¿Acaso en vano venimos a vivir,
a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos.(Nezahualcóyotl. Rey Mexica)
La artista costarricense Mariela Richmond exhibió en la primera parte del año 2025 (en febrero, para ser específicos) la propuesta Tierra Maestra en el espacio Satis.Factory (barrio Escalante, San José), curada por Erika Martin.
La artista comenta al respecto que temporalmente trasladó una parte del proyecto agrícola Mojojoy-Agricultura a esta casa experimental para el arte, y argumenta: “Con esta exposición, abriré el archivo de #laescuelitadelatierra, al hacer una pausa para reflexionar y escribir, distanciándome de las actividades cotidianas que demanda una huerta. Es un privilegio, pero también una condición”, agrega Mariela en el brochure disponible.
Trabajar con la naturaleza y las tradiciones del campo atendiendo una huerta se vuelve una afrenta, pero es un desafío bonito en tanto que devuelve creces: frutos, hortalizas, verduras. Alimento para el cuerpo, pero también deleite para el espíritu y el alma, al poder ver crecer lo cultivado en el campo que es un estímulo genuino y nos hace sentir (como diría Goethe) “el impulso irrefrenable de someter a sí mismo los objetos”.
Hacer arte de esa práctica es un reto plausible que implica lo colectado, domesticado, exhibido y encadenado a una gramática de lo natural con sus propias raíces, bejucos, tejidos, redes: es todo el sistema biológico del planeta puesto a la mirada del atento observador que aprecia la diferencia y diversidad en el arte contemporáneo.
Desde esta focalización del arte que me interesa, cuando es aliado de la ciencia, lo agrícola también es otro campo de batalla, en tanto la madre natura posee armas de doble filo: el agua es amiga-enemiga, benéfica para el riego, pero de vez en cuando se desborda y destruye; mucho sol o sequía son deplorables, pues en pocos días las plantas lo resienten y secan o disminuye el volumen del fruto; el viento refresca la campiña, pero si se enfurece extermina, como lo hacen las plagas actuales. Son inmisericordes.
Cuando en arte se trabaja con materialidad viva, se debe saber reconocer la capacidad de equilibrar e indagar qué carácter de ritos escucha el planeta en el ámbito holístico, para reconocer sus lenguajes y potenciar los estímulos naturales no viciados por la agroindustria que ya han dado muestra de ser deplorables. Importa conocer y saber de las cadencias biológicas, las lunas y sus influencias sobre el planeta y por ende en la agricultura.
Además, existe la tradición legada por los ancestros al cultivar la Pachamama, aquellos pueblos originarios que la identificaron con la espiral de paso continuo (la serpiente) presta a devolver la estocada cuando se le contamina.
Me refiere a una frase eterna de Johann Wolfgang von Goethe que engloba el arte de Mariela y la eterna misión del individuo creativo que se encarga de (trans)formar, educar y, por ende, potenciar la cultura: “Esto le proporciona un goce elevado, y decidiría la fortuna de su vida si obstáculos internos y externos no se opusiesen al bello transcurso de esta hasta su culminación”.
Ciencia-arte y el binomio naturaleza-cultura
A Mariela Richmond la distingo por estas prácticas desde que la conocí en el proyecto La Oficina Ruidosa, con el que abordó un estudio documental para la Bienal Fensa 2020 de México, cuando ya tocaba estas prácticas por su afán de congraciarse con la Pachamama (Gea para los griegos, Iriria, la niña Tierra de los bribri en Baja Talamanca, Caribe sur costarricense).
Importa aprender la jerga y simbiosis propia de la tierra, la manifestación del tiempo y lo atmosférico, pero también la no métrica de lo intemporal, el fractal que nos enseña los ritmos vitales esenciales en el crecimiento del entorno cuando los campos reverdecen, mediando el reto de explorar lo inusitado en esta forma de arte, la incertidumbre que obliga a estar alertas.
Implica además la aplicación de la teoría del rizoma de Gilles Deleuze y Felix Guattari de finales del siglo pasado, pero no solo en los campos, sino en las vicisitudes de la sociedad actual, y la capacidad de abrir el áspero terrón para dar un nuevo brote donde nadie sospechara que lo hiciera, pero que gesta esperanza.
El arte es una sustancia viva, el arte está vivo, el o la artista trabaja con vida.
Importa leer los signos de la cultura en la historia mesoamericana preguntándonos cómo hizo el rey poeta Nezahualcóyotl para idear, entre otras, aquella ingeniería de estanques y “chinampas” para alimentar a millones de bocas en el valle de México antes de la llegada de los europeos y que transportó el agua desde otros territorios al valle de México por un doble acueducto.
¿Cómo dedujeron los Incas en las terrazas de Moray el proceso de cultivar sus verduras, ideando ciencia y energía que extrapola aquellos cuerpos toroidales aplicando la energía al cultivo de verduras que también alimentaron a ese gran imperio del altiplano andino?
