Es un día cualquiera y te apetece escuchar música mientras te dedicas a tus quehaceres: limpiar, trabajar, escribir artículos, existir… Independientemente del medio al que recurras, existe una alta probabilidad de que tu sesión musical comience con un tema sobre las albricias o las congojas amorosas. No queda otra: ya desde el primer albor la mayoría de composiciones versaban sobre tales asuntos. Es más: seguro que Leonardo Da Vinci escuchaba los temas renacentistas románticos de moda mientras trazaba las facciones de La Gioconda (no tengo pruebas a favor de esta afirmación, ¡pero tampoco en contra!)
El caso es que la humanidad tiene una longeva herencia de canciones sobre almas que sufren o se alborozan por amor y que hablan del corazón en mayor detalle que una clase de cardiología. Entonces, ¿qué pasa con las canciones sobre otros asuntos? ¿Debemos condenarlas al ostracismo? Yo, personalmente, no lo creo.
Así, hoy voy a hablar de canciones que se salieron de tan asentado molde temático para bailar al libre son de su artista; canciones con letras en las que quizá no reparamos o analizamos pero cuya tarea merece la pena.
Voy a detenerme en letras que epitomizan el sinsentido, son francamente bizarras, giran en torno a insultos a ajenos o a particulares o contienen mensajes esenciales para la autoaceptación … ¡y lo voy a hacer en dos partes.
Así pues, ¡vamos con la primera parte!
Pon el oído y hallarás el sinsentido
Hay canciones tan pintorescas que no tienen ni una sílaba con la que presumir de sentido y que, aun así, han conseguido existir sin que nadie o casi nadie se entere de tal ausencia. Podríamos decir que son el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de la música: épicas de noche, bizarras de día.
El Pavo Real, José Luis Rodríguez (1979):
‘Numerao', 'numerao'
¡Viva la numeración!
¿Quién ha visto matrimonio?
¿Sin correr amonestación?
La canción ya la empezamos un poco regular. ¿Qué es eso de exaltar la numeración? ¿Qué tiene la numeración para que el artista se vea en la necesidad de honrarla en su canción? Y, ¿qué tiene que ver con los matrimonios y sus amonestaciones? Ya estoy confusa, y solo acaba de empezar.
Pavo real hu, pavo real hu.
Pavo real hu, pavo real hu.
Unas líneas más tarde pasamos de celebrar la numeración a dedicar el estribillo a los pavos reales. ¿Qué tienen los pavos reales para concederles tamaño protagonismo? Y, ¿qué significa «hu»? ¿Es un ruido, una onomatopeya o un sonido aleatorio para rellenar que se le ocurrió a José Luis?
Y ahora mismo les ofrezco.
Cuatro casas por capital.
La prenatal, el manicomio.
La cárcel o el hospital.
Cuando por fin hemos dejado atrás a los pavos reales, nos topamos con el zénit del surrealismo: ¡ahora José Luis nos ofrece sus propiedades en nupcias! Pero, ojo, que no son propiedades cualesquiera: nuestro querido fan de la numeración nos ofrece una prenatal (si tú sabes a qué se refiere, te envidio), un manicomio, una cárcel o un hospital. ¡Qué ofertas más atractivas! La verdad es que a mí personalmente no me gusta ninguna y preferiría aspirar a algo más modesto como una vivienda, pero, gracias.
Desde luego, hay que reconocer el talento del señor Puma. No cualquiera logra hacer de una canción bastante icónica un completo sinsentido que, en lugar de hablar de corazones y amores, habla de pavos reales y ofertas 2x1 de matrimonio con manicomio incluido. ¿Qué clase de sueño febril fue esta canción?
El gato que está triste y azul, Roberto Carlos (1972):
El gato que está en nuestro cielo.
No va a volver a casa si no estás.
¡Otro tema musical de los setenta que gira en torno a un animal! En esta ocasión, no obstante, Roberto Carlos tiene la deferencia de involucrar al animal en sus asuntos… sin que el gato se lo haya pedido. No sabemos si el gato está en el cielo con una vida menos, está en el tejado y el cielo es figurado o anda por ahí flotando. Para más inri, resulta que el pobre no podrá regresar a casa de dondequiera que se encuentre hasta que la receptora de esta canción vuelva al lado de Roberto. Pero, ¿qué ha hecho el gato para merecer semejante panorama?
El gato que está triste y azul.
Nunca se olvida que fuiste mía.
