Occidente imaginó un futuro ideal en el pasado que no se cumplió y que sí, tuvo consecuencias por las decisiones tomadas en consideración a un futuro que jamás llegó. Por lo que, no importa lo que se imaginó, ni cómo se lo imaginó, solo importan las consecuencias reales y distópicas que aquellas idealizaciones produjeron en el presente.

El liberalismo internacionalista fue en muchas ocasiones responsable de las intervenciones en nombre de valores erga omnes, legitimados desde instituciones globales de poder económico y militar. En la visión idealista, estos instrumentos tenían un grado de pureza lejano al realismo de los fines de la Guerra Fría; sin embargo, estas instituciones no solo fueron infiltradas y cooptadas a favor de modelos autoritarios y progresistas. También estos modelos idealizados, fueron neutralizados, quedando como cascarones vacíos de proyectos inacabados, fallidos e inviables para preservar el orden mundial del final de la Guerra Fría.

La Guerra Fría en relación a las pretensiones de superioridad moral de los liberales, demostró en el pasado que el realismo era la única alternativa para evitar una crisis nuclear abierta. Sin embargo, el fin de la Guerra Fría no solo posibilitó un retorno a los idealismos más ingenuos, sino que también creó una ilusión sobre la humanidad unificada y pacificada de forma definitiva.

Las consecuencias de aquella ilusión no solo lo sufren las periferias globales, sino los centros de poder que ahora no solo han retornado a la realidad, sino que enfrentan el colapso de todas las utopías, de todos los sueños exagerados que construyeron desde los años 90 hasta el retorno de Donald J. Trump a la Casa Blanca en 2025.

El retorno al pragmatismo militar, el retorno a los valores tradicionales y el retorno al sentido común se dieron como una respuesta natural e inevitable al desbocamiento y radicalización del liberalismo anglosajón convertido en apología de la izquierda postmoderna y nihilista.

En este punto, nuevamente el realismo aristotélico se enfrenta a la idealización platónica de las cosas, para no solo derrotarlo, sino también para recordarnos que toda construcción requiere de condiciones reales que posibiliten estas idealizaciones. Algo que no sucedió con la política aplicada por el partido demócrata norteamericano, el cual en su involucramiento en misiones humanitarias globales perdió el sentido de sí mismo, la identidad que poseía, mimetizándose con sus propias causas, convirtiéndose en un vocero y en un satélite de causas irracionales como el extremismo palestino o los discursos postmodernos de género que convirtieron al partido demócrata en una caricatura de lo que fueron los liberales ilustrados del siglo pasado como Franklin D. Roosevelt y Lyndon B. Johnson.

La afectación, la distorsión y la transformación de los valores morales liberales a causas meramente nihilistas, posibilitaron que se debilite como propuesta política, convirtiéndose en un amoralismo abierto a todo, sin causas lógicas, sin formas continuas, sin principios estables. Esta situación, convirtió al partido demócrata en un arma contra la misma identidad norteamericana, contra la gente blanca, contra los cristianos, contra la moralidad occidental y toda afirmación categórica y ética que proviniera de la Ilustración. Fue un retorno al sin sentido, a la carencia de sentido común y a la vulgarización de las cosas.

Y mientras el idealismo liberal postmoderno relativizaba todo a su alrededor, el realismo tomaba más fuerza por su sentido común, por su pragmatismo, su defensa del interés nacional, por sus análisis de las consecuencias de una Europa asediada por su periferia y el debilitamiento del identitas estadounidense. Además, la aplicación del realismo por parte de las potencias iliberales era una realidad, por cuanto tanto China como Rusia desplegaron acciones para preservar y defender sus intereses nacionales en contra del sistema institucional internacional.

A pesar de las décadas de degradación liberal, la búsqueda de estabilidad y la defensa de los intereses nacionales han perdurado y en el presente la relación entre China y Rusia representa un severo peligro para el balance global de los hegemones que no actuarían solo en sus zonas de influencia, sino que crearían un nuevo contrapeso superior al orden Occidental.

Debido a aquella realidad, la Europa postmoderna, baluarte inspiracional de las idas liberales contemporáneas, debe no solo considerar su estado de fragilidad sin Estados Unidos, sino también la incertidumbre de un mundo iliberal y la posibilidad de la guerra en su suelo. Al dejar atrás las ilusiones liberales, no solo se retorna al realismo, sino que se constata que los tiempos de paz son momentáneos y una nación, un Estado, así como una sociedad deben estar listos para enfrentar la posibilidad de la conflagración bélica.

En el realismo, se comprende que la incertidumbre viene acompañada por la anarquía internacional, en la que no hay una autoridad supraestatal que imponga un orden ad omnes. Las relaciones conflictivas se corrigen a través del uso final de la fuerza militar y los intereses nacionales priman antes que las idealizaciones moralizantes.

Debido a que a los realistas no les interesa debatir las razones del bien y del mal, sino la del equilibrio entre poderes existentes, la victoria no se entiende como una lucha por un fin superior, sino por evitar el escenario más catastrófico entre hegemones. Debido a esto, muchos aliados serán sacrificados, el pragmatismo se ejecutará y el estadista tomará decisiones mirando el largo plazo, no la idealización temporal que justifica el moralismo liberal en negación de la geopolítica.

