Tuve una experiencia trascendental viendo 2001: Odisea en el Espacio, de Stanley Kubrick, a los 16 años. Quedé completamente hipnotizado por esa película a nivel visual y conceptual. Me hallé en un estado de embelesamiento que nunca había conocido antes y que busco desde entonces. Para citar el título del disco de Joy Division, no hay nada que se compare con descubrir un placer antes desconocido. Ese hecho, con algunos antecedentes, hizo que se desenvolviera frente a mí un camino, con muchas bifurcaciones, que nunca dejé de recorrer. Contar historias, descubrir cómo funcionan los relatos, intentar ver qué dice una obra sobre la condición humana o procurar decirlo yo en una obra propia: esos son los deseos que desató el simple hecho de ver una película hace años.
Es que el acto podría parecer simple, pero una pieza cinematográfica es algo que va más allá de nosotros. Es el resultado del trabajo de un grupo de personas que, al unirse, logran algo que en realidad es mayor que la suma de sus partes. Hay algo conmovedor en que la trascendencia se logre a través del esfuerzo colectivo, ¿no?
En el arte encuentro lo que imagino que las personas creyentes encuentran en la religión o la espiritualidad, y el arte que más me interpela es el cine. Es una herramienta a través de la cuál todos como personas podemos concebir algo mucho más grande que nosotros mismos y unirnos en comunidad: ya sea a la hora de hacer arte o a la hora de experimentarlo. Porque incluso en estos tiempos, en que las salas de cine no son el espacio predilecto de muchos para ver películas, aunque las disfruten en la soledad de sus cuartos, aún si la historia y los temas que aborda esa obra son lo más personal para el director o guionista, sigue siendo una experiencia que te conecta con un otro. Porque no hay mejor forma de hablar de la condición humana, inherente a todos, que desnudando los conflictos personales. “Quien conoce su aldea conoce el universo” dice la frase atribuida al novelista ruso León Tolstoi. ¿Qué mejor forma de unirnos que sabiendo que, aunque sus causas sean distintas, nuestras penas y alegrías se parecen?
Desde mi acercamiento con esta visión del arte empecé mis estudios, un poco académicos pero más extracurriculares, para entenderlo mejor. Estudios universitarios tanto de Lingüística como de Audiovisuales (ambos truncos), leer ensayos, leer historia del Cine, filmar, consumir todo tipo de relatos, hacer video ensayos en mi proyecto de YouTube Pardo Cine, hablar con cuánta persona esté interesada en entablar una conversación sobre el tema, esperando que pueda enseñarme algo o hacerme ver un detalle que se me pasó por alto. Ese es el camino que estoy andando y del que no tengo intenciones de salir.
Una teoría de la Física sostiene que los últimos astros que queden en el Universo serán los llamados "enanas negras", cadáveres de antiguas estrellas que, habiendo perdido su energía a través de cantidades de años que somos incapaces de concebir, se volvieron cuerpos fríos e invisibles. Finalmente, una enana negra se vuelve tan inestable que explota en una supernova; esto genera cantidad increíble de luz, produciendo la última chispa del Universo antes de la completa y eterna oscuridad.
¿Por qué te cuento esto? ¿Por qué veo películas? ¿Por qué hablo de cine? ¿Por qué escribo de cine? ¿Por qué quiero hacer películas? Es sencillo. Porque quiero que el último resplandor que ilumine mi Universo sea el de un proyector en una sala de cine, el de un foco porque estamos filmando una escena, o la luminosidad que se desprende de una conversación apasionada sobre algo que uno ama.