Esta exposición consolida la preferencia de Teca Sandrini por la pintura como un lenguaje oblicuo sobre la realidad, un conocimiento que habla a través del silencio de las mujeres, sus deseos y ensoñaciones. En las diversas técnicas y lenguajes que experimentó, siempre estuvo presente la estructura diagonal, que el Barroco veía como la mejor manera de expresar el movimiento y la vida.

Además de las zonas de transición, Sandrini tiene al menos tres fases principales. En Las polacas, la joven gorda, recluida en una plaza y rodeada por todos lados de trastos, signos de la vida doméstica cotidiana, oscila entre lo ingenuo y lo mordaz. Son mujeres inmersas en las tareas, en los trastos –ollas, sartenes, cajones–, en una locura organizada. Ni heroínas ni víctimas, sólo amas de casa atrapadas en sus tareas rutinarias.

Más tarde, en un flirteo con el surrealismo, los animales se entrelazan con los seres humanos, quienes poco a poco se desvanecen y dan paso al objeto hasta que, finalmente, se rinden. En la saturación de objetos, Teca siente la necesidad de vaciarse... Esta es la fase de Fragmentos. La mujer se esconde y da paso a cajones y sillas: un lugar de secretos, de lo guardado y de la espera.

Surge un coqueteo con la abstracción. Pero no se trata de una abstracción pura: el lado emocional del expresionista no desaparece. Cambia la forma femenina y los animales por la violencia de los colores y la concentración en el fragmento.

La dificultad galopante de la visión inaugura la fase Stains, en la que el artista permite jugar con las formas. La materia concreta y la geometría se funden con las emociones de la vida, disfrazadas de manchas, espontaneidad y expresividad, acercándose al all-over. Los colores fuertes dan paso a grandes manchas y, en las luces que se desvanecen, el blanco emerge como luz. Surge una nueva pintura no narrativa.

La teca de hoy se perfila en manchas. A excepción del recorrido por las Marías, que parece un concierto con todas las mujeres del pasado, sus cuadros son reminiscencias de vida. Hay que perder el paraíso terrenal para vivirlo verdaderamente, decía Bachelard. La pérdida de parte de la visión agudiza la mirada e intensifica el deseo de ver el mundo. Su pintura sigue siendo el ejercicio de una religión profana, porque está inmersa en el mundo;ontológico, porque está inmerso en la inmensidad del lenguaje del arte; íntimo y, por lo tanto, verdadero. Metáfora de la resistencia, poética de la mirada, elogio de la mano.

(Texto por Maria José Justino. Curadora)