Ser artista no lo convierte a uno en dios. Yo entiendo el arte y al artista no como el señor de la genialidad, sino como el ebanista de la realidad.
Regularmente se escucha a los artistas quejarse de que no tienen trabajo, que el Estado no cumple con la promesa de aumentar los fondos para el arte y la cultura. Muchos son personajes que, de alguna manera, exigen que el Estado les garantice su carrera artística.
Yo me pregunto: ¿Cuántos ingenieros u otros profesionales no trabajan en su especialidad? Son muy pocos los que logran cumplir el sueño de ser felices ganándose los porotos trabajando en lo que estudiaron. Mientras, la gran mayoría se ve en la obligación de trabajar en lo que se pueda.
¿Pero qué importancia y responsabilidad con la sociedad deberían tener los artistas cuya obra ha visto la luz por arte y magia del Estado? Arte que, en muchos casos, existe gracias a quienes se han convertido en burócratas expertos, llenadores de formularios de concursos culturales.
Hoy todo pasa por tener que convertirse en verdaderas pymes que constituyen la llamada industria cultural. Industria que nació gracias a algunos iluminados, varios de los cuales ya no viven en el país. Entonces, ¿qué responsabilidad, qué obligación le cabe al Estado de tener que financiar industrias?
Otro aspecto negativo de estos concursos es que no existen criterios definidos que apunten al desarrollo normal de esta actividad, sino que funcionan en relación con intereses políticos del momento y a temas de moda, con gobiernos que llegan sin proyecto, que ponen de ministros a personas inexpertas; algunos, supuestamente expertos en rating de TV, pero con malos resultados; o, con frecuencia, a miembros del gremio del teatro. La moda afecta a todo el mundo cultural, principalmente a los festivales de cine, eventos donde los organizadores, según esa premisa, definen las películas que participarán. Un ejemplo muy claro de este principio fue lo sucedido con el film chileno Una mujer desconocida, que ganó un Oscar. No fue por su calidad que obtuvo el premio, sino porque el tema que la película abordaba en ese momento era trending topic en Hollywood. Un reciente ejemplo de populismo político fue lo sucedido con el proyecto del monumento a Gabriela Mistral, el cual se definió a través de un sistema delivery express.
Seguir exigiendo que el Estado sea quien financie el arte y la cultura, simplemente, obedece a no entender que vivimos en un mundo que no es el que soñábamos. Muchos artistas, en su mayoría de izquierda, siguen actuando como si no se hubiera caído el muro de Berlín.
Los artistas del mundo de hoy deben aprender a usar la tecnología para desarrollar su arte. Los tiempos que vivimos obligan a ser artistas autovalentes, a saber usar los nuevos medios, como Internet y las redes sociales, para autogestionar su actividad.
Mirando YouTube, hace algunos años descubrí al artista español Antonio García Vilagrán, pintor y académico, que hoy por hoy es quien más vende obras en el mundo gracias a Internet. Este artista se fue convirtiendo en un verdadero experto en el uso de este medio. Un personaje magnífico. Un verdadero artista, un maestro, quien ha escrito libros enseñando sus experiencias para quien desee vender su arte online. Un auténtico artista del mundo global, sin fronteras y colaborativo. Como pocos.
Carlos Vieira y Rodrigo Gonçalves B.
Otro ejemplo reciente de resiliencia en nuestro país es nada menos que el gran Jorge González, exlíder del grupo musical Los Prisioneros, quien, pese a las dificultades de salud producto de un accidente cerebrovascular grave, después de unos años nos sorprende nuevamente con su arte. Trabaja en su estudio casero, usando la tecnología como instrumento, la que finalmente le permite subir su creación musical a la plataforma Bandcamp, un servicio en línea muy recurrido por músicos, donde logran un pago justo por su obra.
