En el último año, he experimentado diferentes retos a nivel personal y profesional, los cuales me han activado una serie de emociones fuertes que alcanzaron el límite de mi salud mental y emocional. A raíz de esto, hoy en día estoy diagnosticada con trastorno de ansiedad, y aunque he conocido casos más graves, cada quien vive su proceso de forma diferente. Ha sido una experiencia retadora, no solo para mí, sino para la familia y los amigos más cercanos, quienes han tenido que verme en condiciones de vulnerabilidad.
No soy experta en este tema ni mucho menos soy psicóloga, ni psiquiatra, es por esto que no pretendo hablar desde la teoría o desde el conocimiento “científico” sino desde la experiencia, desde lo que he tenido que vivir y sentir. Tal vez te identifiques con algo que diga y al igual que algunas personas lo hicieron conmigo, puede que esto sea mi granito de arena para acompañarte y ayudarte de alguna forma para que sepas que no estás sol@ y entiendas que puede ser más normal de lo que crees, pero no por eso debes quedarte allí. Hay que tomar acción. Solo si quieres, claro está.
Dicen que el primer paso para superar una “adicción” es reconocerla. Y sí, llamo a la ansiedad adicción porque lastimosamente empecé a acostumbrarme o a depender, en este caso, de ciertos patrones o acciones nocivos sin prestarles atención, porque de alguna forma era lo único que conocía y los veía como algo normal. Al igual que pasa en algunas relaciones personales y hasta laborales, estamos acostumbrados a que no nos valoren, a tener que soportar manipulaciones, celos, control excesivo, comunicación violenta, ghosting, etc. y pasa lo mismo con uno mismo: nos hemos olvidado de escucharnos, de sentirnos y sobre todo, de entender que no es normal vivir una vida de sufrimiento, de trabajar duro hasta esclavizarnos y sacrificarnos para otros a tal punto de normalizarlo con el fin de sentirnos “suficientes”.
Mirando hacia atrás y reflexionando sobre lo que ha sido mi vida desde que tengo conciencia, me he dado cuenta de que el tema de la ansiedad no empezó este último año. Desde hace varias décadas, mi mente empezó a crear escenarios de anticipación: “Qué va a pasar si…”, “¿Será que sí me van a llamar?, “Qué tal si x, y o z”, “¿Y si me equivoco al tomar esta decisión?”. También aparecían pensamientos o escenarios un poco dramáticos allí arriba en mi cabeza: “No soy lo suficiente para esto”, “¿Será que me van a echar?”, “Seguro está bravo conmigo”, “La embarré diciendo eso. Debí decir esto o aquello”.
Mi mente no paraba de sobrepensar desde que me despertaba hasta que lograba conciliar el sueño, mi cabeza estaba todo el tiempo pensando en situaciones e ideas que daban vueltas y vueltas constantemente. Tener todo este humo allí arriba no era lo único que había normalizado en mi vida, también mi actuar de forma impaciente, estresada o preocupada por todo y a la vez por nada y armando una tormenta en un vaso de agua o el hecho de que se me dificultaba tomar decisiones por muy sencillas que fueran, era lo único que conocía y hacía parte de mi cotidianidad.
Con el pasar de los años, podía manejar las exigencias diarias a pesar de tener ansiedad, aunque en esos momentos aún no sabía que se trataba de esa condición: externamente podía parecer imperturbable, estar tranquila y muy callada, pero estuve plagada de pensamientos ansiosos y negativos. En muchos escenarios, aparentemente, era muy proactiva, extrovertida, organizada y enfocada. Sin embargo, hacer varias cosas al mismo tiempo o hacer multitasking no era lo mío, procrastinaba constantemente y todo esto me causaba insomnio, tensión muscular e irritabilidad conmigo misma aunque no fuera evidente para los ojos de las personas que me rodeaban.
En los últimos años he practicado varias alternativas para mantener mi mente y cuerpo en calma: comencé terapia tradicional y holística, asistí a retiros espirituales, me ejercité diariamente, medité, hice yoga e incluso empecé a escribir como forma de terapia. Todo esto me ha servido y mucho, pues ha logrado tranquilizar en alguna medida estos torbellinos mentales que manipulan mi realidad. Sin embargo, un día entendí que debía hacer algo un poco más por mí. El resto es historia (puedes leer lo que sucedió en este artículo1).
Me rehusé mucho tiempo a pedir ayuda profesional, específicamente con el psiquiatra por miedo a que me etiquetara con un diagnóstico “extraño” y sobre todo por temor al tratamiento con medicina. Esto, hoy en día sigue generando un poco de controversia y resistencia sobre todo en una familia tradicional, donde soy la primera en tener este tipo de condición. Al igual que ellos, crecí con la idea de que medicarse era sinónimo de debilidad o de “estar mal de verdad”.
Sin embargo, con el tiempo entendí que cuidar mi salud mental también implica abrirme a todas las posibilidades, incluso aquellas que antes juzgaba por desconocimiento o miedo. Hoy, sé que buscar ayuda no me hace menos fuerte, sino más valiente. Aún estoy en el proceso de reconciliarme con esa parte del tratamiento, pero cada paso que doy hacia el autocuidado me recuerda que merezco sentirme bien, sin culpa ni prejuicios. En este punto recuerdo una frase que leí en la cuenta de la psiquiatra @veronicavargaspsiquiatria: “pensar que un medicamento me va a solucionar la vida es tan errado como negarse tajantemente a aceptarlos”.