Cabe destacar que, un alto grado de ingenuo moralismo permite la exclusión de los datos reales sobre los adversarios, como sucedió en Europa; el deseo de aislamiento de Rusia no consideró los fuertes lazos rusos con otras partes del mundo que ahora, aprecian más los modelos autocráticos por su estabilidad identitaria. Algo que, el Occidente europeo ha perdido hace mucho tiempo atrás y por lo cual, nuevas catástrofes geopolíticas se pueden volver a producir, por su moralidad abstracta y contraria al realismo internacionalista.

De hecho, la acción del liberalismo contra el realismo en los años 90, solo provocó la generación de las semillas destructivas del Occidente global, un mundo en el que hay zonas influidas por potencias reafirmantes del multipolarismo. Un mundo donde el internacionalismo liberal y el orden occidental coexisten con otras versiones alternas. Por otro lado, el cambio y giro hacia una cultura más conservadora y tecnológica implica un enfrentamiento con las viejas formas de hacer política mediante centros hegemónicos en relación a los múltiples nodos de difusión y repetición de información tradicionalista y nacional.

Esta regresión a formas más aislacionistas son la consecuencia de décadas de radicalización liberal que mediante sus teorizaciones de aplicación irresponsable, provocaron el surgimiento de formas más totalizantes y tradicionalistas. Así, cabe destacar que el componente que posibilitó esta magnificación de los fundamentos tradicionalistas ha sido la tecnología de los outsiders, quienes han creado todo un entorno de influencia por fuera de los medios hegemónicos tradicionales, los cuales estaban cooptados por la agenda liberal radical y los cuales en su soberbia comunicacional, olvidaron que la tecnología contemporánea posibilita la acción de los nodos en sentido rizomático, propiciando una contra influencia, porque su contenido breve, simple y directo llegó y llega a audiencias masivas que no buscan intervenciones complejas de filosofía y postmodernismo cultural, sino explicaciones sobre sus experiencias y problemas diarios.

En esa realidad, las universidades de los centros de poder no han podido contrarrestar el retorno de las formas más conservadoras; aquellas, otrora formadoras de la intelligentsia nacional ahora influyen menos en la opinión pública. Así, tanto los medios de comunicación tradicionales y los centros de educación tienen poca influencia por haberse quedado en formas de transmisión de datos lentos y aletargados en modelos esencialmente iguales a los del siglo XX.

En el presente, el tecno populismo y el ataque a la censura del progresismo internacional se libra de manera activa y las metáforas y teorizaciones de la izquierda postmoderna tienen muy poco que ofrecer para contrarrestar esta realidad en la que hay una búsqueda por la certidumbre y no la incertidumbre de la libertad radicalizada a través del progresismo globalista.

La creencia en el poder y no en ideologías o únicamente el interés económico implica considerar la magnitud de otras fuerzas o poderes y la indiferencia o sometimiento del débil. Porque no se hacen idealizaciones de cómo debería ser el mundo en base a la equidad y la justicia, sino que se aceptan las realidades y condicionantes tal como se presentan.

Esta forma de concebir el mundo, se enfrenta con las idealizaciones de los años 90, las idealizaciones de un mundo en paz y de un mundo donde el institucionalismo liberal podía llegar a cada rincón mediante sus mecanismos internacionales. A pesar de toda la construcción e infraestructura institucional producida después de la Guerra Fría, el mundo es un lugar violento y anárquico, donde las pugnas de poder, la multiplicidad de actores enfrentados asimétricamente y el retorno de la guerra han terminado por socavar cualquier idealización como la del liberalismo radical.

Esta realidad nos lleva a recordar que quienes defienden los ideales y las construcciones artificiales sobre lo que debería ser se oponen a los que buscan comprender ontológicamente el ser de las cosas. En política exterior, esto ha sido nefasto para Estados Unidos, porque unos buscaron llevar sus idealizaciones democráticas al mundo, mientras que los otros buscan limitar el rol de Estados Unidos como hegemon. Ambos caminos tienen consecuencias, el primero ha deconstruido la imagen de Estados Unidos, su identidad y su seguridad interna de lo que buscan ser como nación; mientras que el otro ha creado un poder blando negativo que da lugar a que otros hegemones desarrollen más influencia en otras partes del mundo.

Sin embargo, no hay una vía fácil a un equilibrio que considere idealizaciones de largo plazo y métodos de aplicación realista en el corto y mediano plazo. Algo que sí ha logrado China y Rusia a través de un modelo autocrático e iliberal que reafirma metas de largo plazo en las que retoman su rol de hegemones regionales en Asia y Eurasia respectivamente, con la posibilidad de influir ampliamente en África, Europa y Sudamérica.

No obstante, aquello supone la degradación y ataque frontal del modelo democrático liberal. Esto es algo que entienden los realistas y quienes parten del realismo. Para establecer que si China y Rusia se han hecho fuertes en su visión adelante y su identidad como naciones harán todo lo que puedan para aumentar poder y el resto de potencias debilitadas internamente sufrirán no solo las consecuencias sino todo lo que deban sufrir.

