Probablemente, si haces una lectura rápida del título, pudieses llegar a sentir cierta incomodidad, a la vez que notas que tu mente intenta hurgar rápidamente entre tus pensamientos buscando entender de qué forma la discriminación podría transformarse en algo bueno. Y es que la palabra discriminación ya evoca muchas cosas, recuerdos dolorosos, imágenes de infancia, amistades que nos traicionaron, pérdida de confianza, personas que nos marginaron, prejuicios y, producto de todo esto, una pena intensa que muchas veces se convierte en un largo, interminable y agrio desconsuelo.
Sé también que cuando la discriminación pasa a ser algo constante para la vida de una persona, las consecuencias pueden ser nefastas. El bullying es una clara muestra de ello, donde no solo se margina a la persona, sino que se la intimida, persigue y agrede física y emocionalmente, solo por considerarla distinta o por gozar de cualidades y talentos que los acosadores no poseen. Todo esto puede ser ejercido de tal forma que la persona caiga en depresión y lamentablemente también en el suicidio.
Durante nuestra existencia en este mundo, todos alguna vez hemos vivido discriminación. Y me refiero con esto a que lo hemos experimentado desde ambas partes del cuadrilátero: siendo ejecutores como también receptores de la misma. Sin embargo, nuestra naturaleza humana tiende a tener más presente el dolor cuando hemos sido destinatarios de dicha segregación, que cuando la hemos realizado. Y es que nuestra egoísta humanidad se aflige con sus propios dolores, pero pocas veces nos aflige profundamente el daño que causamos a otros. Los efectos noéticos del pecado hacen que nuestra razón simplemente justifique su maldad, promueva divisiones y de respuestas casi infantiles, acreditando nuestro rechazo hacia otros.
Pero, ¿qué sucede cuando las razones por las cuales eres discriminado van más allá de una simple diferencia de estereotipos? Si bien es necesario siempre hacernos un autoexamen para evaluar honestamente nuestros propios fallos y desaciertos, y con ello estar dispuestos a que alguien externo también nos ayude con nuestra constante falta de amor, egoísmo y persistente orgullo, también es bueno preguntarse qué me hace diferente en este mundo y que visiblemente incomoda a algunas personas, simplemente por no seguir el mismo ritmo que ellos llevan. El poeta y filósofo Henry David Thoreau lo grafica de esta forma: “Si un hombre no sigue el ritmo de sus compañeros, tal vez sea porque oye un tambor diferente. Déjenle caminar al ritmo de la música que oye, por más mesurada o lejana que sea”. ¿Has experimentado en tu vida una cadencia distinta a la de tu entorno?, probablemente no padezcas de arritmia como te han hecho pensar. Te aseguro que la respuesta es otra.
Muchos de nosotros probablemente oímos un tambor diferente, o podemos identificar variaciones de ritmo de este tambor que para el común denominador de las personas son casi imperceptibles. Esto no te hace ni superior, ni inferior, simplemente eres distinto. Y esa es muchas veces la causa por la que eres marginado, ya que si volvemos a los orígenes de la discriminación, esta se produce por un instinto humano muchas veces no benévolo, en donde me apego a lo conocido, cómodo y fácil, versus el desprecio que podemos llegar a sentir por lo que es distinto a nosotros, nos saca de nuestra zona de confort, nos produce controversia, o meramente nos resulta paradójico.
A lo largo de nuestra historia muchas personas se han salido del ritmo establecido y finalmente han caminado a un compás propio. Para ninguno de ellos fue fácil y en sus inicios ninguno fue aplaudido ni reconocido por ello, si no, fueron catalogados de opositores, subversivos, revolucionarios y hasta herejes. Solo basta con dar una mirada a la vida de personas como Galileo Galilei, quien defendió la idea del heliocentrismo y por ello fue juzgado por la inquisición; Nikola Tesla, rechazado por sus propios colegas científicos por sus nociones diferentes sobre la electricidad; Martín Lutero, quien desafió a la iglesia católica publicando sus 95 tesis e iniciando con eso la Reforma Protestante; o Argula Von Grumbach, quien fue discriminada y ridiculizada por manifestarse, escribir y apoyar la Reforma Protestante en una época donde la mujer no podía emitir opinión sobre ningún tema público y menos en asuntos teológicos.
En variadas oportunidades la autenticidad del ser humano y el “pensar distinto” son apuntados con el dedo y relegado a un espacio de oscuridad en la sociedad. El colectivo humano disfruta aunar sus criterios y tachar las cosas de buenas o malas, lindas o feas, útiles o inservibles… ¡Qué crueles corazones se albergan en nuestro interior y que duros seguimos siendo aun viendo las tristes consecuencias de esto!
Aun así, con lo poderoso que pueda ser este colectivo humano (del cual somos parte todos) para tildar nuestras vidas y eso muchas veces nos descorazone, siempre hay alguien mucho más grande que nosotros, y es quien tiene la última palabra y también la primera. En variadas ocasiones lo que te hace diferente del resto es algo que viene en tu ADN. Y, ¿sabes qué?, es imposible renegar ni escapar de tu diseño original.
Nuestra moral es una buena base para determinar lo que es bueno o malo. Si bien como sociedad también nos equivocamos en lo justo que puedan ser nuestros razonamientos y en cómo los ejecutamos, creo que es bueno tener leyes que nos amparen y podamos distanciarnos de criminales, abusadores y personas que intencionalmente hacen el mal.
Pero si has sufrido discriminación por ser fiel a tu autenticidad y por vivir a la luz del diseño con el que fuiste creado, déjame decirte que eres una persona muy afortunada y tienes en tus manos una riqueza incalculable. Si bien han existido muchas lágrimas de por medio y tu corazón se ha roto en mil pedazos, te invito hoy a que levantes tu cabeza, abraces y agradezcas lo que te ha sido dado. Tu disparidad puede ser un aporte al mundo que te rodea. No dejes que voces falsas determinen quién eres, ni menos que silencien tu boca. Abre tus ojos a esta verdad y piensa que en muchos de esos momentos dolorosos jamás estuviste solo.
Mira hoy todos esos malos momentos como un regalo a tu vida, que han sido provistos para reafirmar tu sana diferencia en este siglo. Piensa que vivir discriminado por las causas correctas, donde tu diferencia hace un bien a la humanidad y tu visión e ideas influenciarán y empaparán la existencia de otros, es una tremenda oportunidad.
¡Habitar el mundo con esta perspectiva de vida, sobreponiéndote a los embates y respondiendo al llamado de tu Creador, es un verdadero lujo!