Wilco finalmente tocó en Uruguay. Y la espera —larga, accidentada, con casi una década de anhelos y promesas truncas— encontró su recompensa en una noche que fue mucho más que un recital: fue un ritual de comunión entre una banda en plenitud artística y un público que, en su mayoría, jamás había tenido la oportunidad de verlos en vivo.

El concierto del miércoles 28 en el Auditorio Nacional del Sodre no fue solo la primera vez de Wilco en Montevideo. Fue también una de esas raras ocasiones en que lo esperado se supera. Con un sonido impecable, un repertorio que osciló entre la melancolía y la electricidad, y una entrega generosa sobre el escenario, el sexteto de Chicago ofreció un espectáculo tan introspectivo como expansivo. Una noche donde cada canción fue una postal emocional.

El reencuentro esperado

Habían pasado nueve años desde aquel frustrado anuncio de 2016, cuando Wilco iba a presentarse en La Trastienda en el marco del festival Primavera 0. En aquella oportunidad, los “problemas logísticos” cancelaron el evento a último momento, dejando un sabor amargo y una deuda simbólica con los fans uruguayos. Esa espina se sacó anoche.

Desde temprano, el hall del Auditorio se llenó de gente con remeras de Yankee Hotel Foxtrot, entradas impresas cuidadosamente dobladas en el bolsillo y esa ansiedad contenida que solo los shows largamente deseados saben provocar. Entre el público se mezclaban fanáticos acérrimos —muchos viajaron en 2012 a Buenos Aires para verlos—, músicos locales, periodistas culturales y hasta algunos curiosos, atraídos por la leyenda.

Un setlist hecho de sensibilidad y precisión

Puntuales a las 21:07, las luces bajaron y comenzó un set que abrió con “Misunderstood”, como una declaración de principios: intensidad controlada, voces a punto de quebrarse, guitarras que rugen sin desborde. Jeff Tweedy, con su clásico sombrero y una camisa clara, saludó en un tímido español: “Buenas noches, Montevideo. Finalmente… estamos aquí”.

Siguieron “I Am Trying to Break Your Heart” y “At Least That’s What You Said”, con solos hipnóticos de Nels Cline que dejaron al auditorio en silencio reverencial. Hubo momentos eléctricos —“Random Name Generator”, “Art of Almost”— y otros de pura fragilidad, como “You and I”, que Tweedy cantó casi susurrando, acompañado solo por una acústica.

El bloque central del show estuvo dominado por temas de Yankee Hotel Foxtrot y Cousin, su último álbum, producido por Cate Le Bon. El público respondió cálidamente a canciones nuevas como “Evicted” o “Ten Dead”, aunque fue con los clásicos que la comunión se volvió total: “Jesus, Etc.” generó un canto unánime, y en “California Stars” (con letra de Woody Guthrie) varias parejas se tomaron de la mano.

El cierre fue con “Spiders (Kidsmoke)”, extendida y catártica, una tormenta de guitarras sobre un ritmo constante que explotó en aplausos de pie. La banda volvió para dos bises: primero, “The Late Greats”, con todo el auditorio ya entregado; y por último, una versión minimalista de “Reservations”, que terminó con Tweedy solo en el escenario, sonriendo, agradeciendo y soltando: “Gracias por esperarnos”.

Una banda en su madurez

Wilco no es una banda joven. No lo necesita. En más de tres décadas de carrera, ha transitado desde el country alternativo hasta la experimentación sonora más audaz, sin dejar nunca de sonar auténtica. En vivo, esa madurez se traduce en confianza, en no tener que demostrar nada, pero sí regalar todo. No hay poses, no hay exageraciones. Solo música honesta, tocada con una precisión quirúrgica y una emocionalidad profunda.

El trabajo de Nels Cline en guitarra es simplemente extraordinario. Su manera de tensionar el tiempo y el espacio con solos que parecen venidos de otra dimensión se complementa con la solidez rítmica de Glenn Kotche y la elegancia del bajista John Stirratt. El resto de la banda —Pat Sansone, Mikael Jorgensen, y el saxofonista Euan Hinshelwood en esta gira— completan un entramado sonoro que desafía la idea de “banda de rock” tradicional. Wilco es otra cosa.

El público: entre el asombro y la gratitud

Pocas veces se ve un silencio tan atento en un concierto de esta escala. En los momentos más íntimos, se escuchaba respirar. En los más eléctricos, no se veía un solo celular filmando. Había algo sagrado en el aire. “No puedo creer que esté viendo esto acá”, dijo un hombre de unos cincuenta años a la salida, con los ojos brillantes. No era el único.

La producción fue impecable: sonido nítido, luces sutiles, un ambiente cuidado y un respeto absoluto por la experiencia. El Auditorio del Sodre —tradicionalmente reservado para música clásica o teatro— se mostró como un escenario ideal para un show de estas características: acústica perfecta y una cercanía entre artistas y público poco habitual en shows de rock.

Resonancias locales

La influencia de Wilco en la música uruguaya ha sido subterránea pero constante. Bandas como Hermanos Láser, Buenos Muchachos o Hablan por la Espalda han citado su estética sonora como una referencia. Verlos en vivo es, para muchos músicos locales, una validación y un aprendizaje.

En los días previos al show, varios programas de radio, blogs y revistas culturales repasaron la discografía de la banda, y hubo playlists colaborativas en redes sociales que funcionaron como antesala del evento. Incluso la Facultad de Información y Comunicación organizó una charla sobre “Wilco y la narrativa musical contemporánea”, que tuvo gran concurrencia.

Un hito en la agenda cultural

La llegada de Wilco marca un punto de inflexión. No solo por el calibre de la banda, sino porque abre la puerta para que otros artistas de culto —no necesariamente mainstream— vean a Uruguay como una plaza viable. La combinación entre producción seria, espacios adecuados y un público exigente pero respetuoso, empieza a perfilar al país como una escala atractiva dentro del circuito regional.

Para los organizadores, el éxito del show de Wilco es también una redención. Tras la cancelación de 2016, no solo lograron traerlos, sino que ofrecieron un espectáculo que quedará en la memoria cultural del año.

En su primer concierto en Uruguay, Wilco no solo saldó una deuda emocional con sus seguidores. Regaló una experiencia artística profunda, precisa y conmovedora. Una noche donde la sensibilidad encontró su forma exacta. Una noche que quedará resonando mucho después del último acorde.