Por ello un hegemon podrá sacrificar a un aliado si ve que es necesario hacerlo no en nombre de un ideal sino de pragmatismo y estrategia nacional. Aunque la dualidad entre los republicanos y los demócratas norteamericanos ha caracterizado a unos en actuar a través del poder duro y a los segundos a través del poder blando, ambos han efectuado acciones de intervención, la diferencia con el presente, es que se ha dado una aceleración por la que el realismo pragmático contemporáneo no tiene interés en muchas herramientas del poder blando —e.g., USAID— y tampoco tiene interés en la intervención en nombre de altos ideales. Únicamente si el interés nacional así lo amerita.

Ejemplos de dos realistas opuestos a las acciones idealistas son los de Hans J. Morgenthau opuesto a la Guerra de Vietnam y George F. Kennan opuesto a la expansión de la OTAN, ambos realistas, ambos excluidos e ignorados por la elite liberal. Respecto a ambas mentes del realismo, ¿Cuáles han sido las consecuencias de no escucharlos? El socavamiento de la imagen estadounidense con el fracaso en Vietnam y el rearme militar ruso como contra expansión frente a la OTAN.

Las consecuencias del futuro pasado no se encuentran en eventos fortuitos o misteriosos. Por ejemplo, en el momento unipolar, Estados Unidos miró con soberbia a la desintegrada Unión Soviética y con desdén a China, ambos no tenían posibilidad de competir, y menos aún de convertirse en potencias globales, ya que en los años 90 tenían a Japón como un posible candidato a ser un hegemon global por su tecnología.

Hoy tres décadas después del momento unipolar, China y Rusia poseen suficiente armamento balístico intercontinental y capacidad nuclear como para desestabilizar la seguridad estadounidense. No solo se trata de guerra convencional, sino de guerra híbrida que ha sido perfeccionada y que está en pleno despliegue en varias partes del mundo como esfuerzo para contrarrestar la inteligencia occidental a través de la desinformación, operaciones psicológicas y la distorsión de la realidad.

Así, la soberbia norteamericana del momento liberal y unipolar tuvieron consecuencias que hoy son visibles, no solo un hartazgo de las idealizaciones sobre justicia social, equidad y discursos de igualdad; sino que también se ha producido un giro hacia el tradicionalismo y el conservadurismo más duro. Son tiempos en los que recién se reconocen que tanto China —con Taiwán— como Rusia —con Ucrania— tenían también intereses nacionales y que estos no se desvanecieron con la expansión del modelo liberal internacionalista hace tres décadas.

Otro problema que Occidente debe enfrentar además de la mentalidad liberal incapaz de afrontar la guerra, es que la deslocalización de la producción global hacia países asiáticos por los bajos costos ha supuesto que Occidente se haga dependiente de la industria china y asiática en general. Por lo que, en un eventual conflicto armado Occidente tardaría más —en el mejor de los casos— en responder apropiadamente una guerra de desgaste.

La disponibilidad estratégica de componentes, semiconductores, infraestructura industrial, y tierras raras para encarar una situación bélica no es favorable a Estados Unidos y sobre esta situación tienen responsabilidad los liberales que llevaron el capitalismo de la producción masiva a China bajo el ideal de la democratización a través del capitalismo de la producción, algo que no solo no sucedió, sino que fue usado en ventaja de China para hacerse más fuerte, extrayendo conocimientos y replicando la metodología de producción capitalista dentro de un sistema socialista.

De esta manera, Estados Unidos se encuentra en una encrucijada en la que ya no lucha por ideales superiores, ha perdido aliados estratégicos y debe considerar la posibilidad de una guerra con China en el corto plazo. Ante esta posibilidad, Estados Unidos debe ser más humilde si desea construir fortaleza y mayor poder blando, porque requiere de aliados y debe evitar que potencias menores se sientan amenazadas y terminen aislándose de Occidente o peor aún, acaben por acercarse a los proyectos iliberales.

Se trata al final, de crear las condiciones que permitan contener la influencia asiática, no de erigirse erróneamente sobre los restos de los débiles. La condición de debilidad de los países periféricos no cambiara inmediatamente y la democracia no llegara a los rincones del mundo, pero al menos se podría evitar que los modelos más autoritarios se afirmen como modelos predominantes en el orden global.

Finalmente, ante el retorno inexorable del realismo y el desvanecimiento del idealismo, los estadistas y los analistas internacionalistas deben precautelar, cuidar y defender el poder blando occidental, porque más allá de la fuerza aplicada por los hegemones y el destino que les espera a los débiles, la diplomacia y los valores que proyecta un gran poder siempre serán necesarios para evitar su declive y las consecuencias del futuro pasado. Fortalecer estos valores, la imagen que proyecta y la influencia sobre otros debe ser parte de todo planteamiento realista que justifique la defensa de los intereses nacionales no solo por la imposición, sino por el convencimiento de que uno está en el lado correcto de la historia, la historia de Occidente.

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