Dos amigos, que podríamos llamar A y B, practicaban un juego que consistía en bromas por correo. Eran bromas pesadas ya que, por ejemplo, una vez uno abrió una encomienda y en el acto estalló una bomba de pintura, empapando su rostro, parte de su ropa y de su casa. En represalia, este respondió con una cajita que contenía una tarántula, el destinatario apenas la abrió cayó al suelo del susto, y tuvo que cancelar los planes de media jornada, ya que la araña escapó y él tardó una eternidad en encontrarla, y otra para pensar en cómo atraparla y en juntar valor para hacerlo. Otra vez, uno recibió un sobre aparentemente vacío, así que lo terminó rasgando para ver si aunque sea había algo escrito en sus caras internas, pero el interior se veía inmaculado. Justo cuando comenzaba a sentirse decepcionado, empezaron los síntomas de la burundanga. Recuperado del largo adormecimiento de sus brazos, se vengó con un paquete que, al ser abierto, liberó una nube de gas pimienta.

Así se divertían hasta que A se puso de novio y, si bien no abandonó el juego, dejó de esmerarse en la confección de sus bromas. Esto generó una incomodidad creciente en B, que no comunicaba su malestar pero acumulaba rencor. Hasta que un día se encontró en un negocio con la novia de A, con quién solo se conocían por fotos. En esa ocasión, también se encontraba un vecino de B dentro del local. Dio la casualidad de que los tres terminaron en la cola hacía la caja, uno inmediatamente detrás del otro. B, entonces, improvisó la mentira de que A y él salieron juntos a bailar, sedujeron a dos mujeres y terminaron los cuatro en un motel. Lo único cierto era que fueron a bailar, pero la novia de A comenzó a dudar de la fidelidad de su novio. Y después la duda se convirtió en certeza con el siguiente envío de B. No se trataba de una broma pesada en sí. Un jabón y un peine, eso era todo. A, perplejo, solo miraba los objetos. Su novia se encontraba con él, y al verlo así le preguntó qué le pasaba. Le mostró los objetos. Ella aprovechó para preguntarle adónde habían ido después del boliche la vez que salió con B.

—Me vine a casa, ¿por?

—¿Solo?

—Sí.

—¡Dejá de hacerte el boludo!

—¿¡Pero qué te pasa, de qué hablás!?

—¿Que de qué hablo? Te voy a decir de qué hablo. Hablo de que saliste solo, o sea sin mí, y ahora tu amiguito te manda cosas de un telo. Hace un par de semanas me lo encontré en el maxikiosco, y escuché cómo le contaba a alguien de tu salidita al boliche, ¡y de ahí a un telo con dos minas para enfiestarse los cuatro!, ¡¡de eso hablo!!

Carta para B:《En el curso de la semana, cualquiera puede matarte: el sodero, el cobrador, o el cartero.》Cuando el sodero llamó a su puerta, B atendió con incredulidad: A no podía estar hablando en serio, seguramente trataba de asustarlo con una broma distinta.

Más tarde lo visitó el cartero: lo atendió con ansiedad, esperando que trajera alguna explicación de A. Una pequeña lápida con el nombre de B descansaba dentro de la caja. Al día siguiente llegó el turno del cobrador. B no atendió esta vez. Lo espió hasta que se marchó. Buscó su teléfono. Insistió varias veces, pero no contestaban. Quería pedir disculpas, evidentemente A sabía de su mentira. Probó suerte explicando todo por carta, incluyendo pomposas disculpas dirigidas a su novia. A:《Tu broma no me hizo ninguna gracia, así que las disculpas enviáselas a ella porque me dejó.》

B se sintió muy mal, arrepentido, estúpido por haber llegado a ese extremo. ¿Pero qué esperaba? Si era consciente de lo que había hecho mientras lo hacía, ¿de qué se asombraba ahora? Quiso restablecer un juego a costa de quitar de en medio a la novia de su amigo. “Las cosas que hace el apego”, pensó. “Priorizar un juego antes que el amor. De verdad estoy jodido. Pero ¿¡y él!? Él está más jodido que yo: ¡cómo va a querer matarme! A lo sumo me debería cagar a trompadas, o dejar de hablarme, o ambas cosas, ¡pero no matarme!”.

Enojado, volvió a llamarlo, insistió hasta que del otro lado ya no sonaba el teléfono, porque lo habían bloqueado. Estuvo a punto de salir hacia su casa, pero no se animó. Envió otra carta, con disculpas más sinceras, pero no obtuvo respuesta. Sin saber qué más hacer para recomponer la amistad, optó por la resignación.

Tiempo después A accedió a responder. Envió un dibujo, una paloma de la paz. B, muy emocionado por el efecto que causa el perdón, en el acto respondió, por teléfono.《Me agradaría invitarte a tomar el té, si soy digno, y conversar un poco.》Quedaron para esa tarde en su casa.

Luego de poder hablar y reconciliarse, sintieron como renacía la amistad. En medio de un tema hilarante sonó el timbre. B fue a atender. Era el cartero.