El movimiento decrecentista se inspira en corrientes antindustrialistas y humanistas desde el siglo XIX, como el Arts and Crafts británico, o el pensamiento del filósofo estadounidense Henry David Thoreau.

En los años 70, el filósofo social André Gorz define esa corriente de pensamiento como “décroissance” y es impulsado por la publicación The Limits to Growth del Club de Roma (1972), que alertó sobre el colapso ambiental si las tendencias de crecimiento persistían. Acerca de este documento hay diversos detractores, como el divulgador Marc Vidal, quien argumenta que el ser humano tiene una gran capacidad para adaptarse a los cambios y que, a pesar de ser insano crecer sin medida en un planeta finito, dar el frenazo nos conduciría a un mayor control social y a más pobreza.

Por otra parte, cuando prestamos atención a las fundadas preocupaciones del tecnólogo argentino Bilinkis, es lógico ponerse en estado de alerta. Él nos dice que gracias al crecimiento del capitalismo, el promedio de vida en los últimos setenta años se ha duplicado pero, también, que el capital económico descansa en manos del uno por ciento de la población; para ser más precisos, el 50% del dinero estaría en el 1% de los más poderosos y de sus compañías. Por desgracia esta tendencia de acumulación de capitales se incrementa año tras año.

Esto es sumamente contradictorio, y él mismo comenta sobre la posibilidad del decrecimiento, ya que le es difícil imaginar una alternativa viable al modelo capitalista, sin caer, de lleno, en su contrapartida socialista/comunista, modelo que no ha demostrado verdadera igualdad y eficiencia.

Se conocen varios estudios de vida ecológica y autosuficiente, para que las comunidades se desarrollen en ciudades diseñadas a tal efecto. Uno es el Proyecto Venus, de Jaque Fresco y, en resumidas cuentas, esto es lo que propone: el Proyecto Venus es una organización sin ánimo de lucro que impulsa un plan de acción viable para lograr un cambio social, uno que funcionaría en una civilización en paz, sostenible y concienciada del valor de nuestro planeta y nuestro potencial humano para hacer cosas realmente sorprendentes.

Es necesario entender que hay posibilidades de un cambio. El consumismo desmedido está dejando huellas de contaminación creciente y, si no se actúa rápido, podría ser irreversible. De la misma manera nos conduce a una civilización puramente materialista, fría y para el momento.

Por otra parte, ya hay compañías trabajando en soluciones a la contaminación y podrían ser, quizás, las más valoradas en el mercado futuro. Es lógico suponer que dentro del campo de la inteligencia artificial se hallen las respuestas y la planificación para un nuevo sistema social y económico que no deprede al planeta y estimule a la gente a seguir creciendo con más equidad.

Para eso debería ser la poderosa Inteligencia Artificial, una fuente inagotable de opciones y no nuestra condena.

De todas maneras, para concluir, dejaré detalles del movimiento decrecentista, ya que el tema de este artículo tiene que ver con ello. Mientras no aparezcan otros modelos de vida, habrá quien lo intente, cansado de existir para producir, consumir y parecer.

El International Degrowth Network (IDN) funciona como un ecosistema global de cooperación entre investigadores, activistas, artistas y educadores. Está estructurado en círculos sociocráticos: el General Circle, Working Group Circles (investigación, comunicación, activismo, práctica) y Continental Circles (Asia, América Latina, Europa, etcétera).

Una red educativa global clave es GROWL, formada por académicos, activistas y profesionales en 2013, con el apoyo del think-tank Research & Degrowth. El objetivo es articular colectivos, prácticas agroecológicas, economías solidarias y construir alternativas concretas.

Research & Degrowth International (R&D) lidera el eje académico e institucional del movimiento: promueven investigación, eventos como el Degrowth Summer School, Living Labs y participación en conferencias como Beyond Growth en el Parlamento Europeo.

Entre otros nodos el Scientist Rebellion agrupa científicos comprometidos en desobediencia civil no violenta, alineándose con el decrecimiento y la justicia climática. Según informes, ya hay más de 70 organizaciones y alrededor de 50.000 personas conectadas a este movimiento global.

En síntesis, el decrecimiento busca reducir impactos ambientales, redistribuir riqueza e ingresos, promover una transformación cultural hacia sociedades convivenciales centradas en autonomía, suficiencia y cuidados. Sus estrategias incluyen tres caminos complementarios: activismo oposicional, reformas institucionales y creación de instituciones alternativas (living labs, coops, monedas locales).

Un análisis reciente de 561 estudios muestra que casi el 90% son opiniones más que análisis empíricos, con metodologías débiles, muestras pequeñas y escaso tratamiento de políticas aplicables globalmente. Un artículo en el medio The Guardian de octubre de 2024 subraya que el decrecimiento tiene un problema de imagen serio: propuestas impopulares, difícil encaje en democracias donde el crecimiento económico es imperativo para el empleo, servicios y legitimidad política.

De todas maneras, la sociedad y sus gobernantes tendrán que disponerse, con seriedad, a resolver este problema: el crecimiento alocado y convulso, en un planeta que pide a gritos un respiro.