No sé a qué generación perteneces o desde qué país estás leyendo esto, pero hay algo que sí sé: al menos una vez en tu vida, por azar o por elección, has entrado en contacto con algún serial donde el drama, el sufrimiento y el conflicto perviven por encima de cualquier otra cosa. Hablo, por supuesto, de las telenovelas.

Quizá vieras la mexicana Rebelde y te encante RBD, o fueras fan de su musa argentina Rebelde Way. A lo mejor conoces la telenovela colombiana Pasión de gavilanes, porque era casi omnipresente en el primer lustro de los 2000 y no había nadie que no hubiera escuchado Fiera inquieta. Puede ser que a tu descendencia le diera por cantar que en tu hogar las feas no pueden entrar porque ahí mandan las divinas, al ritmo argentino de Patito Feo. O quizá te hayas topado con una de las mil adaptaciones (a cada cual más pintoresca), de la telenovela colombiana Yo soy Betty, la fea buscando divertimento entre canales.

Sea como fuere, estoy segura de que esta no es la primera vez que oyes hablar de las telenovelas. Y es que, ¿cómo resistirse a producciones con títulos como El triunfo del amor, El cuerpo del deseo o Café con aroma de mujer?

Son producciones tan icónicas que han trascendido los cambios de década (y hasta de siglo) y las fronteras del idioma, pudiendo encontrar ahora telenovelas propias de España, Turquía o Sudáfrica. Sin embargo y a mi parecer, es en Asia donde las telenovelas han encontrado su más fiel reflejo en términos de formato y dramatismo. Hablo, por supuesto, de los doramas coreanos o k-dramas.

Las telenovelas y los doramas coreanos tienen una cantidad sorprendente de elementos en común: drama y lágrimas hasta la extenuación, situaciones límite, personajes y argumentos llevados al paroxismo…

Cuentan con personajes como el que ocupa toda su existencia en armar su venganza o el que, por amor al arte (teatrero), sufre toda suerte de trágicos accidentes de coche, avión o tren; a caballo, a pie o incluso quieto cual farola.

Poseen tramas como el secuestro del ser amado para hacer daño al protagonista, los comas por accidentes y las amnesias por los comas o los romances prohibidos que se les atragantan a las familias y hasta a los propios amantes, de tantas desavenencias y vicisitudes que sufren (¡Shakespeare estaría orgulloso de sus dramas!).

De esta—francamente aleatoria—reflexión se me ocurrió el tema que nos atañe hoy: si las telenovelas y los doramas coreanos tienen tantos puntos en común… ¿qué pasaría si los pusiéramos frente a frente? ¿Qué producción se llevaría el premio al dramatismo: las series presentadas por Televisa/Telemundo, o las patrocinadas por Subway/Samsung?

Quisiera señalar que, aparte de la cuestión del idioma, estas dos producciones se diferencian por su duración. Las telenovelas suelen durar aproximadamente 45 minutos por episodio… y una vida entera si sumas todos los capítulos. Por el contrario, los doramas suelen constar de 16 episodios de aproximadamente una hora, siendo por tanto un tipo de serie donde se puede ver el final de la ficción oteando el horizonte serial. Aquí no emitiré juicio, pues la elección de una u otra producción depende de la cantidad de tiempo que a uno le guste verse consumido por una serie. Paso, pues, a elementos más concretos.

Pese a su compartida predilección por el melodrama, existe una diferencia notable entre las telenovelas y los doramas relacionada con sus culturas. Mientras que en las telenovelas tenemos personajes bien intensos, de sangre caliente y muy pasionales, los doramas presentan personajes intensos de sentimiento, pero con un marcado control de las emociones y el contacto físico. En otras palabras: es probable que tardes menos en terminar una telenovela que en llegar al episodio donde los protagonistas coreanos tienen su primer contacto físico. Contacto que, probablemente, consista en un entrelazado de manos y su posterior inserción en el bolsillo del protagonista para hacer frente al frío… aunque sea verano.

