Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.

(Antonio Machado)

Este reflujo de percepción y sentimiento, a través de ventanas que son estrechas y poco alumbradas, constituyen esta sensación de mí mismo que me autodefine y delimita, y establece los linderos del desplazamiento de ese yacer allá “afuera” que contiene, de una manera extraña, dentro de mi universo observado, los cariños que me traspasan y me atan a la vida con la alegría del ser.

Esos tropiezos con cada uno de ustedes, de donde salgo no solo ileso, sino sanado, conformado, y expandido de este contenido de limitaciones corporales.

Cómo se va derritiendo el tiempo en relojes de Dalí, y qué dicha ha sido tropezar con cada uno de ustedes en este devenir, en este desdoblamiento cósmico, en el cual andamos ciegos, pensando, para poder vivir.

Pero sin embargo sentimos, mis queridos amigos, sentimos. Yo en vísperas del día en que nací, hace unas décadas, esta noche quiero cantarle a cada uno de esos encuentros que embelesan, a las miradas verdes, las carcajadas de burbuja, la ternura ignota y los sinsabores.

Quisiera hoy resbalar por los humorosos incidentes que alivianan nuestro baile, aquilatar las tensiones que forjan nuestra intimidad, y saborear esa salsa de vida en la cual chapoteamos en medio de cuentos que son realidades y realidades que son cuentos.

Las definiciones y las palabras que nos decimos no importan nada. Son cero, al lado de los coquis cantando, del billar con amigos y la cara que pone un amigo goloso cuando le robas algo de su plato.

La amistad. Esos lazos sanskáricos que se remontan a las nubes de neutrinos, mucho antes de que Colón “descubriera” a la Isla de San Salvador.

Eso de ver gente dormida con la boca abierta en serias conferencias: Cuando alguien lo notó y guardó allí en boca abierta algunas cosas en lo que empezaba su panel, que duró exactamente un milenio menos que su planificación.

Cómo nos movemos todos en los salones de Cristobalón y más allá.

A paso fino, ego confundido, marcha sigilosa entre sillas y rostros risueños.

Cuando me acerco a paredes y ceños, a veces pienso por qué, qué raro es este espacio extra-molecular de nuestros cuerpos envueltos en palabras e ideologías como regalos de una aburrida navidad sin vida. ¿Por qué no mejor comer algunos bocadillos y caminar por calles adoquinadas de una vieja ciudad, chismeando amorosamente sobre alguien más?

Pero ahí vamos siempre todos, verdes burbujas tiernas con mezcla de musaraña, juntos de la mano en cofradías secretas, masticando palabras para incomunicarnos en ruido, mientras en realidad ya todo lo hemos sido, cuando nos hemos abrazado en nuestros colores y sentido en secreto de voces, las ternuras, los sinsabores, las alegrías, y los amores.

Y en las miradas entre nous sabemos que nada ni nadie nunca podrá perturbar esa realidad comunicada en esos momentos, cuando nos percatamos de nuestra común esencia humana, en antesalas, en conferencias y bares cuando, como orquestas o conjuntos musicales, entonamos esa sintonía que nos atrae y nos confunde como la melodía aquella del flautista de Hamelin, y echamos a andar, sin lugar a ninguna duda posible, esa armonía, esa unicidad, que es la raíz de nuestra humanidad.

Mis queridos compañeros de viaje, conocidos o no, que con mirada hosca o tierna recibieron mi presencia en aposentos y contextos diversos, cuánta dulzura, sabrosura y misterio hemos mezclado para generar la naturaleza particular de nuestros encuentros y relaciones.

Cuánto he aprendido de cada uno de ustedes, que muchos dientes nos hemos enseñado (y a veces en gruñido) pero la mayoría en risas, que como cascabeles se derraman en el piso y revisten todo de alfombras acogedoras.

Surgen ahora al final, todos estos momentos como puntos de un rosario de imágenes que revolotean en mi mente mientras voy ahora recuperando el aliento, después de tanto caminar y tanto aspaviento.

Recuerdo como rechinaban los pisos, con las pisadas duras de los cuerpos animosos y las mentes fragmentadas, cuando al hacer cada uno nuestra música, se nos olvidaba la armonía de la orquesta.

Perdón, por esos traspiés innecesarios, pero picantes, que acentuaron nuestros encuentros en esos días de paso, por el enfurruñamiento que rebotaba en los pasillos, la indignación, y esta confusión amelcochada que me define y me previene ser atinado y decir lo que siento al momento y ceder ante todos, y menos ante los ojos verdes de alguna.

Porque hasta ahí llegué yo….

Pero que de cosas no dirá uno después de tomarse unas cuantas copas de vino en su cumpleaños, al revisar toda una vida, y recordar lo mucho que nos hemos peleado, divertido, conocido, y querido en este transcurrir, en este cuento tan lindo, en esta caravana de gentes, en este concierto de vida.

Gracias. Y un gran abrazo a todos. Y a los ojos verdes además un beso, un beso.