Corría el año 2017 y me encontraba llegando a un país que era totalmente desconocido para mí. Aunque mis deseos de poder conocer y empaparme de su cultura eran gigantes, estos, no fueron suficientes en principio para que lograra entender realmente en qué tipo de país me estaba adentrando.

Haití fue habitado originalmente por taínos, bellos indígenas de piel roja, procedentes de América del Sur, los cuales estaban asentados principalmente en la isla la Española, lo que actualmente conocemos como Haití y República Dominicana.

La historia de cómo desaparecieron los taínos clásicos y que los haitianos de hoy, sean un pueblo de procedencia étnica africana, es una historia de dolor y violencia, como cada relato que acompaña las conquistas de tierras lideradas por seres humanos. Con la llegada de los europeos, producto de enfermedades introducidas, matrimonios interraciales, y la imposición de colonias francesas e inglesas, y con esto el posterior tráfico de esclavos africanos, en menos de 30 años redujeron dramáticamente la población taína de unos 60.000 a unos 600 habitantes.

Haití o “Ayti” significa en lengua taína, tierras altas o país de montañas, tierras que originalmente estaban cubiertas de un follaje espeso con una flora y fauna muy diversos, pero que al momento de mi llegada, pude ver con tristeza como muchas de estas montañas estaban totalmente deforestadas por la tala excesiva e indiscriminada de árboles, ya que con ello se produce el carbón. Y es que con este residuo logran su principal combustible con el cual cocinan y también obtienen algún ingreso económico al venderlo en las ferias populares.

Muchas cosas cautivaron mi atención al momento de llegar a este país, una muy llamativa era ver a niños solos por muchas partes, niños de corta edad cuidándose mutuamente, llevando a bebés en brazos y alimentándoles. Muchas veces con muy poca ropa y los más pequeños totalmente desnudos. Y es verdad que el clima tropical acompaña bastante para no sentir frío, pero su desnudez iba mucho más allá de la temperatura, y es que parecían estar llenos de una libertad heredada, donde la sencillez de la vida, y la precariedad de objetos, hacían la vida más simple, austera y alegre de lo que el modelo consumista imperante nos “enseña”.

El objetivo de mi llegada a este bello país, era instalarme junto a un grupo de cinco misioneros cristianos en una comunidad que se encontraba al sur de Haití, en la cima de un cerro que tenía por nombre Source Jean-Jacques. La meta, levantar un hogar para niños huérfanos. Si bien las diferencias culturas con mi país natal Chile, eran muy evidentes, mi percepción de la realidad seguía muy empapada de lo que yo entendía de la vida y no logre aterrizar lo suficiente para poder discernir fielmente la cultura haitiana, y con ello, todo lo que implica el entendimiento de la vida misma y de cómo muchos de ellos más bien sobreviven en medio de un país y una cultura, que cada vez pareciera más semejante a la violencia con la que fueron “conquistados” que a la vida apacible y alegre de la que fueron parte.

Comenzamos conociendo poco a poco a las personas de la comunidad de Source Jean-Jacques y aunque las relaciones con varios adultos fueron muy cercanas y sinceras, fueron sin duda los niños quienes más se acercaron o sintieron curiosidad por relacionarse con nosotros, o con “los blancos” como solían llamarnos en ese entonces. Recuerdo incluso en una ocasión que una pequeña fue dominada por un grado de curiosidad tan alto, no se pudo aguantar y en un momento, mientras jugábamos con ellos, lamió el brazo a uno de los misioneros, pensando quizás que nuestro sabor de la piel era distinto al de ellos por ser diferentes en color.

Mientras continuábamos con la construcción del Hogar de niños, la misión decidió que era necesario hacer algo frente a la pobreza y la necesidad de alimentos que muchas familias vivían. Así que cada día, junto a mujeres de la comunidad cocinábamos alimentos para todos los niños que necesitasen y así ofrecerles un plato de comida, por lo menos una vez al día. Esas instancias de almuerzo con los niños, a las que asistían una cantidad de 20 a 80 niños, fueron también una buena oportunidad para realizar actividades educativas y diferentes juegos, buscando con esto, una instancia más de poder acercarnos a ellos, conocerlos y ver en qué cosas podíamos serles de ayuda.

