Las identidades no son entidades esenciales construidas eternamente, pero adquieren cierta idea de continuidad en los agentes sociales cuando miran hacia el pasado en relación a un presente marcado por procesos coloniales que la descolonización no terminó de resolver.
Así, en el documental Soy colla (dirigido por Rodrigo Hernández Lira), el protagonista adquiere un tono romántico de defensa del patrimonio y de la ecología, destruida por los intereses de compañías que despojan a la tierra de su cubierta vegetal, contaminan ríos y enferman a aquellos que habitan en sus proximidades.
En gran medida, la reacción del protagonista es la única que se presenta como coherente con su sistema de valores, idiosincrasia y la cosmovisión de grupos cercanos a pensamientos ontológicos premodernos que han vivido de la agricultura u otras formas herederas del pastoralismo, y que fueron incorporados a los proyectos nacionales tardíamente y por medio del despojo de sus formas de vida.
Soy colla se presenta como un testimonio de identidades tradicionales que se construyen a sí mismas con el recuerdo reactivado por los mayores, por lo que el anciano (vestido entre la ropa occidental del campesino y ciertos elementos propios de su cultura ancestral) rememora y reafirma, en la narrativa, el poder de la memoria y las creencias en una libertad interior, así como una relación entre el hombre y la naturaleza en la que aquel todavía no se había escindido de la última.
Por tanto, representa la noción de que “las identidades, tanto colectivas como individuales, académicas o indígenas, son entramados relacionales en donde las partes no pueden ser entendidas en aislación” (Lazzari, 2012:4).
Pero para Don Gerónimo Escalante (como él mismo se identifica al comenzar el documental, con un término empleado por los españoles, como es “don”) es la tierra, la pertenencia a una etnia como los collas, la que le da un lugar en el mundo y un sentido a su vida, como a la vida de todos en el planeta, según vamos viendo en el relato que construye a partir de la exposición y narración de su vida y sus experiencias.
Gerónimo (cuyo nombre en lenguaje colla ya no recuerda, y me pregunto si habla aún esa lengua algún miembro de la comunidad) se sigue identificando por los signos exteriores del tejido, el uso de instrumentos como el “tambur” y los rituales y las prácticas pastoralistas.
Tráiler de Soy colla, de Rodrigo Hernández Lira.
Escalante declara su alteridad como forma de vida y resistencia ante el paso y el peso de la economía que destruye los ecosistemas, y a pesar de que “ciertamente, la idea de que asuntos territoriales, políticos y jurídicos se diriman a partir de distinciones raciales y tradiciones ancestrales es muy discutible” (Kuper, 2003; Holtrof, 2009). “Supone desaprender todo lo logrado en la comprensión de las identidades como constructos coyunturales y dinámicos, y no difiere conceptualmente del esencialismo racista” (Aguilera Durán y Viaña Gutiérrez, 2016:48-9).
El discurso del documental no invalida el rol activo de quienes tienen un elevado sentido de pertenencia y compromiso con un pasado, incluso si pudiera parecer que solo se trata de una respuesta a un esencialismo racial colonialista blanco.
El sentido de la lucha de Don Gerónimo Escalante es el amor y lealtad a la precordillera chilena, una búsqueda de solidaridad para salvar a la naturaleza en medio de la vida que no es natural en las ciudades, con su existencia falsa, porque el protagonista de Soy colla percibe (siente) la alteridad que lo rodea, la enajenación del individuo moderno con respecto a lo que lo rodea y la pérdida de confianza y de sensibilidad hacia el otro.
En el documental, Gerónimo des-cubrió unas prácticas rituales con el agua para la Pachamama, quizás con elementos cristianos al estar mediada por el uso del idioma español: tal vez en las frases “la divina agua” o “la divina tierra” haya solo un parecido con otros contextos y sistemas de prácticas en el vocabulario. Pero aún así, se siente latir un sentimiento sincero de culto a la naturaleza y a su diosa.
Es colla aunque no exista más el mundo que construye el esfuerzo sistemático de la memoria: es la memoria una forma de hacer el pasado-presente-futuro en que el pasado, como espacio, como símbolos eternos las montañas en la cordillera, el rio y los animales refuerzan el vínculo con los ancestros y con lugares tangibles que marcan una forma de ser y estar en el mundo, muy diferente de la individualidad moderna que encierra en museos el pasado para que no se le escape, como si volviera a conquistar territorios por medio de ellos.
Dos formas de entender y vivir en el mundo aparecen en conflicto, dos maneras de construir identidades, siendo una de ellas la que se basaba en los saberes ancestrales, con escasos medios tecnológicos, pero con una confianza en lo permanente y que parecía respetar más a la naturaleza, aunque la modificara.
Referencias
Aguilera Durán, T. y Viaña Gutiérrez, A. (2016). "El otro bajo tierra: reflexiones sobre identidad, alteridad y arqueología", Revista Arkeogazte Aldizkaria 6, 7-54.
Gnecco, C. (2008). "Discursos sobre el otro: Pasos hacia una arqueología de la alteridad étnica". Revista CS, 2, 101-129.
Hernando Gonzalo, A. (2009) El Patrimonio: entre la memoria y la identidad de la Modernidad. PH, 70, 89-97.
Lazzari, M. (2012). "El pasado-presente como espacio social vivido: identidades y materialidades en Sudamérica y más allá (primera parte)". Nuevo Mundo Mundos Nuevos.