumpleaños de nuestra hija, en Marzo.

Pandemia mediante, terminamos llegando aquí el 1 de Junio de 2020. Nos mudamos un par de veces dentro de la ciudad de Asunción, y ahora vivimos en las afueras (aproximadamente a 30 kilómetros), disfrutando del aire puro y el poco tránsito.

Hace poco más de 3 años mi esposa sintió nuevamente el llamado de Dios en su vida. Ella es cristiana evangélica desde los 13 años, y había dejado de asistir a la Iglesia desde que emigró a Argentina, y ahora sentía la urgencia de volver a ir.

Yo, católico “de mentiritas”, había tomado la decisión de no acompañarla de la misma forma que habíamos decidido no casarnos por Iglesia o por Templo: si no encontrábamos un punto medio, nadie obligaría a nadie a hacer algo que no quisiera.

Así no hubo casamiento religioso, pero tampoco bautismo de nuestra hija (lo que casi nos separa porque fueron discusiones muy tensas).

Entrégale tu carga a Dios

Mi esposa empezó a congregarse en uno de esos templos de los que yo me “escapaba”. Grande, multitudinario y muy bien equipado. Siempre hice la misma cuenta: ¿cuánta gente se podría ayudar si en lugar de destinar dinero a construir espacios de congregación se dedicaran al altruismo real? Déjenme decirles algo, y quiero poner mucho énfasis en esto: no saben cuán equivocado estaba.

Desde este tipo de iglesias centrales se coordinan acciones de expansión del reino que serían imposibles de llevar a cabo desde templos más pequeños. Congresos, reuniones, talleres, eventos y tantas otras actividades que buscan evangelizar y llamar a padrinos para que colaboren con la apertura de nuevos templos, con el apoyo a los comedores y/o con temas específicos (por ejemplo, campañas de abrigo en invierno o hidratación en verano).

Ella iba todos los domingos a la mañana. La llevábamos con mi hija, la dejábamos ahí y nos íbamos al pelotero o a un parque hasta que se hiciera la hora de volver a buscarla. Mi esposa estaba feliz, pero también triste, porque iba a adorar a Dios, pero sin su familia.

Y ahí es donde el Señor escuchó la oración de mi esposa, porque cuando fuimos a un casamiento (cristiano), quiso Dios que los Pastores que casaron a la pareja en cuestión se sienten en la misma mesa que nosotros. Y la Pastora se sentó al lado mío, y Dios le dijo que tenía que hablarme.

Yo, como siempre, resistiendo. Le dije que teníamos distintos tipos de creencias, que yo respetaba las suyas, pero ella tenía que respetar las mías, que si me hablaba de su Iglesia me iba a levantar y me iba a ir. Gracias a sus años de experiencia como Pastora, ella supo como manejarme. Después de todo, el que convence no es otro que el Espíritu Santo, así que ella dejó todo en manos de Dios.

Respetando lo que había pedido, la Pastora me contó de su vida, de su testimonio, de cómo habían llegado a ser Pastores con su esposo… y me habló de un ministerio en su Iglesia que me golpeó el pecho como una patada de burro: el merendero.

Me contó que ahí se atendía a los niños de la zona (aproximadamente 50) que, con la excusa de venir a merendar, recibían también la Palabra de Dios y un devocional corto con temas como la fe, la salvación, la obediencia y la familia.

Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.

(Mateo 19:14)

Y no pude quitar mi corazón de la conversación, porque mi esposa ya me había hablado del merendero antes y me había mostrado fotos. Y ahí le pregunté a la Pastora en qué podíamos colaborar, y nos empezamos a involucrar todos los sábados con alguna actividad (organización, servicio, devocional, orden y limpieza), para la Gloria de Dios.

Veíamos a los niños contentos, felices y sonriendo por algo que para nosotros parecía pequeño, pero para ellos era un cambio radical. Organizamos festejos del día del niño, de Nochebuena y lanzamos los festejos mensuales de cumpleaños, y se seguían sumando cada vez más niños.