Sigo sin entender por qué el gato habría de estar triste por las vicisitudes amorosas de Roberto, pero bueno… Y, ¿qué es eso de que el gato está azul? Me parece cuando menos preocupante. ¿Estará cianótico? Si así fuera, ya sería el colmo: no solo no le permiten regresar a su casa por asuntos sentimentales sino que, encima, lo tienen flotando y asfixiándose. ¿Deberíamos llamar a PETA?
El pobre, además, por imposición no puede olvidar que la musa de la canción antaño fue propiedad de Roberto. ¿Por qué tiene que usar al pobre gato de vida atropellada como excusa y como recordatorio? A todo esto: ¿por qué tiene un gato que flota, está deprimido y cianótico, recuerda los amores de antaño porque ya no están y de cuya reaparición depende su regreso a casa, tanto protagonismo en esta relación?
Mi gato, Rosario Flores (1992):
Uyuyu, mi gato hace “uyuyuyuyu”.
Uyuyu, mi gato hace “ayayayayayaya”.
No tengo palabras… Pero parece que Rosario tampoco. No sé qué me preocupa más: que dos décadas después siguiéramos con la moda de los gatos cantarines (¡¿qué les pasaba con estos animales?!), o que Rosario tuviera un gato que emitiera semejantes sonidos onomatopéyicos. ¿Qué tipo de felino hace interminables sonidos semejantes a los quejidos humanos cuando se presenta un drama interno o externo? Si tu gato hace tal cosa, Rosario, igual habrías de llevarlo al veterinario.
Bailan mis duendes.
Espero una sorpresa al despertar.
Casi prefería al gato «uyuyu». ¿De qué duendes nos estás hablando, Rosario? ¿Por qué tienes duendes en tu posesión, y por qué están bailando? Claro, que ella misma lo dice a continuación: espera una sorpresa al despertar. Supongo que la sorpresa será darse cuenta de que los duendes bailarines y el gato quejumbroso han sido producto de una imaginación desbordada por «esa luz que [l]e empieza a molestar y esa «extraña fuerza» que dice que le sobrevino. Sea fantasía, sueño febril o experiencia sobrenatural, al menos en esta canción no sale perjudicado ningún ser vivo, animal o mitológico.
Micromanía, Tata Golosa (2007):
Chicas lindas, los micrófonos.
Mercados, drogados, calados,
los micrófonos.
¿El disc-jockey?
Hay tantas cosas que analizar en esta canción… Empezando por el extraño nombre artístico de la cantante, continuando por el título de la canción que nos hace sospechar de una posible obsesión por los transductores electroacústicos, y finalizando por la clamorosa ausencia de sentido en toda la canción.
Aún me hallo tratando de desentrañar la relación existente entre las chicas lindas y los micrófonos, pero es que la siguiente frase… No tiene ni desperdicio ni remedio. ¿Qué tiene que ver un mercado en todo esto? Y quiénes están drogados y calados, ¿los micrófonos? Un micrófono puede mojarse, pero, ¿cómo va a intoxicarse con sustancias? Quizá exista un mercado en las profundidades de la farándula musical donde se puedan adquirir micrófonos calados y drogados. Si es así, ¿tendrá mucha demanda…? No sé si quiero saberlo.
Mi vida, los micrófonos.
Las tetas, no micrófonos.
Los culos, dos micrófonos.
Mi mundo, los micrófonos.
Las bombas sin micrófonos.
Ahora me asalta otra duda (en realidad me asaltan trescientas): ¿Cómo hace la señora Golosa la repartición de micrófonos? ¿Qué criterio sigue? Entiendo que castigue a las bombas sin micrófonos, pero, ¿por qué los reparte tan injusta y específicamente dependiendo de la parte anatómica femenina? Es como para ahondar un poco más en el asunto…
Los tambores.
¿El disc-jockey? (…)
Mercados, drogados, calados,
los micrófonos.
¿El disc-jockey? (…) [Outro].
¿El disc-jockey?
Creo que podemos decir con fundamento que la señora Golosa presenta una preocupante obsesión por el paradero del disc-jockey; una obsesión casi tan incontenible como la que presenta por «cuatro, cinco, los micrófonos». Tata está tan preocupada por saber dónde está el disc-jockey que hasta lo vuelve a preguntar como final de su canción. Ya casi que yo también quiero saberlo. ¿Dónde está el disc-jockey? ¿Estará encerrado en uno de los drogados y calados micrófonos?
Letra bizarra y una guitarra
Si creías que al fin habías escapado del surrealismo has de desengañarte, porque ahora vamos a pasar a canciones aún más extrañas: las canciones que llevan lo bizarro y turbio por bandera, deslizando asuntos del corazón entre medias.
