¿Qué pasaría si mañana decidiera dejarlo todo y comenzar de nuevo en un lugar diferente?

Esa pregunta me ha acompañado durante los últimos años y ha marcado diversas etapas en mi vida. Aunque se trata de una perspectiva personal, estoy seguro de que muchos se identificarán con lo que aquí comparto.
Al enfrentar este dilema, en mi mente se dibujan dos posibles caminos.

El primer camino: quedarse

En este escenario, puedo visualizar lo que sucederá en los próximos seis meses, prever cómo serán los siguientes cinco años e incluso planificar cómo alcanzar mis metas a diez años vista. Siento que, permaneciendo en lo conocido, tengo una idea clara de quién soy y, hasta cierto punto, de quién puedo llegar a ser. Aunque soy consciente de que surgirán eventos inesperados que alteren mis planes, la inercia de mi trayectoria me impulsa y me ofrece la seguridad de seguir una dirección definida.

Por el contrario, el segundo camino: irse a lo desconocido

Este implica mudarme a un país nuevo, donde no tengo conocidos. En esta opción, la visión del futuro se vuelve borrosa: en lugar de imaginar una década, apenas logro prever los próximos tres meses. La falta de una dirección clara y el desconocimiento sobre quién seré en este trayecto hacen que la incertidumbre se haga palpable. A pesar de que esta sensación resulta agobiante, también me brinda una libertad única. Durante los últimos seis años, he tomado esta decisión en tres ocasiones, y en cada una he experimentado tanto el agobio como el crecimiento que surgen al salir de mi zona de confort.

A medida que reflexiono sobre estas dos alternativas, noto que cada experiencia en el camino de lo desconocido deja su huella. Los inicios han sido abrumadores, combinando la emoción de los nuevos comienzos con la nostalgia de dejar atrás a mis seres queridos. Sin embargo, cada paso me ha permitido conocer culturas, perspectivas y modos de vida distintos que han ampliado mi visión del mundo. Este contraste entre lo familiar y lo nuevo me ha enseñado que crecer implica arriesgarse, dejar parte de uno mismo atrás y aceptar las experiencias que llegan. Así, cada travesía me ha obligado a redescubrirme y a reinventarme sobre un lienzo en blanco, un proceso que, aunque al principio parece interminable, se aclara poco a poco con el tiempo.

Además, al conversar con amigos que optaron por quedarse, he llegado a comprender que ambas alternativas son válidas. En ocasiones me pregunto qué habría pasado si hubiera elegido el otro camino. Por un lado, estar cerca de mis seres queridos y desarrollarme profesionalmente en un entorno conocido tiene un valor incalculable; por otro, la posibilidad de descubrir un mundo repleto de oportunidades y explorar nuevas facetas de mi identidad se ha convertido en una experiencia casi adictiva.

En definitiva, he comprendido que cada camino tiene sus propias ventajas. Permanecer en lo conocido afianza quién eres, permitiéndote madurar en valores y aprendizajes, y favoreciendo un crecimiento en una dirección estable. En contraste, lanzarse hacia lo desconocido te revela aspectos de ti mismo que, de otra forma, habrían permanecido ocultos. Tal vez el reto esté en encontrar un equilibrio entre ambas opciones.

Y para mí, continúo tratando de descifrar mi camino. En mi última experiencia, al llegar nuevamente a una ciudad desconocida, sin saber si podría trabajar, conectarme con la gente o si el lugar me resultaría agradable, me encontré con un sendero lleno de sorpresas.

Debo admitir que no tomé este paso solo; agradezco a mi pareja por hacer, que aventurarse a lo desconocido, fuera algo más sencillo. Esa travesía estuvo repleta de gratas sorpresas: la gente que conocimos —muchos en la misma situación que nosotros— nos ofreció la calidez de lo familiar, y las oportunidades laborales que surgieron, en parte, reflejaron la adaptabilidad que he desarrollado al elegir lo incierto.

Cada logro adquirió un sabor más dulce, recordándome que, a pesar de las dificultades, cada experiencia tiene su recompensa. Ahora, me pregunto si ha llegado el momento de optar por el camino de lo familiar, de establecer una rutina y consolidar lo aprendido. Quizás sea el instante de forjar una verdadera familiaridad y quedarme en un solo lugar. Pero, por ahora, eso está aún por verse.

Si dudas sobre dar el salto hacia lo desconocido, te invito a probarlo. Sí, será difícil: habrá días sin rutina ni estructura, y en ocasiones te sentirás abrumado. Pero, con el tiempo, ese nuevo camino empezará a tomar forma y, paso a paso, descubrirás nuevas facetas de ti mismo. Cada experiencia te hará crecer y, al final, comprenderás que el riesgo valió la pena.