Si te has identificado con algunas o varias partes de este cuento, te quiero compartir qué herramientas me han funcionado para acompañarme y soportarme en esta situación.
Escuchar conscientemente lo que el cuerpo quiere decir: intentar anticipar la llegada
Mis síntomas comienzan cuando mi corazón se acelera y empiezo a sentir presión en el pecho, como si algo me impidiera respirar bien. Mi cuerpo y mente se mueven más rápido de lo normal pero sin foco alguno. Identificar estos síntomas tan pronto comienzan a aparecer, me han permitido actuar con rapidez antes de caer en llanto y despertar un ataque de pánico.
He entendido que no puedo pretender calmar estos síntomas desde la mente, pensando diferente o controlando mis pensamientos, porque es la cabeza quien los crea; es por eso que debo salir de ahí y conectarme nuevamente con mi cuerpo, con lo físico, con mi entorno, con el ahora. En esos momentos intento controlar mi cuerpo, concentrarme en mi respiración, en moverme más lento y más consciente. Me enfoco, por ejemplo, en lo que está haciendo mi mano derecha: cómo se mueve, qué toca, de qué color es el esmalte, etc. Camino más despacio, siendo consciente de qué pie levanto primero, dónde piso, de qué color son mis zapatos o medias. A esto se le llama meditación en movimiento, una práctica que combina el movimiento físico con la atención plena y la respiración consciente para alcanzar un estado de calma y conexión con uno mismo. Se trata de un enfoque que rompe con la idea de que la meditación solo se puede practicar en quietud.
Cuando llega sin avisar: ¿qué hacer durante una crisis?
En varias ocasiones, la crisis llega sin avisar. Así nada más, sin síntomas previos, comienzo a llorar incontrolablemente a grito herido (acá aparece mi yo dramática ja ja ja). En estos casos, lo que me queda por hacer es rendirme, es decir, no luchar contra eso. Entregarle las emociones y lo que estoy experimentando al universo, a la vida o a aquello en lo que creas, y si no crees en nada ni en nadie, pues simplemente dejarlo ser.
Si tienes a alguien que sepa de tu situación y en quien confíes plenamente, llámal@, deja que te acompañe en ese momento así sea por celular. Y sí, que te escuche gritar, llorar, respirar. Eso sí, asegúrate de que esa persona conozca tu situación y sea quien te reconforte y mantenga la tranquilidad por ti. Es importante que te sientas acompañad@; o bueno, por lo menos a mí me ha funcionado. También tienes el derecho de estar sol@, si lo deseas. Simplemente identifica qué te puede soportar en ese momento y búscalo.
Identificar los activadores
¿Qué me activa la ansiedad? Esta es una de las preguntas más importantes y fundamentales para reflexionar y hacer algo al respecto cuanto antes. Si estás en una relación con un personaje que te da todo menos tranquilidad, sal de ahí. Esto aplica también con trabajos, amigos, lugares, música, películas e incluso familiares.
En estas circunstancias, aunque no lo creas, te puedes volver un poco más sensible a… todo. A mí por ejemplo, escuchar ciertas canciones me activaban la ansiedad y debía cambiarlas inmediatamente. También me di cuenta de que tomar alcohol era un no rotundo. Incluso, visitar lugares con poca luz o estéticamente descuidados, me producían mucho malestar. Te puedo dar varios ejemplos más, pero creo que ya entendiste el mensaje.
Sin embargo, quiero anotar que esto de renunciar a ciertas cosas o personas es muy difícil. Lo sé. Pero créeme que es mucho más gratificante y liberador cuando aprendes a soltar aquello que no te hace bien y atenta contra tu bienestar. Al otro lado te está esperando una vida llena de experiencias increíbles. Tu cuerpo y mente te lo agradecerán y verás cómo empezarás a relacionarte contigo y con el mundo de una forma mucho más ligera, auténtica y amorosa. Soltar no significa perder, significa hacer espacio para lo que realmente necesitas y mereces. Es un acto de valentía silenciosa, de respeto propio. Cuando dejas ir lo que te pesa, descubres lo que te eleva. Y ahí, en ese nuevo equilibrio, comienzas a habitar una versión de ti más honesta, más en paz, más tú.
En este punto, mi invitación es a reconocer que de alguna forma estamos acostumbrados a normalizar estar mal, a tener relaciones tóxicas no solo con otros sino con uno mismo, a estar siempre en un constante drama porque es lo único que conocemos. Poco a poco, he aprendido a reconocer mis emociones, a escuchar lo que mi cuerpo me quiere decir y a aceptar que no siempre tengo que estar bien o ser productiva para darme valor. Aunque aún hay días difíciles, ahora tengo herramientas, conciencia y compasión conmigo misma. Entendí que la sanación no es lineal, pero sí posible, y que vivir con ansiedad no me define, simplemente me invita a caminar la vida de una forma más consciente y más sana.
Notas
1 Acceso a mi artículo Renunciar para renacer.