Es una pregunta obligada en el panorama al que nos enfrentamos. Ahora le tocó a Polonia, donde la extrema derecha obtuvo un nuevo triunfo y de esta manera la gran mayoría de la Unión Europea (esto es, 24 países sobre los 27 miembros actuales) tiene gobiernos de derecha o de ultra derecha. ¿Por qué las masas se encuentran tan desorientadas en la oscuridad como para votar ingenua y tranquilamente a quienes los hambrean, los despiden y los condenan a ser un residuo social?

Aceptemos la tesis de que la izquierda en todas sus variantes ha perdido mucha fuerza y brillantez; en consecuencia y naturalmente, ha perdido también votos, porque dejó de lado su función histórica de defender a los trabajadores, asalariados y, más en general, a los sectores populares. Digamos entonces que esa función se ha desgastado en el siglo XX, guiando a los proletarios dentro de las ciudades, y dejando a las mujeres y a todos aquellos sectores sociales que eran representados como uno excluidos. La izquierda que los llevó a transformarse en actores políticos importantes, desde los sindicatos y desde la política.

Una izquierda que se encuentra perdida ocupándose cada vez menos de los salarios, de los indicadores sociales acusadores de la pobreza y la exclusión social, y dedicando demasiado tiempo y esfuerzo a la agenda LGBTIQ+ (y a las próximas letras del alfabeto que eventualmente se sumarán). Y eso determina que una parte muy importante de los sectores populares se vuelque a la derecha para buscar nuevos representantes y, en cierta manera, para darle la espalda a una izquierda que consideran se la ha dado a ellos y ya no los representa.

Por más manipulados que estén los medios de comunicación, no es justo responsabilizarlos totalmente de que esas masas de trabajadores y diversos sectores sociales –e inclusive una parte importante de la intelectualidad– actúen solo por ignorancia y apoyen a la derecha que los hunde y los explota.

No pueden ignorar que en la Casa Blanca se ha instalado un grupo de ultra millonarios ultra liberales, que ni siquiera en los tiempos de la campaña de la Indias alcanzó tal nivel de impunidad y de poder, como con el actual gobierno de Donald Trump.

¿Acaso pueden sentirse representados los trabajadores asalariados, los productores rurales, los desocupados y subocupados norteamericanos que con sus votos eligieron el gobierno más insólito y de derecha de la historia de los Estados Unidos, capaz incluso de desatar una guerra comercial que los va afectar directamente a ellos? Y sí, lo votaron.

Creo firmemente que una respuesta económica no alcance en absoluto para explicar estos procesos. Hay componentes psicológicos, culturales, ideológicos y hasta sentimentales en juego. El fenómeno de los pobres y los marginados que votan a los ricos se sale de la simple explicación de la competencia económica, ninguno es tan estúpido de creer que las ultras ganancias de los ricos devienen del Estado de Bienestar (en Uruguay, por dar un solo ejemplo, hay 62.000 millones de dólares depositados por esos ricos en el exterior, lo que equivale a un PBI completo).

Si se vota por la derecha populista es sobre todo por una necesidad ideológica. En el desorden, en la confusión actual en que viven, quieren volver a las buenas viejas cosas del pasado, Dios, Patria, Familia, los valores tradicionales. La memoria nos da una versión traicionada, deformada donde esos valores son mejores hoy que ayer como elemento protector. Este es el nudo del suceso de la derecha reaccionaria.

La derecha tiene una ideología reaccionaria, un discurso reaccionario, una fisonomía reaccionaria y una estructura cultural reaccionaria, que satisfacen a ese público que no es su público tradicional del lumpen proletariado, sino que se ha extendido ampliamente.

Para Trump y su tropa es inaceptable que estudiantes y docentes de Harvard se ocupen tanto de temas de derechos, de sexualidad, de convivencia con todos esos estudiantes extranjeros y que ahora tienen que callarse, porque llegó él: llegó Trump.

Como en la política, no todo se define a partir de la economía. La izquierda no puede dudar un momento en volver a la ideología con todas sus fuerzas y sus capacidades intelectuales, bastante herrumbradas por falta de uso, lo que no quiere decir en absoluto volver al dogmatismo. Tiene que volver a incorporar la curiosidad, las preguntas, la crítica como un elemento fundamental de su propia existencia. No será fácil.

La izquierda tiene que incorporar, modernizar el concepto del cosmopolitismo frente al nacionalismo fanático de la derecha. Claro que hay que batirse por los salarios y las condiciones de vida de las mayorías, pero batirse simultáneamente por el futuro contra el proyecto reaccionario de la derecha.

Es un cambio histórico, de las prioridades, de la creación, de las capacidades de la izquierda para enfrentar y derrotar el retroceso notorio que vive el mundo actual.