Y entonces llegó el momento que tanto temía. Permitirme cuestionar esa decisión que por muchos años mantuve firme…
Pensar en tener hijos nunca fue para mí un tema delicado ni mucho menos me quitó el sueño. Esta decisión la tuve muy clara desde muy temprana edad: vivir para y por mí junto a alguien con ideales similares. Solo los dos, construyendo un camino juntos que nos ayude a enriquecer nuestro mundo individual y en compañía. Este fue el plan de vida definido desde que empecé mi etapa de “adulta responsable”. Pero, ¿por qué tomé esta decisión? Bueno, con seguridad por la misma razón por la cual los demás toman la decisión de sí tener hijos: estilos de vida planeados por cada uno de nosotros. Sin embargo, ahora que estoy entrando a mis 40, ha empezado a rondar por mi cabeza la idea de tenerlos y últimamente me ha entrado un instinto maternal que antes no experimentaba. Aunque aún siento y pienso (con menos fuerza que antes) que tomé una buena decisión, tal vez, solo tal vez, me he atrevido a darme el permiso de replantear la pequeña posibilidad de un cambio de planes. ¿Por qué no?
Esta sería una decisión que cambiaría totalmente el rumbo del camino que he venido construyendo a lo largo de mi vida, y como últimamente no he hecho más sino lanzarme al abismo del “qué pasaría si…”, pues para qué perder la costumbre. Así que, decidí empezar a cuestionarme, no solo a mí sino también a mujeres y hombres cercanos que tienen hijos y también aquellos quienes no tienen; y esto es lo que he descubierto en el proceso de investigación:
Por mucho tiempo tuve esa creencia “feminista” (?) de que la responsabilidad de tomar la decisión de tener o no hijos, debía recaer principalmente en la mujer, ni siquiera en el hombre. Cuántos y en qué momento deseaba tenerlos, solo era decisión de ella y el hombre debía “obedecer” a sus mandatos. Pienso que las más impactadas en esta cuestión somos nosotras, no solo por lo que debemos pasar a nivel físico, hormonal, emocional y mental, sino también por nuestra realización como mujeres.
Pero no me malinterpretes, amiga, no desconozco la labor retadora y a la vez tan admirable que viven muchas mujeres que escogen este camino. Tomar esa decisión a conciencia junto a sus esposos, que las apoyan y las cuidan, es el escenario ideal. He visto cómo sus hij@s están siendo criados por unos padres extraordinarios, donde ellas se quedan en casa y ellos continúan trabajando. Por otro lado, conozco otros casos de mujeres increíbles que son madres solteras sin planearlo, quienes a parte de todo lo que conlleva guiar a una personita indefensa también trabajan, se encargan de la casa y de miles de cosas más con la ayuda de sus familias; pero por mucho apoyo que tengan de otras personas, el rol de mamá es irremplazable.
El orgullo y admiración que siento por estas mujeres es increíble, pero debo reconocer la cruda realidad: en algún punto han debido transformar su vida y se han olvidado un poco de ellas como mujeres y como personas para dedicarse completamente a otros y cumplir el mejor papel de mamá que pueden hacer (y de esposas llegado el caso).
Me he encontrado con amigas y conocidas del colegio y de la universidad que son mamás, y el discurso es muy parecido (no en todas, claro está): “nunca pensé que podría amar tanto a una persona y hasta dar la vida por alguien. Ser mamá es lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero (siempre hay un pero en todo) quisiera en algún momento volver a mi vida de soltera o por lo menos no tener hijos”. Incluso algunas de ellas me han aconsejado quedarme así tal cual estoy: sin hijos.
Ahora, miremos el rol que les toca a los papás: los hombres (por supuesto, no se debe generalizar) pueden continuar con su vida, con algunos ajustes en su rutina claro está, tratando de hacer lo mejor que pueden. Desafortunadamente en este tema de la crianza y mantener vivo a un ser humano que no se puede valer por sí mismo, hay responsabilidades que solo pueden hacer las mujeres. Tal vez, para la mayoría de los hombres puede ser muy fácil armar su plan de vida alrededor de una familia con X cantidad de hijos, pero creo que aún no alcanzan a dimensionar lo que esto implica para una mujer.
