Este 2025 se estrenó la ópera prima de la directora y guionista noruega Emilie Blichfeldt: Den stygge stesøsteren. The Ugly Stepsister, como se la conoce internacionalmente, o La hermanastra fea, para los amigos hispanohablantes. No es otra cosa que la conocida historia de La Cenicienta, pero contada a través de la perspectiva de -adivinaste- una de sus hermanastras. Abundan las versiones de este cuento de hadas, tanto en cine como en formatos literarios y orales, pero Blichfeldt logra darle un significado que no tuvo ninguna otra interpretación antes.
Versiones literarias
La versión escrita más antigua que lleva el nombre “Cenicienta” (historias similares que no se llaman así se pueden encontrar en la Antigua Grecia y en China por el siglo IX), publicada en 1634 por Giambattista Basile, comienza con la protagonista asesinando a su primera madrastra para luego ser castigada con una peor que además trae a sus hijas, tan malvadas como ella. En 1697 aparece la versión más difundida, de Charles Perrault, introduciendo el elemento de la medianoche como el límite después del cual el hechizo que daba a Cenicienta los lujos para impresionar al príncipe se rompería. No puede faltar la interpretación de los hermanos Grimm en la que se acentúa la figura de la madrastra, que obliga a sus hijas a cortar pedazos de sus pies con un cuchillo para que puedan entrar perfectamente en el zapato.
Versiones cinematográficas
En el séptimo arte, seguramente el primer ejemplo al que va a apuntar la mente es el clásico de Disney Cinderella de 1950, tal vez los más jóvenes piensen en su remake en imagen real de 2015. Ambas películas se basan mayormente en el cuento de Charles Perrault. Encontramos otras adaptaciones que buscaron variantes a la historia tradicional como Ever After: A Cinderella Story (1998), dirigida por Andy Tennant y protagonizada por Drew Barrymore y Anjelica Huston, en la que los elementos mágicos son descartados hasta el punto en que el hada madrina es reemplazada por un anacrónico Leonardo Da Vinci; o A Cinderella Story (2004) que trae la historia de Cenicienta al tiempo presente.
La belleza como la virtud que trae todas las virtudes
Un concepto que une a todas las versiones de la historia de La Cenicienta es la belleza física como espejo de la bondad interior. Puede estar más matizado o puesto con más énfasis: tal vez las hermanastras no son necesariamente feas, pero siempre son considerablemente menos bonitas que Cenicienta y, en consecuencia, son las malas de la historia. Tal vez la protagonista comete un acto impropio de una persona bondadosa, como en la versión de Basile, pero esa acción es instigada por la madrastra y finalmente la belleza de Cenicienta lava ese pecado; y el cuento termina con la moraleja “más puede la hermosura que billetes y escrituras”. Estas iteraciones de la misma historia están siempre atravesadas por una idea platónica de la belleza: aquello que es bello es, por lo tanto, bueno y verdadero. Si nos atrevemos a desafiar a Platón, tenemos que impugnar ese pensamiento y decir que la belleza puede ser una virtud, pero toda virtud puede convertirse en un vicio si no se tiene mesura. La valentía es una virtud, pero en exceso puede convertirse en estupidez temeraria.
El elemento que más se destaca en La hermanastra fea es el tratamiento de la belleza o, mejor dicho, de la idea de la belleza como cánones impuestos y dañinos. A través de la forma en que muestra los cuerpos, expuestos a la mirada ajena y sometidos a procedimientos estéticos dolorosos, construye una reflexión de la persecución del ideal de belleza como la corrupción del humano.
El giro de La hermanastra fea
Emilie Blichfeldt hace algo muy astuto con el guion. Usualmente en las distintas versiones de esta historia hay un baile o una seguidilla de bailes en los que la protagonista puede encontrarse con el príncipe. En esta película hay un proceso selectivo, semejante a un Miss Universo de antaño, en el que se van eliminando participantes hasta conformar un grupo selecto de chicas jóvenes que asistirán al gran baile para poder conocer y, potencialmente, casarse con un hombre noble; siendo el príncipe el objetivo principal. Nuestra protagonista: Elvira (no vamos a llamarla “la hermanastra fea” todo el tiempo), para lograr pasar estos filtros, se expone a métodos de adelgazamiento cuestionables y cambios estéticos que rosan la tortura, como la implantación de pestañas postizas o la versión medieval de una cirugía de nariz.
La cámara tiene una fijación con el cuerpo de Elvira y sus “imperfecciones”. Más de una vez se detiene en primeros planos de elementos como una panza abultada que cae sobre un regazo o un grano siendo reventado. A través de la mirada de la protagonista, la cámara también se fija en los atributos socialmente deseables de los cuerpos ajenos. Porque el cuerpo es el campo de batalla entre la realidad y las terribles expectativas. Elvira ve su cuerpo como algo que tiene que moldear, sin importar el sufrimiento o los daños a largo plazo, para encajar en un estereotipo que le asegure ser deseada y próspera. En este punto es inevitable ver como Blichfeldt denuncia la obsesión por las intervenciones estéticas del mundo actual, procedimientos cuyos resultados hemos visto en innumerables actores y, sobre todo, actrices que son empujadas a perseguir un ideal de belleza eternamente inalcanzable para terminar con rostros que resultan desconcertantes por lo artificiales y deshumanizados; generando en quién los ve una nostalgia por épocas en las que las mujeres reconocidas como bellas tenían cada una un rostro diferente y particular.
Este giro podría haber sido muy sencillo: volver a la hermanastra fea buena y mala a la bonita Cenicienta. Pero es de esos prejuicios de los que quiere escapar esta película. Elvira y Cenicienta no son buenas o malas en relación a su belleza o fealdad. Tienen actitudes bondadosas o ruines según las circunstancias, porque son personajes más complejos que en el cuento de hadas tradicional; algo que es esperable en una película de casi dos horas en oposición a una historia corta que busca dejar una moraleja simple. Ya no es la falta de belleza el espejo de una maldad interior, sino que es la búsqueda obsesiva por encajar en un modelo de belleza lo que envilece. No se toma un rostro simétrico, un estómago chato o unas pestañas largas como indicio de bondad. Se muestran cuerpos vejados y cercenados por una idea de la “belleza”, que por ser una visión distorsionada y desmesurada de una virtud se vuelve algo grotesco.