La voz clara y templada de Glória Muianga sonaba como cada día, en varios horarios. Era la voz característica del noticiero de Radio Mozambique. Pero esta vez, su voz salía de los parlantes de la moviola de 16 milímetros, donde junto a Fernando Matavele, editábamos el film Mozambique, imágenes de un retrato. Un pequeño film que realizábamos con retazos de película en blanco y negro que habían sobrado del noticiero semanal Kuxa-Kanema. Una producción semanal que realizaba el Instituto de Cinema de Mozambique. Mi film, a través del flagrante contraste entre la imagen y el paisaje sonoro, intenta desenmascarar este egoísta y desigual orden económico, que no ofrece oportunidades al llamado Tercer Mundo.
Entre otros premios, el film ganó el Festival de Moscú de 1987. Compartió escenario con Federico Fellini, quien ganó en ficción con el film Entrevista. El Kuxa-Kanema era un noticiero que con mucho esfuerzo y pasión producían mis nuevos colegas cineastas de esta joven nación. Noticiero que abordaba unas cuatro noticias, principalmente, notas con la imagen del presidente Samora Machel. Esta era la única manera de difundir su imagen ya que el Jornal Noticias, único periódico existente, solo era distribuido en la capital y en algunas provincias, muy de vez en cuando, debido a los pocos vuelos existentes y a que las carreteras, muchas de ellas, estaban cortadas por sabotajes. La radio era el medio de comunicación de mayor alcance abarcando gran parte del país. El noticiero Kuxa-Kanema se proyectaba en las pocas salas de cine que aún funcionaban en la capital, Maputo. Desafiando el peligro, un vehículo de Cinema Móvil, del Instituto Nacional de Cinema, viajaba con su proyector de 16 milímetros, recorriendo suburbios de la capital y algunas zonas cercanas que no representaran peligro de ataque por causa de la guerra civil que azolaba el país.
La nueva cinematografía que comenzaba a surgir en el país era realizada por jóvenes sin mucha o nada de experiencia en el rubro, pero con todas las ganas de comunicar la nueva realidad que vivía su país. Esta joven nación recién en 1975 había logrado zafarse del yugo colonial portugués impuesto durante 500 años. El nacimiento de este nuevo país concitó el interés de muchos e importantes cineastas del mundo occidental. Estos jóvenes cineastas tuvieron el privilegio de poder recibir de primera mano consejos y oír el relato de las experiencias, nada menos que de Jean-Luc Godard. Godard llegó al país a los pocos años de lograda su independencia. Su objetivo, colaborar en la formación de estos cineastas y apoyar la creación de la futura televisión. Televisión, que años más tarde, cuando yo realizaba mis primeros documentales en el país, tuve la oportunidad de realizar un par de documentales con ellos. TVE era televisión experimental.
Otro grande de la cinematografía mundial que solidariamente estuvo en esos primeros años fue Jean Rouch. Destacado director de cine francés quien recorrió África en los años sesenta filmando importantes documentales y algunas ficciones registrando el nacimiento de diversas naciones del continente que comenzaban a liberarse del colonialismo europeo. ¡Durante los siete años que viví en el país, tuve el privilegio de compartir con otros grandes de la cinematografía mundial, principalmente latinoamericanos! Como Santiago Álvarez, destacado cineasta cubano, creador del clásico NOW! Mientras nos refrescábamos en mi casa bebiendo unas refrescantes cervezas Laurentina, le comenté a Santiago que NOW!, junto al Acorazado Potemkin, entre otros clásicos, habían sido materiales fundamentales en mis estudios de cine en el Dramatiska Institutet de Suecia.
Al poco tiempo de yo haber estrenado Rebelión ahora, en Mozambique. Estoy hablando del año 1984, llegó de visita Fernando Birri. Apodado como el padre del Nuevo Cine Latinoamericano. La gente del Instituto Nacional de Cinema me pidió que les colaborara atendiendo. Aproveché la oportunidad para mostrarle mi película. Entre botellas de agua mineral y whisky, le di play al VHS del film.
Pensativo; después de unos largos segundos agregó: Lo más impactante del filme es aquella escena de los trabajadores que removían escombros. El pito aquel que sonaba mientras se escucha el testimonio del jefe de obras, ese zumbido, le sumó una fuerza dramática increíble. Solo atiné a un salud de agradecimiento por haber visto mi documental.
No pude relatar al Maestro Birri lo que había sucedido verdaderamente. Durante aquella filmación, el sonidista, muy complicado y nervioso, me comunicó que había un campo magnético en la cercanía que se filtraba en la grabación. Mi única preocupación fue saber si ese maldito ruido iba a quedar por sobre la voz del empleado del PEM, el sonidista me aseguro que no, démosle entonces no más. Fue al final de ese testimonio que nos dimos cuenta de que estábamos filmando a un costado de un recinto de la Armada; era la antena de radio la que provocaba la interferencia. Rápidamente abordamos nuestro vehículo y desaparecimos.