El aislamiento social que estamos viviendo por causa del individualismo imperante y, por qué no decirlo, por efecto de la tecnología y sus redes sociales, cuyos algoritmos acentúan aún más el resultado al vincularnos automáticamente, de preferencia, con quienes piensan como uno, trae por resultado que nos empoderemos aún más con nuestra verdad. Resultado que aleja todavía más el diálogo con quienes piensan distinto. El millón de amigos de las redes no son nuestros amigos. Los verdaderos surgen de la convivencia real, del compartir físicamente presentes y no virtualmente.
Creo que uno de los roles del arte y de sus creadores es que seamos capaces de comunicar mensajes que ayuden a recuperar la confianza, a perder el miedo a lo diferente, a desenmascarar tabúes, a correr fronteras mentales, a saludar la belleza en todas sus manifestaciones, a emocionar, a reflexionar, a encontrarnos. De esta manera, inducir a lo fundamental, que es la conversación, el diálogo. A participar en un ejercicio de creación colectiva, esculpiendo juntos nuestro destino. Acción donde vayamos retirando, desechando todo aquello que no sirve, que estorba y permita que surja la sociedad como resultado de una creación colectiva.
Mientras hubo una posibilidad de huir se quedaron todos en la cárcel.
La posibilidad de escaparse era una libertad que nadie quería perder.
Hoy debemos funcionar como pequeñas empresas. Todos, de una u otra manera, siempre hemos sido empresarios de nuestro destino. Debemos asumir que la autogestión es nuestra tarea como artistas. Como gestores culturales y como artistas libres de prejuicios, tenemos la tarea y necesidad de buscar abrir un diálogo con los grandes empresarios para juntos reflexionar sobre la importancia de la cultura y el arte en el desarrollo armónico del país. De paso, estaremos ayudando a vaciar la pesada mochila del Estado, permitiendo de esta forma que priorice los temas esenciales para la gente, que no son otros que la educación, el trabajo, la vivienda, la salud y el transporte. Temas fundamentales para lograr un equilibrio social más justo y así garantizar la paz social.
Lo fundamental para el éxito de lo expresado es no tener miedo a la alternancia política. Hay que verla como una forma de potenciar y garantizar la democracia. De paso, sirve para sanear el Estado, tan recurrido por las redes políticas, al menos cada cuatro años. Estado al que tanto criticamos, pero exigimos a la vez. Debemos entender y aceptar que no es un problema que alguien tenga autos de alta gama si el resto de la gente disfruta de un buen transporte público. El mismo principio es válido para el resto de los temas. Caminar y avanzar se logra dando un paso con la pierna izquierda y luego otro con la derecha. O como dijo el sabio Nicanor Parra: la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.
En un presente dominado por la falta de diálogo, donde la información fluye más a través de las redes sociales, creo necesario detenerse frente a la encrucijada del fenómeno de las fake news. Es absolutamente fundamental recuperar el verdadero significado y valor de la palabra, del mensaje. Hoy debemos también estar alertas con las imágenes debido al masivo uso de la IA.
En un mundo dominado por los llamados nativos digitales, se hace imprescindible valorar la experiencia de hacer uno las cosas. Es cuando hacemos nosotros las cosas que las aprendemos. Cuando vivimos las experiencias es cuando las valoramos.
Fernando Matavele y Rodrigo Gonçalves B.
A propósito de la frase una imagen vale más que mil palabras y de las experiencias o vivencias personales, hace unos días, revisando mis múltiples cuadernos y libretas de apuntes de mis años en Suecia, pero principalmente de aquellos que viví en Mozambique, encontré una serie de escritos de una época cuando aún no existía Internet y menos soñábamos con la IA. Entre ellos, algo que me comentó ese lindo viejo lobo de mar, Francisco Coloane, y que se transformó en ley para mí: Lo que oigo lo olvido, lo que veo lo recuerdo, lo que hago lo sé.
Uno de esos recuerdos del pasado es de cuando filmé para Naciones Unidas el documental titulado The Right to Survive, film que describe la labor que realizaba ese organismo llevando alimento a los refugiados que vivían aislados en zonas afectadas por la guerra civil impuesta por la Sudáfrica del apartheid.
