Llamé a mi madre Patricia Martínez (Pata) para saber cómo estaba, ella vive en Concón y yo en Madrid. Después de conversar un rato me comentó que había leído un libro, Letras Torcidas, Un perfil de Mariana Callejas, de Juan Cristobal Peña. En un capítulo aparecía mi padre, pero ella no, porque le bajaría el protagonismo a la versión de su relato, de la dueña de casa, Mariana. La conversación fue algo así:

Pata: Tengo un libro donde en un capítulo, aparece tu padre, y no sale muy bien parado. La historia es una versión de lo que sucedió, pero no fue así, porque fuimos juntos.

Nicolás: ¿Qué pasó con mi padre?

P: Nada, que en el libro dice que echaron a tu padre de la casa de Lo Curro, porque insultó a Nicanor Parra y al maestro Lafourcade, por su falta de compromiso político o por los antipoemas de Nicanor. Y que se resistió hasta que lo llevaron a un paradero de micros.

N: Bueno, ¿y qué pasó entonces, es cierto?

P: Ahora te cuento pero escucha el relato: “Fue una celebración espléndida hasta que apareció ese pintor de apellido Cisternas que se fue a sentar entre el antipoeta y el Maestro, y como Cisternas estaba borracho y comenzó a provocar al antipoeta, quizás por el estilo de sus poemas, quizás por su falta de compromiso político, quizás simplemente porque estaba celoso de la atención que recibía, en un momento la dueña de casa tuvo que pedirle que se retirara, primero de buena forma, y luego, como eso no funcionó, de modo perentorio y firme. No era fácil llegar o irse de esa casa, pudo haber dicho el pintor con justa razón, y como estaba ebrio y ofendido, muy probablemente hubo que pedirle a Héctor o al desagradable de Robinson que se hicieran cargo de él y lo encaminaron al paradero de micros más cercano para que la fiesta pudiera seguir adelante”.

N: ¿Y no fue así?

P: No, para nada, porque yo estuve ahí con Mario. Primero es que la invitación a Nicanor Parra fue en la SECH, Sociedad de Escritores de Chile, ahí Mariana Callejas lo invitó para el 18 de septiembre a su casa en Lo Curro, a lo que respondió Nicanor: “si va la Pata y baila cueca conmigo voy. Si no, no voy”. No fue en la casa del maestro como relata en el libro.

N: ¿Y eso que tiene que ver, con la expulsión perentoria y firme?

P: La verdad es que sí fue expulsado de la casa de los Townley, Mariana Callejas era la mujer de Michael.

N: La casa de los Townley, los de la DINA y los atentados, que buena fiesta… Jajaja, la mansión siniestra.

P: Esa misma casa, pero lo que ocurrió ese sábado 18 de septiembre, no fue así, como lo cuenta Peña. Con Mario, estábamos en nuestra casa con otros amigos, entre ellos Leonardo Toro, me acuerdo de él porque tenía automóvil. Después del asado que hicimos en casa, me llamó Mariana para que llamara a Nicanor Parra para que fuera a la fiesta, ese era su principal objetivo, el antipoeta en su casa como invitado estrella para jactarse de su presencia y hacer más intelectual la reunión. Yo fui la carnada. Lo llamé para que fuera y continuará el 18 en Lo Curro. Y dice en el libro que al antipoeta le cayó en gracia la Callejas, eso es lo que habrá dicho ella como buena mitómana. A esa hora de la tarde con la alegría y el entusiasmo propios del dieciocho, me conminaron a hacer la llamada. No queríamos ir a las fondas1. Era un mejor plan ir a Lo Curro donde nos esperaban otros amigos. Nicanor confirmó su presencia con la promesa de bailar una Cueca conmigo.

Se fueron a la casa cuartel de La Unidad Quetropillán. Era una unidad operativa de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la policía secreta de la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile durante la década de 70, dirigida por el Mamo Contreras, ahí vivía la familia de Mariana Callejas, que es la protagonista de Letras Torcidas.