Estas visitas de famosos personajes del cine y la cultura a Mozambique me hicieron recordar la similar expectación que causó el triunfo de Salvador Allende en el mundo. Importantes personajes del cine mundial aterrizaron en Santiago para conocer de primera mano la inusual vía al socialismo que se gestaba en este largo y angosto país perdido al sur de ninguna parte. Chris Marker, Costa Gavras, y Roberto Rossellini, fueron algunos de estos destacados cineastas que vinieron a empaparse de esta nueva experiencia que surgía en un mundo sumergido en la guerra fría, donde todo era blanco o negro. Película que no tuvo un final feliz.
Como escribí en líneas anteriores, en esos años, Mozambique sufría una guerra civil, y era la radio la que jugaba un rol comunicacional fundamental en la tarea de búsqueda de la unificación. Era muy común ver a jóvenes caminar por las calles sin asfalto de los suburbios de la capital escuchando noticias en una enorme radio sostenida sobre sus hombros. Eran las famosas Xirico. Aparatos de fabricación nacional gracias a la cooperación de la Alemania Democrática. RM, radio Mozambique. Transmitía frecuentemente los discursos de Samora. Discursos que solían finalizar con cantos y bailes. Pero la mayor parte del noticiero radial eran noticias sobre la guerra. Conflicto introducido por la Sudáfrica del apartheid. Los jóvenes, con la radio pegada a su oreja, moviendo sus caderas y pies, avanzaban al son de una marrabenta del inmortal Fany Mpfumo.
Recuerdo que yo muy joven, creo que tenía unos quince años, muchos sábados y domingos por la mañana, me sentaba en la puerta de la casa en Ladrillero 1540, en Quinta Normal, escuchando en una radio a pilas las noticias de lo que ocurría en la guerra de Vietnam, mientras también leía en un periódico detalles de la misma. Yo llevaba una especie de estadística de la cantidad de aviones norteamericanos que eran derribados por los vietnamitas.
¿Pero cuál es el motivo de escribir todo esto? Mi motivación surge a partir de lo que expresó recientemente Bill Gates. El millonario, cofundador de Microsoft y activista medioambiental, afirmó que el cambio climático “no conducirá a la desaparición de la humanidad” y señaló que deben mantenerse los programas que ayudan a las personas “a mantenerse resilientes” ante el clima extremo. Dijo que se opone a una perspectiva catastrofista, que la gente podrá vivir y prosperar en la mayoría de los lugares de la Tierra en el futuro. “Los mayores problemas siguen siendo la pobreza, el drama del hambre y la salud. Comprender esto nos permitirá concentrar nuestros limitados recursos en intervenciones que tengan el mayor impacto en las personas más vulnerables”.
A este mensaje, le sumo lo que acabo de ver en la TV alemana. Donald Trump suspendió fondos para la investigación científica, situación que complicará los estudios que se están realizando en la búsqueda de una vacuna que ataque la malaria, enfermedad que mata más de seiscientas mil personas cada año en África. Desde que puse por primera vez un pie en este continente y me empapé de la historia vivida por la gente en Mozambique en manos de mis antepasados portugueses, sentí que tenía una responsabilidad, una obligación, de no olvidar mis experiencias vividas allí y de tener siempre presente África y especialmente a Mozambique.
Recuerdo que mientras participaba en el Festival de Leipzig en 1987 con mi film, Mozambique, imágenes de un retrato, el cual ganó el premio Don Quijote y un diploma de honor, fui invitado a las cavernas de Moritzbastei, en el centro de la ciudad. Me reuní con jóvenes estudiantes universitarios para charlar y beber cerveza. Recuerdo vivamente cómo se lamentaban de que la Perestroika aún no había llegado a la Alemania Democrática, DDR.
Un par de años antes, yo había realizado el film Nkomati, el derecho de vivir en paz, el cual intentaba ser un homenaje al pueblo de Mozambique. En el presente luchaban contra un enemigo poderoso, la Sudáfrica de apartheid, que intentaba impedir que a su alrededor surgieran países gobernados por negros. Sería un mal precedente para la población negra de Sudáfrica. Esto sucedía mientras Mandela continuaba prisionero.
Mi film pretendía justificar el derecho a la vida de ese pueblo al suscribir un acuerdo de paz con su poderoso enemigo. La película muestra diversas actividades laborales y culturales que reflejaban la nueva vida que comenzaban a vivir gracias a la recién conquistada independencia. Las secuencias de estas escenas son acompañadas por un paisaje sonoro, el cual describe la hermosa diversidad de ritmos e instrumentos musicales autóctonos que reflejan las diversas etnias que componen su territorio. Mi intento de justificar el acuerdo de paz no era otra cosa que lo mismo que hacían las súperpotencias en el primer mundo. Acuerdos que EE.UU. y la Unión Soviética hacían varios años que habían suscrito tratados para limitar, por ejemplo, el número de misiles. Grande fue mi sorpresa cuando de la embajada de Alemania Democrática recibí un sobre con un pasaje para asistir al Festival de Leipzig para presentar el film. Pero la alegría duró muy poco. No estaba aún dicho todo.
