Al cristiano que no es capaz de soportar las humillaciones de la vida, le falta algo.
Un argentino volvió a sorprender al mundo con la llegada de Jorge Mario Bergoglio al Vaticano. El primer papa americano, destinado a generar controversias, y así fue.
Recuerdo sus homilías en la Catedral de Buenos Aires y lo fuerte que sonaban sus críticas a los malgobiernos que empobrecían a la gente. Eran para mí una especie de prensa religiosa, a la que le prestaba especial atención y de la cual extraía frases y pensamientos para una suerte de colección intelectual. Por eso, cuando no era candidato de nadie, yo deseaba que fuera el padre Jorge quien sucediera a Pedro. Cuando esto sucedió, me quedé maravillado, porque en mi vida perdía siempre las apuestas emocionales sobre los líderes mundiales de mi preferencia. Sentí, entonces, que tal vez vería con mis propios ojos algún fragmento de la historia mundial por mí deseado.
Con el correr de los años de su pontificado, muchos a quienes les había confesado mi preferencia —antes de que el Papa Francisco existiera como tal— me criticaron, como si yo pudiera susurrarle algo al oído. Mi defensa, no de mí, sino del misterio de su ministerio, era que si ya es difícil conocer los pormenores del gobierno de un país, cuánto mayor sería comprender lo que ocurre en decisiones que necesariamente acaricia el Espíritu Santo. Luego, mis propios compatriotas se mostraron frustrados por las inclinaciones políticas partidarias que se le atribuyeron. La foto —real y metafóricamente hablando— no aclaraba las cosas. Pero yo insistía, una y otra vez, que la historia nos diría en el futuro cuánto hubo de acierto, cuánto de especulación, y cuánto más deberíamos creer que hay un bien superior que desconocemos.
En algunos escritos me he referido al requisito necesario de un buen liderazgo: unir a su pueblo o a sus seguidores. En cuanto a la Argentina —donde inicialmente eran todos súbitamente franciscanos— con el tiempo, los que lo adoraban se sintieron traicionados, y los que lo acusaban de crímenes terribles, con cínico pragmatismo, lo adoptaron como propio. Y sí, también desde el Vaticano se hace política.
Escuché conceptos espantosos sobre su papado, algunos injustificados y otros difíciles de refutar, pero yo, que siempre seguí desentrañando las enseñanzas de los distintos papados, me animé a leer más y a juzgar menos. En las Palabras del día difundidas por el Vaticano, se suelen anexar reflexiones del Papa, extractos de alguna de sus homilías. Entonces, seguí incorporando frases y pensamientos, y sorprendiéndome por su manera diferente, más cercana, de decir las cosas. Es decir, cuanto más alejaba mi mirada de la Argentina, más coincidía con él. ¿Acaso no comprendía que Francisco ya no era porteño y se había convertido en cosa universal? Pero yo quería que hiciera algo exclusivo para mi país, en una crisis social y religiosa sin precedentes.
Antes de decidir, imaginemos que estamos ante Jesús, como al final de la vida, ante Él que es amor. Y pensando allí, en su presencia, en el umbral de la eternidad, tomemos la decisión para el hoy. Así tenemos que decidir: siempre mirando la eternidad, mirando a Jesús.
Porque las cosas que me interesan no dejo de pensarlas. Continué discutiendo conmigo mismo y con quienes podían hacerlo con la altura que el espíritu exige para determinados temas. Desde que su salud fue empeorando comencé —con mucho vértigo— a intentar un concepto conciliador, confiando en que el tiempo y su debida reflexión nos darán respuestas.
¿Qué era lo que más me perturbaba? ¿Que le diera protagonismo a personajes que yo repudiaba? ¿Que no hiciera lo que yo deseaba? ¿Quién era yo para dictarle al Papa? ¿Acaso tenía mayor información? Sí, deseaba que pusiera en su lugar a muchos de los personajes que tanto daño han hecho al mundo. Pero tampoco sé qué asuntos hablaron en privado…
Algo se me había escapado: observarlo todo sin espiritualidad, sobrevolando apenas el ajedrez político del tablero mundial. Si Francisco es el representante de Dios en la tierra, ¿qué cosa distinta hizo Jesucristo? ¿Acaso no se reunía con los más desgraciados? Dos santos evangelistas me lo recordaron, azarosamente o no, en las semanas previas:
No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
(Lucas 5:32)
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
(Mateo 9:12)
Si Francisco hubiera aterrizado en Buenos Aires, imaginaba que podría haber pasado como cuando Juan Domingo Perón regresó del exilio al país, y —por esencia y accidente— años de sangre regaron esa tierra “del fin del mundo”. Es que Francisco, debido a la intolerancia política de su tierra natal, desde que partió al cónclave que lo nombró, jamás regresó.
El padre Jorge era muy argentino, y no hay manera de creer que no recordara a su tierra varias veces al día: quienes hemos vivido en el extranjero lo sabemos bien. Pero, para que no se malinterpretara algún gesto, para no ser usado por nadie y evitar un derramamiento de sangre en su nombre —y lo digo sin eufemismos—, lloró a su pueblo originario a la distancia, aceptando con obediencia a Dios su nueva y más grande misión.
Un buen líder no debe desunir a su pueblo, y si por alguna razón no logra unirlo, dar un paso al costado es un gesto que puede unirnos, finalmente, en la reflexión. Ya dirán qué estuvo bien, qué estuvo mal, y llegarán muchas teorías contra fácticas. Pero Francisco hizo lo mismo que el libertador San Martín en otro tiempo y en un mismo país: no volvió a pisar su patria.
Con su partida el 21 de abril de 2025, Francisco también hizo algo parecido en un mundo herido y siempre mal agradecido.
Debemos vivir y actuar en esta tierra teniendo nostalgia del cielo.
El Papa Francisco
Nacido como Jorge Mario Bergoglio el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina, es el primer papa latinoamericano y jesuita de la historia. Fue elegido Sumo Pontífice el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI. Antes de su elección, fue arzobispo de Buenos Aires y cardenal desde 2001. Es conocido por su sencillez, humildad y fuerte compromiso con los pobres y marginados. Su papado ha estado marcado por un enfoque pastoral, reformas dentro de la Iglesia y un llamado a la misericordia. Eligió el nombre “Francisco” en honor a San Francisco de Asís.