Inclinarse por una u otra serie dependerá, una vez más, de si prefieres ver escenas infinitas de pasión o escenas infinitas de preludios de romance físico y mucho anhelo visual. Seguramente prefieras los doramas si tienes una paciencia inagotable y/o te gustan las historias de enamoramiento lento. Dicen que la paciencia es una virtud. Podríamos tomar los lentos romances k-dramáticos como una oportunidad de trabajar en dicha virtud, al tiempo que valoramos otros aspectos del romance como la comunicación, la confianza o el cruce de miradas melodramáticas en silencio absoluto. ¡Creo que podríamos darle el punto a los doramas!

En esa línea, en ambas producciones el contacto físico resulta intenso en términos de dramatismo, definitorio en términos de guion y, por algún motivo, relevante para absolutamente todos los personajes. Sin embargo, hay varias cosas que separan a estas dos creaciones seriales. No voy a tener en cuenta el aspecto musical que acompaña a este tipo de escenas en cada producción. Sin embargo, considero curiosa, y digna de mención, la predilección telenovelesca por cantantes que sufren de mucho calor y de la coreana por cantantes que sufren de mucho dolor, siendo una muestra de lo que cada producción prioriza en su trama. Personalmente, creo que sendas bandas sonoras son icónicas.

Prosigamos.

Es probable que sufras un dorama entero esperando el culmen de tu romance favorito… para que luego este consista en un abrazo muy platónico o en uno de los elementos más icónicos de los doramas: el beso pez.

¿Qué es el beso pez, te estarás preguntando? Básicamente, es el momento en el que el protagonista choca sus labios contra los de la protagonista y esta, como si de un hechizo se tratara, se convierte en pez: se queda ahí plantada, sin hacer nada más que abrir los ojos cual pececillo perdido en el mar durante toda la escena. Quizá podríamos acuñarlo el «beso mono loris», teniendo en cuenta lo saltones que son los ojos de este primate, lo atolondrado que parece estar siempre y la lentitud de movimiento que le caracteriza. ¿A quién habrá que escribir para discutir este término?

Con las telenovelas, lo mismo estás un capítulo entero viendo a dos personajes dándose a la pasión muchísimo rato y con todo lujo de detalle, convirtiéndote en una suerte de voyeur sin haberlo buscado o pedido. Por supuesto, no puede faltar la confesión y promesa de amor eterno antes, durante y después de la escena, por si no te ha quedado claro ya que esos dos personajes se aman. Y si aun así no te convence su amor, descuida: te van a convencer todos los demás personajes en cuanto se enteren y pongan el grito en el cielo por la gravedad de tan intenso amor. La escena de pasión podrá parecerte romántica, demasiado larga o ambas, pero al menos, terminas el episodio, convencida de que el amor está en el aire, sin rastro de besos mono loris. Ya solo por esto último, ¡creo que le damos el punto a las telenovelas!

Ahora que hemos tratado la idea del romance como el origen del éxtasis o la furia de los personajes, creo que es preciso que hablemos un momento de las villanas. Sí, en femenino; porque, sí, siempre hay una mujer malvada, tanto en las telenovelas como en los doramas.

En las telenovelas, la villana es una mujer exageradamente sensual, exageradamente mala (escribe mientras suena Esa hembra es mala de Gloria Trevi en su mente), y con un exagerado desinterés por ocultarlo normalmente. Presenta una permanente expresión de «soy intensa y pesada pero interesante y apasionante» y de «soy villana pero de belleza dotada». Si puede llevar ropa ajustada y para nada incómoda, cuatro kilos de maquillaje y otros cuatro de bisutería, pues ya tenemos el combo completo.

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Café con aroma de mujer.