Cuando tenía todo listo para el viaje, recibí un fax en el cual me comunicaban que Alemania Democrática no concordaba con la firma del tratado de paz entre Mozambique y Sudáfrica, y que, por tal razón, mi film, Nkomati, el derecho de vivir en paz, solo sería mostrado en proyecciones fuera del programa oficial del festival. O sea, para los alemanes democráticos el pueblo mozambicano no tenía derecho a buscar un acuerdo que pudiera garantizarle la paz y a vivir en libertad. Como era lógico, no abordé ese vuelo. No pasó mucho tiempo desde aquello cuando cayó el muro de Berlín. Volvieron a mi mente las conversaciones que tuve con aquellos jóvenes estudiantes universitarios en las cavernas de Moritzbastei que soñaban con la Perestroika.
Recién se efectuó la primera vuelta de la elección presidencial en Chile; vemos que esa miopía, ese sectarismo, sigue vigente en sectores de izquierda, sectores que, en el pasado, tuvieron destacada participación defendiendo los derechos humanos de los chilenos durante la dictadura. Sin embargo, hoy niegan esos mismos derechos a los hermanos latinoamericanos que padecen dictaduras de izquierda. Ese doble estándar es el que les ha pasado la cuenta en esta elección.
La falta de autocrítica sobre lo sucedido en el pasado también afecta a sectores de la izquierda europea, sobre todo, a gente del mundo de la cultura e intelectualidad, quienes van de vacaciones a esos países pregonando ese añejo discurso. Lo pasan regio en sus playas bebiendo mojitos hasta enloquecer, luego regresan a su mundo, donde, con fuerza, defienden la libertad y la democracia. Recuerdo muy bien durante mis años en Mozambique, haber visto en murales callejeros la proclama Viva el marxismo científico. País, que, al momento de su independencia de los portugueses en 1975, tenía casi un noventa por ciento de analfabetos. En esos años también pude compartir con muchos de aquellos europeos, esos que exigen consecuencia con el añejo discurso, pero que estos llamados, expertos, de agencias de cooperación europeas, no practican. Quedaban sorprendidos cuando les invitábamos una Coca-Cola.
Pero son los tiempos que estamos viviendo. Pareciera que la temperatura térmica de las personas estuviera tan desmesuradamente alta que las conduce a la confusión, al delirio.
Da la impresión de que estuviéramos viviendo una nueva guerra fría. Una guerra, pero entre ciudadanos. Conflicto donde todos armados con sus smartphones usan las redes sociales para atacar. Disparan ráfagas de odio que, lamentablemente, dan en el blanco de inocentes, de amigos, de familiares, vecinos, de conocidos y por conocer. Pareciera que nadie está a salvo de esta guerra sin cuartel. Son los tiempos líquidos que estamos viviendo.
Pero no todo es malo. Soy un convencido de que estamos viviendo un gran periodo de cambios muy importantes. Creo que somos privilegiados al poder asistir a esta verdadera revolución tecnológica que nos está abriendo nuevas oportunidades, nuevas formas de vincularnos y de proyectar el mundo. Retomando el tema que motiva estas líneas. Hace unos días llamé por teléfono al director de la Cineteca de la Universidad de Chile, mi amigo, Luis Horta. Le comenté el problema que tiene el recién creado museo del Cine de Mozambique. Cientos de latas de filmes y de noticieros Kuxa–Kanema se están destruyendo por falta de recursos y tecnología para restaurar y digitalizar ese patrimonio cinematográfico. Luis, de forma espontánea, ofreció la ayuda desinteresada para salvar parte de ese tesoro fílmico.
Mientras escribo estas líneas, recibo un mail de respuesta de parte de Nélida Pozo, Directora Nacional del Patrimonio Cultural, proponiéndome una reunión para conversar sobre el mismo tema. Espero lograr reunir los apoyos necesarios que permitan lograr traer ese material y posteriormente restituirlo a sus dueños. De esta forma ayudar a que ese material fílmico patrimonial sirva para instruir a las nuevas generaciones sobre su historia reciente. Son imágenes, escenas, bellamente impresas en celuloide. Imágenes en movimiento de esta África que lucha eternamente defendiéndose del permanente atropello de países del primer mundo.
Cuando hubo
una posibilidad de huir
se quedaron todos
en la cárcel
la posibilidad de escapar
era una libertad que nadie
quería perder.















