No fue adrede: empecé a escribir este artículo cuando se celebraban once años de la muerte de Gabriel García Márquez, 17 de abril. Reconozco también que una de mis primeras preguntas luego de la muerte de Mario Vargas Llosa fue confirmar si era el último del Boom Latinoamericano1 que seguía vivo; nada interesante ni original mi inquietud, igual con el dato curioso de la fecha. He pensado que lo menos trascendental que le puede pasar a un escritor es morir. Más allá de los sentimientos que evoque, considero que las reflexiones al respecto no suelen tener sustancia, es la necesidad de reconocer lo que hizo y quién fue más allá de sus textos. Con Vargas Llosa pasará lo mismo que con García Márquez: no lo vamos a recordar por sus posturas políticas sino por sus letras y, claro, los premios, que tanto importan al público en general y a las estadísticas.
Suerte tiene este texto de publicarse cuando las aguas están más tranquilas y otra muerte enluta al mundo ―descansa en paz, Fracisco. Los comentarios que celebran o lamentan la muerte del escritor peruano habrán mermado; mucho de lo dicho se relaciona más con sus posturas políticas. De nuevo, se juntan García Márquez con Vargas Llosa: cuando el colombiano murió, hubo políticos de mí país que “celebraron” su partida y le auguraron el infierno por sus preferencias ideológicas. Para los peruanos, Vargas Llosa fue candidato presidencial y la voz de apoyo de ciertos candidatos de derecha, como Keiko Fujimori, ¿alguno le deseará el tártaro?
Aquí me interesa lo que podrá ser más trascendente: su obra. Sin olvidar el Nobel de Literatura ―ese caprichoso premio que deja mal a todas las casas de apuestas y a varios lectores alrededor del mundo, o recuerden el premio a Bob Dylan para confirmarlo y al siempre favorito Murakami―, Mario Vargas Llosa logró por letra propia un lugar destacado entre los escritores del siglo XX. Hace parte de ese grupo que llevó la literatura latinoamericana a todos los rincones del mundo. Lo pienso como una selección de fútbol apabullante, como las de Brasil en otras épocas: había tanto de donde escoger que el problema era saber a quién dejar por fuera. Brincándome las taxonomías estrictas, a mitad del siglo pasado lo que nos sobraba de este lado del charco era calidad: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, etc. ¡Equipazo!
A Vargas Llosa lo escuchamos hablar de política por el lugar que consiguió con sus obras: La ciudad y los perros (1963), La fiesta del chivo (2000), Elogio de la madrastra (1988), y muchas otras. Fue su pluma la que le ganó el espacio en la esfera pública; tal como ha sucedido con J. K. Rowling, creadora de Harry Potter, la culpable de que muchos jóvenes ―entre los que me incluyo, sin desconocer los esfuerzos paternos― leamos. Rowling no ha tenido problema en manifestar abiertamente su rechazo a las mujeres trans2 y toda a propuesta de dicha comunidad por obtener derechos.
Yo no estoy de acuerdo con la escritora inglesa ni con el escritor peruano en sus posturas políticas. Lo anterior no evita que yo disfrute leer las obras de cualquiera de los dos. Entiendo que las obras no se reducen al autor y que estas tienen vida más allá de la humana que las originó. Leemos a Cervantes, a una versión de Cervantes, en el Quijote. Para conocer a El manco de Lepanto, además de leer sus obras, necesitamos de un estudio biográfico que va más allá de la literatura.
No quiero decir con esto que debamos leer a Rowling o a Vargas Llosa. De hecho, no promulgo ese esnobismo de las lecturas necesarias para todos. Las lecturas son tan necesarias como el lector lo determine. A veces no sabemos qué leer y recurrimos a amigos, maestros, críticos ―los buenos―, libreros y a otros lectores para encontrar esa lectura necesaria. Si elegimos un camino profesional o tenemos cierto interés por temas particulares, aparecerán los libros necesarios: son producto de nuestras elecciones.
En todo caso, sé que la muerte de Vargas Llosa traerá una ola de interés que vale la pena revisar. Quizás este sea el momento de leer a ese “derechito”, redescubrirlo, ver si algo de ahí nos gusta ―hablo desde el gusto aquí, no desde la calidad literaria, la que no creo pueda ponerse en duda― y tomar una nueva postura. Es una posibilidad, no una obligación. Puede que haya sorpresas: entre los miles de videos que circularon en las redes a partir de la muerte del arequipeño, me sorprendió encontrar uno donde el escritor no estuvo de acuerdo con un juicio hecho por Axel Kaiser3, figura chilena vinculada a varias propuestas políticas de derecha en el continente, a favor de ciertas dictaduras.
También puede ser el momento de reafirmar decisiones: a veces los sentimientos que despiertan ciertos nombres por ciertas afirmaciones, no pueden olvidarse así nada más, requieren distancia. Entiendo que quien no quiera leer ni saber nada de Vargas Llosa por apoyar a Bolsonaro, por poner un ejemplo, lo hace por estar en paz consigo mismo; eso vale más para mí que el suplicio de una obligación intelectual. Cuán insoportable será llegar con odio a un libro.
Once años después de la muerte de Gabriel García Márquez, lo relacionado a su postura política de izquierda no es lo más importante. Cuando se publicó su novela póstuma, En agosto nos vemos (2024), vi pocos comentarios boicoteando su obra por ser amigo de Fidel. Quizás los hubo, pero no llegaron a ser tendencia o noticia. Mi apuesta es que con Vargas Llosa ocurrirá lo mismo: en el 2035, si seguimos aquí, habrá comentarios sobre su postura política, sin duda, pero el peso de su obra será lo que invite a recordarlo. Leí a Knut Hamsun, premio Nobel de Literatura noruego de 1920 y ferviente partidario de Hitler, porque Hambre (1890) logra mantener una narración en primera persona, crear un personaje inestable, sumido en las dificultades, con un entorno insoportable ―Kafka dijo que Hamsun fue uno de sus referentes.
Mi único deseo extraliterario para Vargas Llosa, y para todo escritor, es que sus obras se mantengan sin retoques ni reduccionismos producto de la corrección política, esa que ya pasó su cuchillo por Roald Dahl. Las novelas de Vargas Llosa no son el autor, pero sin duda nos servirán para darnos una muestra de él y de su tiempo ―del que escribió y en el que escribe―, de lo que hemos sido y, en ocasiones, no queremos volver a ser.
Notas
1 Acceso al artículo “Vargas Llosa, el último escritor del boom latinoamericano”.
2 Para ampliar sobre la postura de Rowling, consultar el artículo “Contra el odio, o el hongo en las paredes de JK Rowling”.
3 Para conocer la postura de Vargas Llosa, consultar este posteo.