Resulta triste escribir estas líneas, ya que siempre fui seguidor de Black Sabbath y de Ozzy como solista. Su voz, con ese tono nasal e inconfundible, era la amalgama perfecta para los pesados riffs de Tony Iommi y el complemento ideal para la velocidad de los solos de sus distintos guitarristas a lo largo de su carrera. Pero ya no podremos escucharlo más, pues dejó abruptamente este plano terrenal para erigirse como la leyenda que siempre y merecidamente se tejió a lo largo de su existencia.

Este texto no debió escribirse, ya que mi objetivo era ensalzar y contar mi experiencia con el último show de Ozzy y Sabbath1. Sin embargo, la muerte rondaba aquel escenario y, aunque muchos lo presentíamos, lo pasamos por alto ante la euforia de la fiesta que representó reunir a todos los actuales exponentes del género y, sobre todo, a Ozzy, Tony, Bill y Geezer, los dueños de esa despedida. Nadie imaginaba que el Madman cantaría por última vez.

Ese primer artículo lo concluí unos días después del concierto de Black Sabbath y de Ozzy como solista, tras el 5 de julio. Cuando todo el mundo seguía celebrando por ver a Ozzy despedirse en vivo ante miles de sus fans y casi 6 millones por streaming, otra -espantosa- noticia se abrió paso el 22 de julio de manera abrupta y desgarradora. Apenas tres semanas después de que millones de fans gozaron al ver y corear los himnos de Sabbath y el Príncipe de las Tinieblas, la muerte le había ganado la batalla.

¡Ozzy había muerto! No lo podía creer y la noticia me tomó por sorpresa mientras almorzaba con mis padres. Un amigo, Jeffrey, me escribió por WhatsApp: "¡Oe, dice que Ozzy se fue!!!", rezaba el escueto pero desgarrador mensaje.

Inmediatamente busqué las noticias, y tanto en medios nacionales como internacionales se anunciaba que Ozzy Osbourne había dejado de existir. Su familia emitió un comunicado en el que se afirmaba que falleció lleno del amor de los suyos y se pedía respetar el luto, sin dar mayor alcance sobre la causa del deceso del icónico cantante, que dejó este mundo a los 76 años, y cuya salud estaba realmente deteriorada por el Parkinson que padecía, así como por las secuelas de accidentes y otras dolencias propias de su edad y los excesos de su largo historial.

El mundo ligado al rock lloraba la triste noticia, y otra vez Black Sabbath y su mítico cantante copaban las portadas de los medios de comunicación especializados. No por el anuncio de un nuevo concierto o el lanzamiento de material inédito, sino por la tragedia que representaba su partida.

El último adiós a ritmo de fiesta

Para mí, y para muchos fans y seguidores, lo de Birmingham no fue un simple concierto de despedida. Probablemente se trató del velorio más emotivo que se haya dado en tiempo real.

Ozzy Osbourne se despidió de su ciudad natal, como lo hacen los verdaderos héroes, de cara a la muerte que ya lo acechaba, y aun así, juntando todo el poco de fuerzas que le quedaban para seguir cantando. Esa última presentación, con las manos temblorosas, la voz quebrada y los ojos apagados, fue la imagen de lo que pronto estaba por suceder. Todos sabíamos que su salud estaba deteriorada, pero teníamos la esperanza de verlo algunas veces más haciendo sus características ocurrencias. Pero no fue así; él aparentemente lo sabía. Esa sería la última vez que cantaría, que estaría junto a sus amigos, familiares y a su fiel público. Era el epitafio que quiso esgrimir, y lo logró estoicamente.

Él ya lo sabía. Nosotros lo sospechábamos. Y, desafortunadamente, se confirmó.

Para mí, Ozzy fue mucho más que el “Príncipe de las Tinieblas”. Fue un sobreviviente del exceso, el más lúcido de los locos, el frontman por excelencia, salido del mismísimo averno, con corazón de niño y un alma inquebrantable. Realmente estaba mal, como lo mencionó recientemente Tony Iommi en entrevistas: “Él se notaba muy agotado y no le exigíamos que ensayara con la misma frecuencia que nosotros. Después del concierto, en los camerinos, conversamos, coincidimos en que resultó bien y nos despedimos”, apuntó el guitarrista.

Ozzy fue, por supremacía, la verdadera voz de la oscuridad, el grito de guerra de los incomprendidos, el símbolo viviente de que el rock rompe mitos y no pide permiso. Se erigió como uno de los últimos cantantes que cantaba con la tripa y el corazón, sin arreglos ni efectos, pero sí con toda la sinceridad del mundo, lo que lo hizo convertirse en un gran referente en el metal, el rock y la música contemporánea.

Pero, en realidad, Ozzy no muere; siempre estará en cada amante de la música que escuche su obra. Probablemente se extinga un linaje, uno de los intérpretes de un tiempo donde la música no era algoritmo, ni filtros o autotune. Era rabia, era magia pura, era provocación y, como él, nadie volverá a invocar esas fuerzas.

Gracias por todo, Ozzy. Tú partiste a otro plano, pero tu leyenda recién comienza… Todos lo sabemos.

Notas

1 Para conocerla, consultar mi artículo El último aquelarre de Black Sabbath.