Nací en un hogar donde la música ha sido pieza clave en cualquier momento de la vida, el entretenimiento y el aburrimiento.
La música ha acompañado los momentos en los que se limpia la casa, momentos en los que se hace una fiesta y momentos en los que se comparte el silencio con la soledad.
A pesar de eso, nunca me había encontrado en la circunstancia de disfrutar de forma absoluta la música en vivo.
De pequeña, cuando hablaban de conciertos, siempre comentaban sobre “un encuentro con el artista”. “Es tu momento de conocerlo”, decían.
Así que pensé que los conciertos no solo eran una interpretación musical, sino que era la oportunidad de conocer a ese artista que solo existía a través de las bocinas.
Se imaginarán que mi yo de 11 años quedó muy decepcionada la primera vez que fue a un concierto.
Mi primer concierto fue un verdadero choque con la realidad: “El artista está demasiado lejos, si no fuera por las pantallas no lo veo. Canta igual que en la radio, pero ¿de que vale si no vino a saludar? ¿Ya se acabó? ¿Eso es todo?”, fueron algunos de los pensamientos que tuvo mi pequeña e inocente versión de 11 años al asistir a su primer concierto.
No sé si fue precisamente aquel choque con la realidad lo que me causó una indiferencia hacia los conciertos.
Sin embargo, para mis padres, mi indiferencia hacia los conciertos resultaba, de cierto modo, absurda: dos padres extremadamente musicales, que poseen fotos de más de 70 conciertos, y a la pequeña niña no le gustaban los conciertos. Era, de cierta forma, inaceptable.
Mis padres, que intentaron verlo como algo normal (dentro de su incredulidad) siempre lo cuestionaron.
Me llevaron a ver a Enrique Iglesias, Pitbull, Journey, Maná y Ricardo Arjona. Nada parecía funcionar. Comencé a pensar que tal vez fue la elección de los artistas, o el hecho de que Katy Perry vino a Puerto Rico en 2015 y nadie me llevó.
Sin embargo, encontrándome en mi momento más musical, el famoso Shawn Mendes (a quien sigo desde mi adolescencia) anunció un concierto en Puerto Rico, y, en definitiva, sonaba como una última oportunidad para descubrir si los conciertos parecen una buena idea de diversión o si debería ceder mi boleto a alguien que lo disfrute más que yo.
Para mi sorpresa, lo disfruté.
Por primera vez en un concierto, canté cada canción (desde la primera hasta la última), bailé hasta las canciones sin ritmo propio para la pista de baile y salí sin voz.
Creo que todo este tiempo, el problema fue la disfuncional selección de artistas a los que había tenido la oportunidad de ir.
No obstante, la diversión que trajo este concierto a mi semana me hizo reflexionar sobre cómo esta indiferencia hacia los conciertos puede cambiar con facilidad, si el intérprete es capaz de dar un buen espectáculo.
El concierto de Shawn Mendes tuvo lugar el pasado 8 de abril en Puerto Rico.
El artista fue esperado por años por sus fanáticas puertorriqueñas (entre las que me incluyo) y no fue hasta fechas recientes que el cantante viajó a la isla y se enamoró completamente de ella.
El concierto, que tuvo una duración de una hora y treinta minutos, fue un golpe de energía que no permitió que el público tomara asiento o mirara hacía el lado.
La magia del concierto tuvo lugar en cuanto Shawn tomó el escenario y cantó la mayoría de sus éxitos musicales.
El sonido resonaba de forma clara y definida y, mientras él cantaba y tocaba su guitarra, el público conectaba entre sí, creando una especie de comunidad.
Todo el público cantaba en unísono, alzaba las manos en las canciones más melancólicas y gritaba cada vez que el artista alcanzaba una nota alta.
La magia del concierto no se mantuvo entre cantos y emoción, sino que se transformó en una carta de amor a Puerto Rico.
Shawn Mendes dedicó una parte de su concierto a Puerto Rico, plasmando la bandera de la isla en las pantallas y compartiendo el escenario con artistas locales que añadieron al concierto el tradicional sazón boricua de la isla.
Nunca había sido parte de un espectáculo como el que Shawn Mendes realizó el pasado 8 de abril.
Su energía en el escenario, sus interacciones entre inglés y español y la forma en que demostró su amor y compromiso con la isla, dejó a más de un fanático en una especie de amor platónico con el artista.
Luego del concierto, de camino a casa, descubrí que los conciertos son mágicos precisamente por eso.
Son mágicos por el encanto que puede llevar al escenario el exponente y la forma en que interactúa con sus fanáticas, aun cuando existe una barrera entre ambos.
Y, en definitiva, Shawn Mendes logró derribar esa barrera sin tener que bajar del escenario.
Al mismo tiempo, me di cuenta de que todo este tiempo había asistido a conciertos que, tal vez, no eran los más afines a mis gustos.
Descubrí que cuando te gusta un artista y su arte, gritas hasta quedar afónico, permaneces de pie hasta la última canción y te vas triste al final del concierto porque ha finalizado.
De una forma inesperada, un martes de abril, mi indiferencia sobre los conciertos cambió totalmente.
La magia de la música en vivo se encuentra justamente en el escenario. Son los artistas los que crean el ambiente y la magia que cada fanático experimenta desde sus asientos. Son los únicos capaces de maravillar al espectador y traerlo de vuelta en cada oportunidad que surja.
¡Que viva la música en vivo! (y todo aquel capaz de dar un buen espectáculo)