Macarena, Los del Río (1993):
Dale a tu cuerpo alegría Macarena.
Que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosa buena.
Estoy bastante segura de que en España uno ya nace con el baile de la Macarena aprendido. Por muy icónica y célebre que sea este tema, no obstante, ha terminado por entrar en la lista de canciones bizarras por la letra de su versión original. No me entiendas mal: yo no veo bizarro que Los del Río quieran darle ánimos a Macarena para que sea feliz a nivel corporal. Lo que me lleva a calificar esta canción de bizarra es, más bien, la combinación de las líneas anteriores con las siguientes:
Macarena tiene un novio que se llama.
Que se llama de apellido Vitorino.
Y en la jura de bandera del muchacho.
Se la dio con dos amigos.
Uniendo las estrofas estarás de acuerdo conmigo en que esta canción es cuando menos bizarra. Los señores cantantes nos narran muy alegremente las deslealtades de Macarena con los amigos del señor Vitorino, ¡en su jura de bandera, nada menos! Como si fuera la pesadilla de una novela de Nicholas Sparks. Para añadirle más surrealismo al asunto, Los del Río ignoran por completo todo lo que implica lo que acaban de soltar en rima y proceden de nuevo a animar a Macarena a que se dé alegría al cuerpo. ¡Muy normal todo!
Ahora ya lo sabes: cada vez que nos arrancamos a bailar la Macarena, estamos bailando al ritmo de una infidelidad. ¿A que esta icónica canción resulta perturbadora cuando la analizas desde una perspectiva moral? Al menos, a mí me lo parece. Yo solo espero que esta letra no esté inspirada en una historia real, porque como Vitorino se enterara de las andanzas de Macarena por medio de una canción que encima pasó a convertirse en un éxito internacional… No sé yo cómo podría haberse recuperado Vitorino de semejante experiencia, la verdad.
Me enamoro de ti, Ricchi e Poveri (1981):
Me enamoro de ti.
Ya no hay salida.
Aunque intentes huir.
Estás perdida.
Me enamoro de ti.
Porque debo amarte.
Porque escucho tu voz.
Por todas partes.
Hasta hace nada consideraba esta canción una oda melódica más al amor romántico. Sin embargo, desde el día en que mi mente decidió reparar en la letra no ha vuelto a ser lo mismo… Ni la canción, ni yo. ¿Qué es eso de cantarle a tu amada que no puede huir de tu amor y la vas a llevar a la perdición? Más que una canción de amor, ¡parece la premisa de una película de terror! ¿A quién se le ocurriría? No creo que ninguna mujer en la historia haya sido jamás seducida por un hombre que suelte cosas semejantes. Y encima le confiesa que escucha su voz por todas partes. Eso, amigo mío, no es romántico; es preocupante. De intervención psiquiátrica, vaya.
Tú serás.
Quieras o no quieras
mía.
Soy un hombre.
Como tantos,
que te sigue que te
espía.
Cuanto más avanza la canción, más se torna en un relato de acoso. Desgranemos lo que acabamos de procesar, que es necesario: primero el señor le confiesa a su amor que escucha su voz por todas partes y que no va a hacer nada con su obsesión, más allá de avisarla de que no puede huir de él. Y ahora decide informarla de que aparte de no tener salida, no tiene ni voz ni voto. Señor, ¿ha oído usted hablar alguna vez del consentimiento?
Tampoco debe de sonarle nada el concepto de la privacidad, visto que no le cuesta nada cantarle que se dedica a espiarla y a seguirla… ¡Como tantos otros hombres lo hacen! ¡Como si fuera lo más normal del mundo que un hombre te siguiera y espiara! El señor, pensándose enamorado (y no desquiciado), canta sus terroríficas intenciones y turbios pasatiempos creyendo además que de algún modo le va a parecer fenomenal a su musa. Es extremadamente preocupante, sobre todo cuando te das cuenta de que es una canción que lleva cantándose dramáticamente desde hace décadas sin que nadie se haya percatado o peor: ¡sin que nadie le haya dado importancia!
Me enamoro de ti.
Mi mejor amigo.
Porque aprendo a volar.
Siempre contigo.
Estos son los primeros versos que canta la integrante femenina. Como podrás ver, tienen un tono completamente distinto: distintivamente inocente y cursi, idealizando a su amado. Todo esto estaría muy bien… de no ser porque ya sabemos que su amado es un criminal obsesivo que no planea pedirle permiso u opinión; y al que, sin embargo, ella considera su mejor amigo porque le enseña a volar. ¿Esta canción va en serio o es una pesadilla de alguien del grupo?