En los doramas, la villana también es guapa (al parecer, no se puede ser buena y guapa en esta vida). En este caso, exhibe una belleza quasi angelical y del todo perfecta, como si se hubiera tomado muy en serio el concepto de la proporción áurea. Al contrario que la villana de telenovela, la villana de dorama suele ocultar su maldad, adoptando una personalidad a la que le falta solo una aureola de santa. Por supuesto, esta villana presenta una permanente expresión de «soy intensa y pesada pero adorable e impecable» y de «soy villana pero de perfección dotada», la cual va complementada por atuendos dignos de Chanel. Como personalmente estoy en desacuerdo con el innecesario recurso de la mujer malvada enloquecida por un hombre, en este caso no gana ni la telenovela ni el dorama. ¡Castigadas las dos!

La ejecución de las escenas y los ángulos de cámara también distan bastante, aunque en ambos formatos se persiga el mismo objetivo lacrimógeno.

En las telenovelas, no importa si lo que se filma es un accidente o un romance: te va a tocar ver una toma muy larga (y a menudo fija) de la persona accidentada o enamorada, lo más cerca posible de su cara.

En el caso de tratarse de una tragedia, las series latinoamericanas muestran predilección por hacer tomas de la persona inconsciente, acompañadas de la música de tensión de la serie. Dicha música te acompaña todo el rato que empleas, de nuevo sin haberlo buscado o pedido, en mirar al damnificado que ocupa toda la pantalla. Tales escenas pueden llegar a ser lo suficientemente eternas como para que termines por centrarte menos en el accidente y más en si respira o mueve los ojos el actor o actriz —esto para nada es una historia basada en hechos reales—.

Los doramas coinciden en la predilección por las tomas sempiternas, para que te quede todo bien claro. Sin embargo, van un paso más allá: en lugar de optar por una sola toma fija con incómodo zoom, los seriales coreanos prefieren inmortalizar el momento (accidente o romance) con, al menos, cuatro ángulos de cámara distintos. ¿Quieres disfrutar del esperadísimo momento romántico? Descuida, que lo vas a ver de cerca, de lejos, de refilón y, por supuesto, a absoluta cámara lenta. ¿No te has enterado de que un personaje se ha accidentado gravemente? Descuida, que lo vas a ver desde su perfil, planta y alzado y acompañado por la canción dramática por excelencia de la serie. Si solo atendemos al dinamismo de la cámara y el impacto de la escena, ¡creo que los doramas ganan!

Siguiendo el sendero técnico (sin tener nada de eso yo), creo que ahora podríamos pasar al guion; esto es, a cómo cada producción emplea el lenguaje verbal y corporal para crear sus tensiones y tragedias. Aunque ambas cumplen muy eficazmente con su cometido, sus diferencias son tan notables que merece la pena ponerlas en relieve.

En los doramas nos topamos con malentendidos muy dramáticos que duran cuatro episodios porque no da para más; aunque si es posible, se estira y alarga el conflicto hasta el capítulo final, dando tregua a la trama solo en los últimos diez minutos de la serie. La resolución del conflicto, por supuesto, se presenta con lágrimas de por medio y se ve exacerbada por la música melodramática de fondo que ya hemos oído hasta la saciedad. Lo cierto es que este tipo de escenas resultan irritantes si has soportado 8 de 16 capítulos con falta de comunicación, borracheras para calmar el dolor y constantes trabas entre los protagonistas como si la vida fuera una carrera de obstáculos trágicos —razón no les falta—.

En cuanto compete a los enfrentamientos, suelen priorizar un conflicto verbal más adaptado a todos los públicos que el de las telenovelas. Quizá sea porque soy española y no coreana, pero resulta francamente curioso ver a los personajes en una trifulca donde se califican de «tonto» o «loco», se gritan como si fueran ganado o se preguntan si desean dejar de existir.