Hace poco conocí el extraño caso de una persona (hombre) que aún está soltero pero con intenciones de buscar una mujer con quien formar una familia y cuyo estilo y plan de vida lo tiene muy bien definido: desea tener dos hijos propios, y si las finanzas siguen funcionando bien, su intención es adoptar dos más; a eso se debe incluir los tres perros que ya forman parte de su vida. Pero eso no es todo, tiene su propia empresa muy consolidada y por su nivel de responsabilidad, debe viajar constantemente por periodos largos de tiempo alrededor del país y del mundo. Además, está desarrollando otro proyecto que es su pasión y todo inicio requiere de mucha dedicación, disciplina y tiempo.
En casos como estos, me cuestiono: ¿desean tener una mujer, una pareja, una esposa o solo una fábrica de (re)producción y crianza de hijos? Eso funciona bien con una empresa, donde pueden delegar a un equipo varias responsabilidades sin estar presente; pero, ¿hacer lo mismo con una familia? Ahí les dejo para que lo piensen mejor. Ahora, los tiempos cambian y hoy en día somos más las mujeres que pensamos (un poco más que antes), en nuestro desarrollo profesional y personal y la idea de tener hijos puede que esté en nuestros planes, pero ¿a este nivel de tener una familia tan grande?
Ahora bien, miremos el otro lado de la moneda; para este tipo de hombres con este nivel de vida, con seguridad tendrían la mejor intención y posiblemente pensarían en poner a disposición de su pareja un equipo de apoyo, el cual sería de muchísima ayuda. No obstante, si yo me pusiera en el lugar de su pareja y como mamá, desearía tener el soporte, el cariño y el cuidado de él a mi lado en todo momento y claro, que mis hijos crecieran con un papá presente. Aunque, ¿dónde estaría mi yo como mujer en todo esto? Tampoco permitiría que una persona extraña, con otros valores, costumbres y hábitos criara a mis hijos mientras yo sigo trabajando y desarrollándome como profesional y cuidándome como mujer. Conocí este caso donde los niños eran más apegados a la niñera que a los propios padres y cada vez que viajaban, debían hacerlo con esta persona extraña porque se sentían más cómodos y “seguros” a su lado.
Por otro lado, no niego que ver un hogar lleno de pequeños, jugando, cantando, haciendo bromas, corriendo de un lado para otro con personitas casi iguales a mí y a mi pareja, escuchando decir sus primeras palabras con vocecitas agudas y tiernas mientras dan sus primeros pasos como si hubiera tomado mucho licor y bueno, todo lo que viene después, es algo que me conmueve un poco el corazón. Tengo 3 pequeños y hermosos sobrinos y cada vez que los veo, algo en mí se conmueve. Si por estas personitas que no son “mías” del todo siento un amor tan puro, no me quiero imaginar yo de mamá. ¿Cómo sería?
La conclusión, es que aún no hay conclusión, ni decisiones tomadas. Sigo en el medio, tal vez aún tirando de un lado más que del otro. Aunque más allá de este dilema, es bonito saber que me puedo permitir cuestionar mis propias decisiones sin remordimiento ni cargo de conciencia. Con apertura para pensar diferente y saber que siempre tengo la oportunidad de ser yo quien tome las riendas de mi vida y sobre todo tomarlas por mí. También se vale cambiar de opinión. No todo tiene que ser de la misma forma por el resto de mi vida.
A lo mejor la vida me da una sorpresa, o tal vez no. No me preocupo por eso, ni me arraigo a una sola idea. Bienvenido todo lo que me dé paz, felicidad, experiencias memorables y me hagan sentir que mi vida vale la pena vivirla para mí y para los demás.