Invitado por la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Jorge Luis Borges dictó el 6 de diciembre de 1982 una conferencia bajo el título de “El poeta y la escritura”. En el diálogo con el público, que siguió a su presentación, contó lo siguiente:
«Tuve una experiencia muy curiosa en Islandia… Yo estuve en Islandia por segunda o tercera vez y hablé con el vicario del pueblo, y él me habló de un sacerdote pagano que vivía cerca; me dijo que era un buen hombre y que fuera a verlo. Yo conocía la mitología escandinava y allí en Islandia me encontré efectivamente con un pastor, un hombre alto, un cariñoso gigante, como todos los islandeses, de cara joven, de barba blanca.
«El pastor –continuó Borges– tenía cien ovejas y era sacerdote de la antigua religión pagana, era sacerdote de Odín y de Thor. Me dijo que quedaban todavía trescientos cultores de los antiguos dioses de Islandia, gente que veneraba, por ejemplo, a Thor y Odín. Era un hombre sencillo, un hombre iletrado; no había un libro en la casa, una casa modesta. Nos recitó un poema y yo lo oí, con una especie de pasión, yo estaba temblando de emoción, me pareció increíble oír los nombres de los dos dioses más famosos, Othin y Thorr.
«Qué raro, me dije, yo creía que el paganismo había muerto y me encuentro en Islandia con un sacerdote de la religión pagana… Me pareció un buen hombre, un hombre sincero; evidentemente, él creía en esa religión. Pero luego pensé que otras religiones no son menos increíbles que esa; es tan rara la fe católica como el paganismo, igualmente increíbles, igualmente gratas también…»
Esta cita de Borges me sirvió para introducir un comentario sobre una excelente traducción al español de El Cantar de los Nibelungos, realizada por Pola Iriarte y Sven Olsson, publicada en Chile por LOM Ediciones en diciembre de 2024.
Ocurre que la anécdota de Borges me llevó a reflexiones sobre la religión. Reflexiones que acompañan constantemente a quienes nos declaramos ateos. Y por asociación recapitulé Omnes et Singulatum, el libro que recoge una conferencia dictada por Michel Foucault en 1979. Un título en latín, traducible como “Todos los hombres y cada uno” y cuyo subtítulo es Hacia una crítica de la razón política.
En esta obra el pensador francés apunta que las grandes religiones monoteístas que conocemos hasta hoy, es decir el cristianismo, el judaísmo y el islam, con todas sus ramificaciones, tienen un nacimiento común en el área geográfica del Medio Oriente. Precisamente, y paradojalmente, donde en la actualidad se concentran terribles conflictos, como el genocidio en Gaza, que parecen negar la esencia humana.
El dios instalado por estas religiones es asimilable al pastor. Es el que cuida el rebaño y resguarda a sus ovejas, pero también es un dios castigador de la oveja descarriada, cruel a menudo e implacable, inspirador del Estado policial.
Es diferente el caso de las religiones politeístas, particularmente en Grecia y Roma que son las que nos enseñan en la educación media. Allí los hombres conviven con dioses para cada faceta de la vida, como el amor, la guerra, el comercio, las artes, entre otras. Y son dioses tan cercanos que engendran héroes en cruces con humanas y humanos, eligen sus protegidos e incluso se decantan por bandos enemigos, como relata Homero en la Ilíada.
«Lo juro por todos los dioses, los antiguos y los modernos». Quienes fuimos seguidores de la serie televisiva Juego de Tronos recordamos esta frase que hace mucho sentido, no solamente como expresión depurada y casi oportunista de un politeísmo evolutivo, sino también como reflejo cierto de que los seres humanos moldean a sus dioses o a su dios con la fe como referente de concepciones de la creación y asimismo como instrumento del poder.
Tal vez aquí encuentra cimientos la reflexión de Jorge Luis Borges sobre lo increíble de las religiones y lo raro a la postre tanto del paganismo como de la fe católica y, agrego, de todos los dogmas confesionales.
La religión monoteísta se proclama como la religión verdadera y cultiva el combate a los paganos, antiguamente a los politeístas y luego a las otras religiones monoteístas. La historia está llena de ejemplos, como el asalto y quema de la biblioteca de Alejandría por los cristianos primitivos, y más tarde las cruzadas y las guerras contra moros y sarracenos donde divisamos la figura del Cid Campeador. Las guerras entre católicos y protestantes también atraviesan gran parte de la historia europea, así como las campañas “civilizadoras” de los conquistadores de América contra los pueblos precolombinos en nombre de la cruz.
