El viernes 28 de junio de este año Lali Espósito se reencontró con el público uruguayo en el Antel Arena con un espectáculo que superó las expectativas. La presentación de su nueva gira No vayas a atender cuando el demonio llama no solo fue un despliegue de producción de nivel internacional, sino también una verdadera experiencia sensorial, emocional y política. Durante más de dos horas, la artista argentina ofreció una propuesta integral en la que el pop se mezcló con la performance, la militancia por la libertad y una contundente declaración de principios.

Con entradas agotadas semanas antes, el recital reunió a más de 12.000 personas que vibraron, corearon y se emocionaron al ritmo de un show cuidado hasta en el más mínimo detalle. Desde el diseño escénico hasta el vestuario, pasando por el cuerpo de baile, la iluminación y el potente setlist, Lali confirmó que está atravesando el mejor momento de su carrera.

Un inicio demoledor

A las 21:00 en punto, el Antel Arena quedó a oscuras. Tras unos segundos de tensión y gritos eufóricos, la pantalla central proyectó una introducción visual al universo de No vayas a atender..., el disco lanzado a fines de abril. Con una estética entre el pop oscuro y el glam rock, el inicio del recital fue con “Lokura”, seguido de “Sexy”, ambos temas del nuevo álbum. La elección no fue casual: marcan el tono provocador, audaz y explosivo del show.

Lali apareció en escena con un traje de vinilo rojo, botas hasta la rodilla y una coreografía feroz, acompañada por 16 bailarines y una banda en vivo que supo sostener la intensidad durante toda la noche. Desde el comienzo, el ritmo fue vertiginoso y el nivel de entrega, absoluto. No hubo pausas extensas ni momentos de desconexión: cada transición estuvo pensada como parte de una narrativa general.

Una propuesta visual arrolladora

Uno de los elementos más destacados del recital fue la puesta en escena. A lo largo del show, Lali realizó nueve cambios de vestuario, todos diseñados por artistas como Marina Venancio, Verónica de la Canal y Maximiliano Jitric. Los atuendos reflejaron las distintas facetas del show: del erotismo punk a la sobriedad glam, del kitsch queer al minimalismo elegante. Cada look fue parte de una historia que Lali supo interpretar con precisión actoral.

El escenario, por su parte, incluyó pasarelas, plataformas elevadas, fuego real, humo, rayos láser y visuales en pantallas gigantes. Todo fue coordinado con una precisión coreográfica que dejó en evidencia un trabajo técnico de excelencia. El cuerpo de baile, liderado por la coreógrafa Denise de la Roche, fue una pieza fundamental de la propuesta, aportando potencia escénica, diversidad de cuerpos y un lenguaje corporal desafiante y expresivo.

Canciones, narrativa y discurso

El repertorio abarcó más de 25 canciones y fue dividido en bloques temáticos que dialogaron con los cambios de vestuario y de atmósfera escénica. Hubo momentos íntimos, como “Morir de amor” o “Ego”, donde Lali se sentó al borde del escenario, bajó la intensidad y permitió un contacto más directo con el público. Y hubo también pasajes de pura fiesta, como “Disciplina”, “2 son 3” y “Obsesión”, donde el Antel Arena se convirtió en una pista de baile colectiva.

Sin embargo, el show no fue solo un despliegue de hits. También fue una plataforma para la reflexión y la toma de posición. En el bloque titulado “Identidad”, Lali interpretó “¿Quiénes son?” con una puesta cabaretera, rodeada de bailarines andróginos y luces dramáticas, y lanzó una frase que condensó el espíritu de la noche: “Las etiquetas son para los productos, no para las personas”.

El momento más conmovedor llegó con “Soy”, cuando 16 drag queens uruguayas subieron al escenario con banderas de la diversidad. Lali, vestida con un enterito negro y una chaqueta plateada, tomó el micrófono y dijo: “Militar la libertad. Esa palabra nos pertenece. No dejen que se la roben”. La ovación fue inmediata, y muchas personas en la audiencia se emocionaron hasta las lágrimas.

Un cierre a la altura

El tramo final del recital mantuvo la energía en lo más alto. Con “Plástico” y “Fanático”, Lali se metió al público en el bolsillo y transformó el recinto en una celebración sin inhibiciones. “Pendeja” y “No me importa” fueron las elegidas para el bis, en versiones remixadas con guiños al rock, en las que Lali tocó la guitarra eléctrica y saltó sin parar junto al resto del elenco.

Antes de despedirse, agradeció al público uruguayo por el cariño constante: “Montevideo me abraza cada vez que vengo. Esta ciudad tiene algo que me hace sentir en casa. Gracias por bancar lo que hago, incluso cuando incomoda o sale de lo esperado”.

Se apagaron las luces, y el público tardó varios minutos en abandonar el estadio. Muchos se quedaron sacándose fotos, cantando fragmentos de las canciones y compartiendo en redes lo que acababan de vivir. La sensación general era de plenitud, euforia y gratitud.

Una artista en su punto más alto

Lali no solo ofreció un show técnicamente impecable: propuso una experiencia artística y emocional. Se mostró segura, empoderada, y sobre todo, coherente con el camino que viene trazando desde hace años. La ex actriz adolescente que alguna vez lideró novelas juveniles se ha convertido en una performer internacional, con un discurso potente, una estética propia y una conexión genuina con su público.

En tiempos donde la música pop muchas veces se reduce a algoritmos y fórmulas prefabricadas, Lali apuesta por un espectáculo que incomoda, emociona, desafía y transforma. En Montevideo, dejó claro que ya no necesita validación externa: su obra habla por sí sola.

Lo que ocurrió el 28 de junio en el Antel Arena no fue solo un recital. Fue una ceremonia colectiva, una celebración del arte, la identidad y la libertad. Y eso, en estos tiempos, no es poco.