En 2025 el merendero se transformó en comedor, para la honra y gloria de Dios, con aproximadamente 85 a 90 niños por fin de semana que vienen a escuchar la Palabra y a recibir también una comida nutritiva y balanceada, que en muchos casos es el único plato de comida que tendrán en el día.

De ahí hubo muchos cambios, porque mi esposa seguía pidiéndome que la acompañe a la Iglesia, hasta que llegamos a un acuerdo: íbamos a ir juntos a un templo evangélico, pero tenía que ser el templo de los Pastores que habíamos conocido en el casamiento porque yo había prometido a la Pastora que, si alguna vez iba a la Iglesia Evangélica, iba a ir a su Iglesia.

Gateando con Dios

Asistimos un domingo (Agosto 2022) y fue raro. Sin conocer a casi nadie, me sentía en casa. No sabía la letra de ninguna canción (ahora sé que se llaman “alabanzas” y “adoraciones”, pero en esa época eran canciones), miraba a la gente aplaudir y cantar con mucha devoción y yo me veía como sapo de otro pozo, pero para el resto de los asistentes ya éramos parte de la familia.

Vivíamos a 30 km de la Iglesia, por lo que venir era todo un despliegue, pero tratábamos de ser constantes. Seguíamos viniendo los sábados al merendero, y luego agregamos los domingos. Más adelante, miércoles y viernes por la noche a reuniones de oración o de coordinación.

Caminando con Dios

Sin darme cuenta, pasé de no aplaudir a aprenderme las letras de las alabanzas y adoraciones porque es lo único que escucho en mi casa o en el auto desde ya hace mucho tiempo. Pasé de “jamás voy a pisar un templo evangélico” a ir 4 veces por semana, y nos terminamos mudando a cuadras de la Iglesia porque Dios quería que estuviéramos aquí para ayudar a los hermanos y a los Pastores en lo que pudiéramos.

Corriendo con Dios

Los cambios fueron rotundos: me bauticé en aguas hace casi 3 años, hoy soy Maestro de la Palabra de Dios y en alrededor de 3 meses termino mi Tecnicatura en Teología (con proyección a seguir a Licenciatura y Maestría) para convertirme en Pastor Evangélico.

También colaboro en la Iglesia en las áreas que puedo, sirvo en el ministerio de ujieres, ya hemos realizado varias campañas misioneras (algunas a comunidades guaraníes en zonas realmente de difícil acceso) y hasta hemos ido con otros hermanos a instalar internet y a enseñar panadería a una escuela en una zona rural.

¿Qué fue lo que pasó? Dios pasó. Su Palabra dice que Él va a cumplir su propósito en nosotros y que su misericordia es para siempre, y doy gracias a Él porque nunca perdió la fe en mí y en lo que yo podía hacer en su reino.

Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.

(Filipenses 1:3-6)

Dos pasiones, dos profesiones, un solo corazón

Unir mi carrera profesional y espiritual no fue tan complicado, realmente. Dios tiene un propósito para todos nosotros y, en mi caso, el predicar la Palabra a cada criatura también puede hacerse a través de llamadas telefónicas o reuniones de oración en la oficina.

Siempre Dios va primero, pero su propósito muchas veces cambia. No porque Dios nos llame todos tenemos que conducir una Iglesia, muchos apoyaremos desde otros lugares. Todos los que estamos guiando personas al reino de los cielos somos pastores, y todos somos predicadores, y todos somos evangelistas. Muchas veces confundimos nuestro propósito con nuestras aspiraciones, y ahí es donde Dios nos encamina nuevamente por el lugar correcto.

Hasta aquí mi historia. Antes me definía por mis títulos académicos y mi experiencia laboral, hoy primero cuento que soy cristiano, que participo activamente en una Iglesia y hablo de Dios antes de ni siquiera empezar a describir mi hoja de vida.

Me parece más sano, más serio y mucho más honesto hablar de cuál es mi principal prioridad: predicar el Evangelio de las buenas noticias a cada criatura, no queriendo que ninguno se pierda más todos tengan acceso a la vida eterna.

Dios les bendiga.