Beira 13 de mayo de 1987.
Nota: Detalle después de filmar en Caia, provincia de Sofala, Mozambique.Después de volar durante 45 minutos sentado sobre cientos de sacos con granos de maíz, en un viejo avión DC 3. Aquellos que volaron durante la segunda guerra mundial. Mientras volábamos a gran altura, con mi colega, mirábamos aterrados como de remaches en las alas del viejo avión chorreaba profusamente un aceite negro. Aterrizamos realizando un vuelo en espiral sobre la diminuta pista de tierra. Una vez que aterrizamos fuimos informados por los pilotos de la proximidad de tropas enemigas. Los dos pilotos ingleses, eran unos auténticos personajes de Woodstock 69. Lucían largas cabelleras, frondosa barba rubia, vestían bermudas, sandalias, su torso desnudo y una lata de cerveza en sus manos.
Debimos descargar y filmar rápido para despegar antes que la guerrilla enemiga se aproximara y sus disparos pudieran dañar nuestro avión. Mientras repartían los sacos con granos de maíz, nos internamos unos doscientos metros hasta encontrarnos bajo la sombra de enormes árboles. Sombra que cubría a cientos de niños que yacían bajo ramas de palmeras, en un intento de protegerse de los implacables rayos solares. Eran diminutas figuras, fatigadas por el hambre, cuerpos desnudos, con la piel seca adherida a sus huesitos. Verdaderas imágenes Rayos X de una cruel escena. Cuerpos ahumados a fuego lento. El olor reinante aún es imposible eliminar de mi memoria.
Este recuerdo me hace pensar en los inicios del cine, de ese cine documental que registraba la realidad mundial. Aquel cine que se hacía con negativo, al igual que aquellas imágenes captadas por fotoperiodistas en diversos y múltiples conflictos bélicos del siglo pasado. Negativos que, sumergidos en baños químicos, lentamente van develando dramas que describen con tanta belleza. Soy un convencido de que la belleza no falta a la ética si describe un drama; por el contrario, la belleza lo universaliza. La belleza traspasa idiomas, emociona. Insisto: la labor del artista es involucrarse socialmente e involucrar a la gente a través de su trabajo.
No puedo dejar de compartir otro pequeño recuerdo audiovisual que me llamó mucho la atención el primer día que visité el Instituto de Cine de Mozambique en 1983.
Es un fiel reflejo de la aldea global que compartimos, donde algunos, lamentablemente, no disfrutan aún de sus privilegios, sino que sufren las limitaciones del aislamiento, pero luchan dignamente por superar las secuelas aún vivas de un pasado de siglos de colonialismo y apartheid.
El director del instituto de cine amablemente me hizo un tour por los distintos departamentos que componían el INC. Al momento de abrir la puerta que daba hacia un largo pasillo que introducía a la zona de edición, sorpresivamente no pude contener la emoción al oír a gran volumen la voz maravillosa de nuestro gran Lucho Gatica interpretando Esta noche pago yo.
Con los pelos de punta, ese que canta es chileno, exclamé. Sin titubear, me dirigí a la sala desde donde provenía la voz. Frente a la moviola estaba José Cardoso, director del film O vento sopra do norte, el primer largometraje mozambicano que se realizaba desde la conquista de la independencia de los portugueses en 1975. Junto al director estaba Fernando Matavele, editor y futuro gran amigo, quien sería el editor de la mayoría de mis veintidós documentales que realicé en Mozambique.
La escena con Lucho Gatica retrataba algunos momentos previos a que se proclamara la independencia del país. Gracias a Diana Manhiça, fundadora del Museo do Cinema de Mozambique, la comparto con ustedes:
Fue a fines de los años noventa, al concluir un partido de tenis y saliendo del court central de tenis del Estadio Nacional, que veo llegar a Don Lucho Gatica. Después de un apretón de manos y comentarle la anécdota, Don Lucho simplemente guardó silencio.