Un día entre los misioneros se nos ocurrió que podíamos hacer una actividad donde cada niño pudiese dibujar algo con lo que soñasen a futuro, quizás alguna profesión que quisieran desarrollar; ser profesor, doctor, pintor o lo que ellos quisieran, pero que fuera algo que anhelaran profundamente en sus corazones. Los niños respondieron muy optimistas frente a la propuesta, y es que el solo hecho de ver lápices de colores y hojas blancas a disposición, delineaba en sus rostros una sonrisa fresca y expectante que transformaba toda la tarea en una dulce experiencia para el alma de todos. Cada niño buscó la posición más cómoda que pudo, algunos se tendieron sobre el pasto, otros se afirmaron en árboles, y varios se apoyaron en peldaños de escaleras, pero ninguno quedó sin plasmar sus deseos.

A medida que avanzaba el tiempo y los misioneros nos paseábamos entre los niños, vimos que varios de ellos comenzaban a terminar sus dibujos, así que los invitamos a que se acercaran a nosotros y nos contaran qué sueños habían dibujado. Puedo decir, que ese momento marcó un antes y un después en mi forma de entender la vida haitiana, y es que desde el primer dibujo que vi, mientras oía la descripción del niño, mi corazón se encogía de tristeza y culpa, y pensaba en como no fuimos capaces de ver los verdaderos colores de su existencia.

Reginal, de aproximadamente unos 8 años, había dibujado una casita pequeña de paja y dentro de la casa, una cama, una cama de verdad, no una de aquellas esterillas de paja que ellos usan para separar el cuerpo de la tierra, sino que una cama con colchón y algo con lo que cubrirse. Luego de su explicación, seguí oyendo a todos los niños, y todos tenían sueños y deseos similares, no hubo absolutamente ni uno solo de ellos que dibujase algún oficio, profesión o proyecto futuro, sino que todos rondaban en necesidades de vivienda, camas, vehículos y comida. Y es que no conocían en ese momento otra realidad, ni tampoco se imaginaban que podían existir otras posibilidades de vida.

El impacto a nuestro corazón fue tan duro, triste y al mismo tiempo frustrante, que iniciamos una campaña que se llamaba “adoptando los sueños” donde personas podían suplir estas necesidades económicas con algún tipo de aporte económico. Por parte de los misioneros, seguimos trabajando con muchos de ellos, ayudándoles a que se esforzasen también por tener otros propósitos en su vida y que pudieran ser reales a su contexto.

Ya han pasado 8 años de aquel suceso, y al día de hoy la situación actual de Haití está lejos de ser mejor que en ese entonces. Luego del asesinato al presidente Jovenel Moïse en el 2021, se instaló un gobierno de transición, dirigido por un primer ministro y un consejo presidencial, pero aun así el país ha entrado en una crisis de seguridad con niveles de violencia impensados, en donde más de 100 bandas criminales han tomado prácticamente toda la capital y otras locaciones. La policía no da abasto para cubrir los actos de maldad de estas bandas y se ven constantemente amenazados y con grandes posibilidades de morir en medio de tiroteos. Por otra parte, muchas personas se han visto obligadas a emigrar a otras ciudades, ya que los criminales se han apoderado a la fuerza de miles de viviendas, en donde, para obtener lo que desean, roban, golpean, violan, secuestran y matan a mujeres, hombres y niños indiscriminadamente. Y como si esto fuera poco, han asentado un lema, que describe en pocas palabras la “justificación” a su violencia, el cual pareciera una sátira en medio de tanta crueldad. “Viv Ansanm” dicen, “Vivamos Juntos” promueven.

Me pregunto con demasiada tristeza como alguien puede pensar que bajo un régimen de violencia de este nivel, las personas quieran vivir juntas. Claramente, no ha sido así y muchas personas oprimidas por el miedo han emigrado. Me pregunto también ¿qué desearán muchos niños ahora?, y no solo ellos, sino también sus familias. Probablemente, dormir en una cama o tener una casa sea incluso algo secundario para este contexto actual y sus deseos más intensos, sean habitar en una tierra armoniosa, tranquila, en donde las personas puedan respetarse y tratarse dignamente simplemente por el hecho de ser seres humanos, que poseen anhelos, propósitos y desean vivir, vivir bien, vivir en paz.