P: Cuando llegamos había bastante gente. Subimos la escalera exterior que conectaba directamente a la tercera planta donde se celebraba la fiesta, era una casa con una distribución muy rara, tenía un pasillo largo al fondo la cocina y una mesa larga en forma de L. En la terraza estaban otros invitados entre ellos el “maestro” Enrique Lafourcade. Estuvimos compartiendo casi una hora con los amigos y conocidos hasta que apareció Nicanor, se dio una vuelta por la casa y terminó sentado al lado mío conversando con los invitados, me preguntó por la Cueca y me abrazó en la mesa. De pronto aparece tu padre detrás de la chimenea, que venía de la cocina, y ve la escena, y le dice a Nicanor: “¿qué haces con mi mujer?” y ahí la cosa fue a mayores, Parra le pegó un puñetazo a Mario, tu padre se cayó, pero porque estaba con unos vinos de más. Hubo un revuelo, pero la cosa no fue a más, y por esa circunstancia nos invitaron a irnos.

» Nos fuimos con Leonardo Toro, en su automóvil. Nadie lo fue a dejar al paradero de micros, ni insistimos en quedarnos. Y no estaba Lafourcade en la escena, estaba en la terraza conversando y compartiendo con sus acólitos y los niños de la Callejas, aspirantes en ese entonces a escritores, que ahora reniegan de su madrina. Esa casa era el lugar de reunión para talleres literarios que captó los restos del taller de Lafourcade que se hundió por falta de alumnos y presupuesto. Muchos iban porque siempre había que comer y beber, se armaban fiestas alejadas del toque de queda. El mismo Townley hacía de chofer para recoger a los escritores, amigos y llevarlos a la casa cuartel.

Después de la llamada de mi madre, me acordé del puñetazo de Parra. Mi padre que alguna vez me contó la historia, pero se me quedó lo del puñetazo, le pregunté por qué no se lo había devuelto y me dijo que hace poco Nicanor, que ya tenía 62 años, había tenido un pre infarto o infarto y que por eso no le pegó. Mi padre, Mario Cisternas, tenía casi 30 años menos y buen estado físico, pero por su temperamento y unas copas de más todo terminó como la Cueca del Guatón Loyola, saltó la mierda por todos lados.

Años más tarde tuve que fotografiar a Don Nicanor, para la revista de Lan-Chile, sabía de la pelea pero no me acordaba del por qué, ni el dónde. Así es que omití ser el hijo de Mario para no estropear la sesión, que se alargó por horas en su casa de La Reina. Nos caímos bien, después de la sesión nos invitó a tomar once (merendar), con un amigo que hizo de asistente y chofer , unas tostadas con mermelada y té, que nos trajo su nana de años, otra veterana. Le regalé una foto de un detalle de un pubis con unas medias de rejilla, me dijo “la araña pollito”. Tuvimos una conversación muy familiar como si fuera un tío abuelo de 87 años en el 2001.

Al principio posó en su jardín. Después de un rato de fotos se rompió el hielo y en la sesión se comenzó a reír, me comentó sobre el Rey Lear, adaptó esta tragedia, enfatizando la crudeza emocional y el conflicto familiar, con un lenguaje directo que rompe con el tono solemne tradicional, y su estancia en Oxford. Me acordé de su poema “Autorretrato”: “Considerad, muchachos, esta lengua roída por el cáncer: soy profesor en un liceo obscuro y he perdido la voz haciendo clases”.

Aproveché de contarle de mi proyecto fotográfico que hice en 1999 de las escuelas rurales de Chile, Del altiplano a Tierra del Fuego. Le sugerí una colaboración para ese proyecto, como él fue muchos años profesor, era ideal para mi oportunismo, pero me sonrió y me dijo que no sutilmente, no insistí aunque hubiese sido un gran golpe de suerte. Continuamos conversando hasta que oscureció y nos despedimos.

Volviendo a la historia del 18 de septiembre de 1976, después de documentarme, leer y ver entrevistas. Pienso en lo que sucedía en esa casa de Lo Curro en el sótano de la residencia de los Townley donde torturaron a Carmelo Soria el 16 de julio de 1976, y se fabricaba gas sarín.

Carmelo Soria, fue un editor español, miembro de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), secuestrado, torturado y asesinado por agentes de la Brigada Mulchén de la DINA el 14 de julio de 1976. Esto sucedió cuando regresaba a su casa desde su oficina en la Cepal, y arrojado a un precipicio haciéndolo parecer un accidente. Fueron más allá con Carlos Prat, su mujer Sofia Cuthbert, en Buenos Aires 1974, y Orlando Letellier y su secretaria, Ronny Moffit, en Washington en 1976, desintegrándolos con explosivos puestos en sus automóviles.