Me gustas mucho, Rocío Dúrcal (1978):
Desde hace mucho que me gustas.
Y lo que me gusta obtengo.
Con toda seguridad.
Yo no he perdido la esperanza.
De que un día tú me quieras.
Otra canción icónica de una cantante más icónica, y otro perturbador caso de artista a quien la opinión y voluntad se le pierden de vista. Está muy bien que Rocío muestre toda seguridad en ella misma para lograr su conquista, pero de ahí a cantar alegremente que el objeto de su amor va a terminar por amarla sí o sí…¡ Ya empezamos otra vez a irnos hacia lo obsesivo y no consentido! Además: ¿qué es eso de referirte a tu amado como un objeto? Todo lo que me gusta, lo obtengo; no hago distinción entre persona y objeto. Y Rocío tan contenta.
Que conste amor que ya
te lo advertí que no
descansaré hasta que
seas mío no más.
Ya sabemos por la canción turbia anterior que cuando empiezan a aparecer posesivos en la letra, hay que empezar a preocuparse. Rocío exhibe una suerte de encaprichamiento mezclado con insistencia que francamente no se convierte en obsesión solo porque la letra no se elabora más. De nuevo: no creo que haya ningún hombre en la historia que haya sido jamás conquistado por una mujer que le «advierte» reiteradamente de su sino amoroso le parezca bien o no. Rocío, esta canción es icónica; pero basta, por favor.
Es por ti, Cómplices (1990):
Es por ti que soy un duende.
Cómplice del viento.
Que se escapa de madrugada (x3)
Para colarse por tu ventana.
Y decirte Tus labios son de seda.
Tus dientes del color de la luna llena.
Tu risa la sangre.
Que corre por mis venas.
Imagínatelo: estás plácidamente durmiendo en el calor y seguridad de tu hogar cuando, de pronto, aparece un señor que se cree duende cómplice del viento y que ha cometido allanamiento de morada solo para decirte lo que piensa de tus labios, dientes y risa. ¡Tenemos otra premisa de terror entre manos! Aunque, si lo piensas bien, este señor es un poco Edward Cullen: mitológico, poético y con tendencias al acoso visual y el quebranto de la propiedad privada. La única diferencia es que es un duende cómplice del viento, no un vampiro cómplice de la noche.
Yo, la verdad, tengo miedo. Una vez excavas en sus profundidades, descubres que esta poesía musical digna de Petrarca es, más bien, digna de Edgar Allan Poe. Sin la exaltación de la belleza de la mujer en estados de decaimiento, enfermedad o perecimiento, claro (o eso espero).
Ámame hasta con los dientes, Timbiriche (1988):
Dicen que soy un reventado.
Sin camino sin razón.
Dicen que soy alucinado (…).
Todo es tan relativo amor (…)
No escuches más solo ámame.
No pienses más y ámame.
No te preocupes por lo que digan los demás.
Honestamente, no quisiera ser yo la receptora de semejante canción. Para empezar, que los artistas consideren «relativo» que la gente vaya por ahí calificándolos de «reventado», «sin razón» y «alucinado» me parece alarmante. Que dediquen el estribillo a tratar de convencer a su amor de no escuchar, pensar, o preocuparse por los testimonios de los demás con respecto a su persona es ya una señal de alarma con luces estroboscópicas. Casi podría decirse que esta canción es una suerte de luz de gas con música.
Muérdeme un labio, ámame.
Jálame el pelo, ámame.
Ámame hasta con los dientes.
Ámame hasta que revientes.
Pero ámame, ámame.
La segunda parte del estribillo también es bien perturbadora. Si antes hablábamos de tendencias acosadoras, ahora vemos tendencias violentas no contra el ser amado, sino contra uno mismo. Para gustos los colores, claro, pero… ¿qué es eso de amar hasta con los dientes? ¿Esperan los artistas que su amor les deje la dentadura tatuada, o será una hipérbole? Espero que no sea una petición literal, porque suena del todo doloroso y turbio. ¿Y eso de amar hasta que reviente? Imagina recibir una invitación así: «Te invito a que revientes por amarme. ¡No faltes!». ¿Quién iba a aceptar semejante propuesta? Señores… ¡Busquen ayuda!
Y con este inquietante cante, llegamos al final de la primera parte. ¡Nos vemos en la secuela!