Trasciende que en esas terrazas domesticaron 150 tipos de papas, semillas y otros tantos de tomates, y las plantas de maíz con los granos más grandes que se conozcan debido a la ubicación del Valle Sagrado respecto a las estrellas del firmamento, aprovechando la fuente de su energía cósmica (la Vía Láctea, Chaskamayu, en quechua) y el río (Willkamayu) que lo irriga.1
“Lo observamos en Moray, pues en cada terraza se genera diferente temperatura, hay un grado de diferencia, se conforma un toroide en cada terraza. El diámetro de cada una de esas estructuras armónicas naturales es proporcional a la altura de la pared de piedra. La potencia calorífica acumulada por dicho empedrado es proporcional a la energía que fluye en toda la estructura emanadora de poder energético y, por ello, aprecio que estamos hablando de Mecánica Cuántica”.
Campo a observar en Satis.Factory
Tierra expuesta, mezcla, composta entre arte, cultura y ciencia.
Es una pócima muy actual y necesaria para reinventar el arte contemporáneo y estimular la convivencia, además, con nuestro entorno, que no es solo lo natural, sino lo que trasciende de la cultura originaria, eternos protectores del hábitat.
He ahí el paradigma, la diferencia a que refiero: el respeto hacia el planeta Tierra no es dejarla quieta a merced de las contingencias del clima como los vientos, inundaciones, deslaves, sequías o la mano inescrupulosa de algunos seres humanos, sino explotarla con tolerancia al sacarle sus frutos con amor y gratitud por todo lo que nos da la madre natura dadora, I be Tap, madre parturienta, como la aprecian los pueblos originarios bruncas en el valle del Grande de Térraba, zona sur acá, en Costa Rica.
La seguridad alimentaria, la conciencia sobre los nocivos extractivismos de las grandes fincas de terratenientes o bajo el dominio de emporios neohegemónicos y sus “comodities” de las transacciones mercantiles, los mercados gastronómicos denominados “chatarra”, son prácticas desleales en las cuales asoma la transculturalización, corrupción y violencia cuando el campesino defiende lo que le han expoliado, además del desapego a la cultura del campo que también impacta hoy.
Estos son factores que impele a concientizar en el recorrido por la muestra de Mariela Richmond, al ver las raicillas rizomatosas, los bejucos, hiervas de la farmacéutica tendidas en la sala.
El archivo de semillas en refrigeración me recuerda aquella acuarela La gran mata de hierba de Albert Durero en 1503, conservada en la Galería Albertina de Viena, útil a los investigadores de la farmacéutica para aprender de la medicina en el Renacimiento.
O Cesta con frutas, de Michelangelo Il Caravaggio en 1596, del barroco romano custodiada por la Pinacoteca Ambrosiana de Milán, y que sirve a estudiosos del agro para aprender de las enfermedades que sufrieron las plantas en aquellas épocas ya algo borrosas de la memoria, pero que, gracias a la ciencia y el arte, repito, se cultivan nuevos provechos.
Mariela Richmond, la Escuelita de la Tierra
Es un proyecto educativo que elabora desde los procesos de agricultura orgánica.
La artista aprecia en un estado o declaración personal: “Su corazón es el bosque, el gran maestro que guía las prácticas ‘atierrizadas’”. Se opone firmemente al uso de agroquímicos y promueve, en cambio, la cosecha de suelos fértiles y el fomento de la biodiversidad en la tierra.
Ubicada en San Rafael de Heredia, la Escuelita de la Tierra es el proyecto pedagógico de Mojojoy Agri-Cultura.
Busca reconectar con los saberes ancestrales y las prácticas agroecológicas que, por generaciones, han sustentado a las comunidades rurales y han mantenido un equilibrio con el entorno.
Funciona como un espacio de aprendizaje integral que abarca desde la siembra y cosecha de cultivos hasta la conservación de la biodiversidad, pero todo mediado por las artes visuales de hoy.
“A través de talleres y actividades, se explora el papel vital que desempeñan las prácticas tradicionales en la presentación del medio ambiente, la seguridad alimentaria y la construcción de un futuro más sostenible”. (Richmond, brochure Satis.Factory 2024)
Esta es la clave del arte a que me refiero y con esto cierro este acercamiento de gran interés que me emociona a comentar, expuesta en aquella taxonomía de frutos, verduras, raíces, hojas, estudios en acuarela de plantas, fotografías, infogramas y mapas mentales, dibujos, modelos, maquetas de investigación expuestos en la galería que contiene saberes, ancestralidad y pericia del investigador que no acaba de finalizar un estudio cuando ya está merodeando la raíz de otro proyecto.
Es espacio epistemológico y ontológico del ser que observa su naturaleza y misión, y es el carácter de la creatividad que empuja a buscar nuevos dominios de la existencia.