El Cantar de los Nibelungos es también a su modo el relato de una guerra entre cristianos y paganos, en su parte medular a partir del canto vigésimo tercero. Kriemhild o Crimilda (según la castellanización), una reina cristiana, se ha desposado con el pagano Etzel, el rey de los hunos, que según algunos estudiosos es el personaje que representa a Atila, el temible bárbaro que asoló Roma.
Pero Atila encontraría aquí un falso alter ego, ya que Etzel no tiene un caballo cuyas pisadas impidan que vuelva a nacer pasto ni cocina su carne entre la montura y el lomo de su corcel. El suyo es un reino de lujos y riquezas, de miles de guerreros y de súbditos, al igual que el reino de los burgundios, de donde proviene Kriemhild. Pero la guerra que desata esta última para vengar el asesinato de su primer esposo, el héroe Siegfrid o Sigfrido, a manos de Hagen de Tronje, bien podría ser la alegoría de una guerra entre el cristianismo y el paganismo, aunque esto no esté explícito en el texto.
Crimilda y Brunilda son dos reinas que despiertan pasiones e inducen traiciones y venganzas. Algo parecido al rol de Helena en La Ilíada. Y para persistir en las analogías, así como en el poema de Homero el héroe Aquiles tiene su talón de vulnerabilidad, como la única parte de su cuerpo no sumergida en el mítico río Estix por su madre Tetis, también en Sigfrido existe un punto débil y mortal, la zona de su cuerpo no bañada por la sangre del dragón con que se bañó después de matarlo. Es allí donde Hagen pudo provocarle la muerte.
Amores, pasiones, traiciones y venganzas, tesoros fabulosos, son ingredientes del Cantar de los Nibelungos. Este relato medieval en verso, armado según los estudiosos con sucesivos fragmentos de la tradición oral, por trovadores que conservaron el Rin como el gran cauce medular de esta narración. Sin embargo llama la atención que en varios pasajes del Cantar, si bien se mantiene la centralidad europea del Rin, aparezcan alusiones a lejanos territorios de Europa del Este e incluso del Medio Oriente, como otro testimonio de que el tiempo fue ensanchando el relato.
El Rin, majestuoso río de más de mil doscientos kilómetros que moja cuatro países de la Europa moderna, fue tal vez en la baja Edad Media tanto una referencia fronteriza en las guerras de cristianos contra paganos, como también una vía comercial navegable cuyo control daba poder a los reyes que establecían dominio sobre sus orillas.
¿Existieron Helena, Paris, Aquiles, Ulises y demás héroes de La Ilíada? Tal vez estos nombres son los personajes convocados por Homero para dar el magistral toque literario a una guerra de conquista por el control del Mar Egeo y el Estrecho de los Dardanelos, entre una pujante confederación griega y el próspero reino de Troya, en las costas de la actual Turquía.
Del mismo modo pueden aventurarse hipótesis del Cantar de los Nibelungos como reconstrucción popular y alegórica de guerras cristianas contra el paganismo en la Baja Edad Media que tenían, además de la motivación religiosa, objetivos de conquistas territoriales y de vías de intercambio comercial. Tal vez ese era el verdadero tesoro de los nibelungos.
La traducción de Pola Iriarte y Sven Olsson es una de las primeras que trae el voluminoso texto del cantar original a nuestro idioma. Un trabajo que nos lleva a sumergirnos en siglos pretéritos, cunas tanto de civilización como de barbarie.
El texto que abre un amplio abanico de interpretaciones históricas y religiosas. Un ejercicio siempre provechoso porque, como se ha dicho en muchas ocasiones, el conocimiento del pasado nos ayuda a comprender el presente y nos interpela en la medida que seguimos repitiendo los mismos errores y horrores.
Este cantar de gesta, junto a sus múltiples y admirables ingredientes métricos y argumentales dejó y sigue dejando huellas fundacionales de géneros y subgéneros narrativos, como el folletín, la telenovela y, diría más, del cómic y las series televisivas. Así se ensalza la riqueza de esta creación literaria que como toda buena obra resiste el paso del tiempo y nos lleva al reencuentro con poetas, trovadores, juglares y copistas, padres fundadores de la narrativa.