Pero los enfrentamientos suelen quedarse ahí, en escenas tensas comunicándose con amenazas no cumplidas, acompañadas de bruscos movimientos de cabeza y extraños gestos maxilofaciales. Todo ello parece sobrarle y bastarle a su ira, así que tan contentos. Es probable que se trate de un asunto cultural dado mi origen occidental, pero lo cierto es que estos enfrentamientos me los termino tomando más como un estudio del comportamiento y lenguaje coreano que como un enfrentamiento.

En las telenovelas, se dan malentendidos muy dramáticos que duran unos cien episodios sin que nadie hable claro de nada. Los personajes sufren gratuitamente en la soledad de su hacienda, articulando su sufrimiento a través de monólogos en voz alta para el público cual Hamlet. Aun así, las telenovelas no adolecen por supuesto de numerosos enfrentamientos «de hombre a hombre» o «de mujer a mujer»; enfrentamientos que, francamente, suelen resultar irrisorios por mucha música y tensión que presente la escena.

Las telenovelas presentan dos tipos de conflicto: el enfrentamiento pasivo-agresivo (verbal), y el agresivo-agresivo (físico). Lo mismo lloras de risa con conversaciones en las que vuelan insultos como «pichirilo», «menso», «baboso» o «mamarracho», que te ves involucrada en una pelea de exageradas e impostadas cachetadas, patadas y tiradas desmelenadas; todo, en menos de un parpadeo. Y hablando de parpadeos, si el enfrentamiento alcanza su zenit de tensión, es probable que llegues a la conclusión de que los personajes se amenazan y apuntan con pistolas más que parpadean, comunicándose a través de balas no disparadas. Aunque aborrezco la violencia, lo cierto es que en las peleas telenovelescas te hacen reír incluso sin pretenderlo, convirtiéndose en algo icónico. ¡Punto para las telenovelas!

Si haces el recuento verás que, inconscientemente, he terminado por establecer un empate entre telenovelas y doramas. Quizá se deba a que, en realidad, ambas producciones me han acompañado y entretenido en algún momento de mi vida. Gracias a las telenovelas y los doramas he aprendido muchísimo sobre la riqueza y diversidad del español y adquirido mayor entendimiento del complejísimo idioma coreano. También me han dado la oportunidad de conocer otras culturas, otras formas de actuar y unas tramas que, francamente, son dignas de ver.

Con las telenovelas aprendí numerosas palabras procedentes de Latinoamérica que uso a día de hoy, como «quilombo» para referirme al desorden o «preguntadera» para referirme al interrogatorio al que a veces nos somete algún ser querido. Las telenovelas—aptas para todos los públicos—me acompañaron de niña, haciéndome reír y cantar sus icónicas canciones tantas veces escuchadas durante tantísimos episodios. Ahora aprovecho cualquier oportunidad para volverlas a ver y sumergirme en esa nostalgia tan específica y, por supuesto, para cantar a voz en grito todas las canciones de RBD, la banda sonora de Pasión de gavilanes o la canción principal de Contra viento y marea. Y, ¿sabes qué? Que las telenovelas me siguen pareciendo icónicas.

Quizá sea la mezcla de vis cómica y vis dramática de mi propio carácter la que, inconscientemente, me llevó de telenovelas de un continente a telenovelas de otro continente, llegando así a los doramas. Con ellos descubro una cultura y forma de vida única del país, disfruto de la escenografía coreana y me familiarizo con formas de pensar (y de tratar a otros) completamente distintas a las que conozco, enriqueciendo así mi conocimiento del mundo.

No importa si te gustan las telenovelas, los doramas o ninguna de las dos: al final, lo que verdaderamente importa es que sepas apreciar el esfuerzo y verdadero talento presentes en ambos tipos de producciones.
Que las veas como un vehículo que inmediatamente te transporta a otro continente, permitiéndote conocer otras culturas y lugares; enseñándote así la importancia de conocer, respetar y valorar la diversidad del mundo. Como dirían los mexicanos, ¡el mundo puede estar bien chido!