Ese mismo 18 de septiembre mientras se celebraba las fiestas patrias, según lo contado por Mariana, Towley la llamó para confirmar que el explosivo estaba listo para ser detonado, lo que sucedió dos días después. Por suerte para mi familia mi padre no fue a parar al sótano.

Independiente a todo lo sucedido, Mariana Callejas, fue una buena escritora ganadora de dos importantes concursos de cuentos Rafael Maluenda con "¿Conoce usted a Bobby Ackermann?” del periódico oficialista El Mercurio; y en el concurso de cuentos de la revista La Bicicleta, con “Jess Abraham Jones”, uno de los principales medios de difusión del arte y la cultura durante la dictadura militar. O sea, fue transversal su reconocimiento.

Reconocidos escritores chilenos como Pedro Lemebel y Roberto Bolaño, escribieron sobre los horrores de la casa de Lo Curro. Su vida fue digna de una novela negra por lo antes dicho. Me costó mucho encontrar textos de Callejas, leí “Jess Abraham Jones”, ganador del concurso de La Bicicleta. Un buen cuento situado en Nueva York donde vivió Mariana con su primer marido. Es un cuento limpio, descriptivo de un hombre en sus últimos días, es un texto bien resuelto, me gustó.

Aquí nuevamente, como en muchos casos de la historia nos enfrentamos a la disyuntiva del autor y su obra, son las obras castigables como represalia a su doble vida, pienso que no. Es más, en mí actúa como un efecto llamada, me da curiosidad aunque sea política y éticamente incorrecto reconocer su mérito como escritora y no como el monstruo que fue, los puedo separar. Si no fuera por sus letras sería una agente más de la dictadura de Pinochet, como tantos otros que duermen plácidamente después de realizar sus tropelías en nombre de algún régimen del color que sea. Mariana Callejas defiende su libro La Larga Noche en una entrevista realizada por Mauricio Carvallo:

La larga noche es mi primer libro de cuentos —informa Mariana Callejas—. Es una colección de 27 relatos que comencé a escribir en 1975, cuando integraba el taller de Enrique Lafourcade. No es un libro conflictivo. Me autocensure al máximo. Saqué todo lo que podía considerarse como mensajes, sutilezas u ofensas. Casi todos los cuentos fueron leídos en talleres literarios, incluso en uno de Washington, donde presenté varios cuando fui a ver a Mike. Podría editarlos en Estados Unidos u otros países. Pero la censura chilena quedaría en ridículo. No quiero seguir haciendo daño al país, como se me ha acusado. A fuerza dirían: si no hay libertad para publicar cuentos de taller, ¿cómo dicen que hay realmente libertad de prensa en Chile? Pensé que tenía el derecho de cualquier individuo a publicar un libro... que no fuera conflictivo.

—¿No se encontraría, por ejemplo, “conflictivo” el primer cuento que da título al libro y que relata el sufrimiento de un detenido en un calabozo y que es torturado hasta morir?

—Ese cuento representa lo que pienso de la capacidad del hombre, su reacción e impotencia ante la fuerza; el individuo ante el sistema y la tortura y la aceptación de la muerte. No lo censuré porque trata de valores universales. Eso se da en cualquier lugar del mundo donde hay opresión, como en la URSS. Yo quiero expresar mi mensaje sobre los valores fundamentales del hombre.

Mariana Callejas vivió con el estigma de su pasado y condenada a la censura, fue un cadáver apestoso en Chile del que ni la dictadura ni los oprimidos perdonan. Tenía demasiada información comprometedora para el régimen y el mundo literario le dio la espalda por pensar que seguía vinculada con su obscuro pasado, podía ser una delatora, era una compañía incómoda asociada a la tortura y la muerte. Finalmente, Pata Martínez y Nicanor Parra nunca bailaron cueca ese 18 de septiembre de 1976.

¡Viva Chile mierda!

Notas

1 En Chile una fonda es un establecimiento temporal que se instala durante las Fiestas Patrias, conmemorando la independencia. Se sirven comidas y bebidas, se realizan bailes, juegos y se venden artículos típicos del país.