Al comprometernos con la idea de que el cuerpo es una vasija para guardar temporalmente esa cosa inalterable a la que se le da el nombre de sustancia, alma o espíritu, el valor del cuerpo queda definido por su capacidad de contener algo importante, pero en sí mismo, es anodino.

En su condición contenedora y finita, podríamos proponer a la caja como símil del cuerpo, donde lo merecedor de atención es lo que contiene. Sin embargo, Priscilla González se concentra en el recipiente, poniendo a la caja de cartón como protagonista. Observa las marcas que dan cuenta de su recorrido y que vuelven singulares a estos objetos fabricados industrialmente, para luego reproducirlas artesanalmente, en un ejercicio de reconocimiento de la belleza en lo material y en lo imperfecto. Con cerámica y pasta de papel, nos vuelve a presentar al cartón fuera de su hábito, y al barro fuera de su cuenco.

La cerámica, técnica reciente para la artista, se suma a su obra en papel, pintura y textiles, continuando su interés por los procesos largos que requieren espera, y donde se haga evidente la dualidad de una apariencia frágil y la capacidad de protección de un material efímero.

¿Cuál es el lugar de los objetos cotidianos? ¿Cuál es el lugar del cuerpo? ¿Cuál es el lugar de la materia? Sumergidos en conceptos y sustancias, Priscilla González nos invita a valorar todas esas labores y utensilios de lo mundano, y a preguntarnos si realmente la vida está en lo intangible.