Beatriz Uribe Vélez comenzó a bordar como forma meditativa en un momento de cambio en su vida, con la gran necesidad de averiguar lo que sus manos podían hacer. Armada de piezas de lino, agujas e hilos de seda y algodón, acomete a la elaboración de obras exquisitas en su delicadeza, colorido y texturas, principalmente referidas al mundo natural, donde su formación como bióloga marina se hace manifiesta en el aprecio por los animales, los árboles y los elementos. Algunas también son alusivas a un interés identitario con un imaginario nacional.

El bordado, demandante de paciencia, repetición y cuidado, se ha asociado tradicionalmente a los oficios, siendo representativo en tradiciones tanto orientales como occidentales, y recientemente en el arte como extensión del dibujo; sin embargo, con sus puntadas experimentales, Beatriz Uribe Vélez nos recuerda, con la superposición de colores en veladuras y cúmulos, una sensibilidad pictórica.

El bordado en el arte contemporáneo se ha utilizado con fines subversivos, como es el caso de las arpilleras chilenas que visibilizaban a los desaparecidos en el gobierno de Pinochet en Chile. Otras artistas lo han utilizado como forma de exploración de la construcción de roles de género, cuestionando además, el sistema jerárquico que privilegia la pintura y la escultura sobre los oficios.

Estéticamente, sus fondos vibrantes y complejos, invitan a pensar en la pintura del Secesionista vienés Gustav Klimt, cuya obra pictórica de principios de siglo XX estaba imbuida en una estética oriental que recorrió Europa en las ferias mundiales.

Su obra, de elaboración detalladísima, nos invita a considerar un gran respeto por la naturaleza. Sus cielos y paisajes de agua, vibran debido a su singular técnica de combinación de hilos y puntadas que producen efectos ópticos de movimiento y de múltiples planos. En la serie Paisajes del inconsciente, se apropia de animales y paisajes para evocar y hacer visibles emociones humanas. Con sus Testigos, hace un homenaje a los árboles y palmas, que, como gigantes estáticos de tiempo, acompañan silenciosamente a la vida humana.

Para la artista, bordar, observando la naturaleza es un acto de unión entre lo divino y lo humano, entendiendo a la naturaleza como el reflejo de la experiencia humana. También es la posibilidad de reunir con la tela, el hilo y la aguja, las dimensiones intangibles de la existencia, como el inconsciente, lo simbólico y los sentimientos, movilizando lo invisible; es un camino de conocimiento y una búsqueda activa por reunir lo material con lo espiritual.