No crea que es así de fácil. En el barrio de Xochimilco todo tiene una mística que se rige por tiempos y movimientos diferentes a los de la ciudad. Aquí estamos en la tierra de la fiesta y las tradiciones, de las flores y los canales, en campos de labranza que se dibujan entre islas y riberas desde la época prehispánica. Aquí todo se revuelve, se mimetiza y de un modo místico se transforma. Si cruza los límites del sureste de la Capital, traspasa un umbral mágico. No me crea, dese cuenta.

Mire, en Xochimilco se encuentran los catorce pueblos naturales que conservan los rasgos de su herencia indígena a pesar del avance de la urbanización y de que todo parece estar completamente integrado a la mancha urbana. Se siente que estamos en la Ciudad de México pero no debemos olvidar en dónde nos encontramos. ¿Quiere ver al Niñopan? Primero debe entender. El hombre se ajusta el sombrero de palma y mueve las manos morenas al retomar la explicación.

También le dicen Niño Pa. A simple vista, es una figurita del Niño Jesús esculpida en palo de colorín. Unos cuentan que fue hecha por un ángel otros dicen que fue labrada por un artesano indígena en el siglo XVI. Es del mismo tamañito que un bebé y puede sentarse, aunque casi siempre está acostado. Una de sus manitas está en actitud de bendición. Los ojos de cristal parecen de un niño vivo. Son color café claro y muy pequeños, pero bien profundos. Tiene pestañas largas de un negro intenso. En esta foto no se alcanza a notar, pero parece que te está viendo. Te mira y te entra una sensación de quererlo arrullar, de tenerlo contigo siempre. La nariz es como una pequeña bolita: muy pequeña y finamente redonda, con dos minúsculos orificios y una pequeña hendidura. Las orejas no quedaron tan bien hechecitas, la verdad. Son chicas y mal definidas en detalle y sólo muestran un único surco que simula el pabellón de entrada al canal auditivo. Pero la boca es muy especial: pequeña y entreabierta como si emitiera un ligero sonido; el labio superior es de color rojo, más intenso que el inferior. Sientes que te va a decir algo. La mirada del hombre adquiere un brillo especial y elige con cuidado las palabras, como si con ellas quisiera honrar.

El Niñopan es el peregrino de los barrios de Xochimilco. Siempre anda de visita. Recorre uno por uno los doce sectores, durante casi todo el año y es la alegría y la unión de los habitantes de la región. Por eso, si lo quiere ver, tiene que ir a buscarlo. Aquí duerme, a nosotros nos tocó la mayordomía de casa. Mi abuela se anotó en la lista de espera y veinte años después lo pudimos recibir. Lo malo es que a ella no le tocó estar para acogerlo, la vida se le acabó antes. Pero desde que ella vivía empezamos a construir en el patio este lugar, con su altar y con la bodega para guardar todos los juguetes, ropita y flores que le regalan. Son cinco cuartos que se llenan mes con mes. Los tenemos que vaciar para que entren los de la siguiente ronda. Los mandamos a orfelinatos o los regalamos a los niños pobres de parte del Patroncito. Al decirlo, inclina la cabeza y se santigua.

Luego hay otra mayordomía. Cada día el Niñopan tiene una invitación para ir a visitar casas, capillas o iglesias en Xochimilco. Vienen por él en procesión. Sale de la casa entre música de mariachi, cuetes, globos y lo reciben con una fiesta que dura desde la mañana hasta ya entrada la noche. Esos mayordomos adornan las casas con portales hechos de flores y reciben al peregrino que busca al Niño Dios. Les dan de desayunar, de comer, de cenar. Regalan juguetes, rompen piñatas, parten pasteles. Es una fiesta continua desde que llega el visitante hasta que nos lo regresan, nuevamente en procesión. Así es todos los días. Lo vemos ir y regresar a diario. Aquel que sigue al Niñopan jamás tendrá sed, nunca padecerá de hambre. Al pronunciar las últimas palabras fija los ojos en los míos.

Todo es muy normal. Lo dormimos en su moisés. Cada noche lo desvestimos y dejamos dormir en ropa interior. Se le quitan sus zapatitos y lo envolvemos en su cobija. Cada mañana lo despertamos con Las mañanitas antes de vestirlo. Todos los días estrena ropa nueva. Antes de que se vaya de visita, le pedimos la bendición y luego abrimos las puertas para recibir una nueva peregrinación. Es una fiesta diaria que no acaba. Como a cualquier niño, al Niñopan le gusta hacer travesuras. Hay noches que se baja de su cama para jugar y se escucha su risa. A veces sale hasta el jardín y sus piecitos amanecen llenos de tierra o las rodillas sucias de pasto y lodo. Como le gusta jugar, le acercamos al altar o a su cunita muchos juguetes: pelotas, carritos y globos. Lo que más le gustan son las canicas. El hombre señala un estante con más de cincuenta bolsas llenas de agüitas, marmoleadas, de trébol, de leche, balines y todo tipo de canicas que la gente le regala para que el niño juegue.

Aquí al Niñopan lo quiere todo el mundo, tiene el amor de los xochimilcas. Por eso, si lo quiere ver, tiene que ir a buscarlo. Hay anda por el Barrio de San Francisco Caltongo, no está lejos de aquí. Además, no se preocupe, a cualquiera que le pregunte le dice para dónde ir. Es imposible perderse, ya que vaya llegando a la casa, se va a dar cuenta. La música y los cuetes la van a dirigir y las multitudes le van a indicar que ahí está. No hay pierde, en serio. Le van a ofrecer de comer. Acepte. Casi siempre hay tamales y chilaquiles. Si llega a la hora de la comida habrá mole o mixiotes, pozole o birria. De beber hay desde agua de jamaica, tepache hasta pulque, mezcal y tequila.

No les haga el desprecio a los mayordomos, no está bien. Pero tampoco se distraiga con todo eso. Vaya a lo que vino. A verlo. Téngale fe, es muy milagroso, especialmente en caso de enfermedades. Es especialista en llevar salud y consuelo a los pacientes. Su rostro es pasivo y sereno, rosado y blanquecino, al mirarlo se va a dar cuenta. ¿Está malita? ¿Anda en busca de un milagro? Encomiéndese, no va a quedar defraudada. El Niñopan ha hecho muchos prodigios a los que le piden. Mi abuela tenía una llaga en la pierna que no le sanaba. La gente le decía que fuera a visitarlo, pero ella era rejeguilla, no quería.

Llegó el momento en que la herida ya supuraba y olía muy mal. Entonces se dijo ¿qué puedo perder? Y quiso ir a verlo. Pero no es cuando uno quiere, es cuando él quiere. Mi abuela se dedicó a seguirlo por todos los barrios pero siempre pasaba algo. A veces llegaba antes que el Niñopan o encontraba la casa ya que se había ido. Intentó alcanzarlo en cada barrio y el Patroncito se le escondía. Una noche, la abuela se hincó y le pidió permiso a una foto del niño para ir a visitarlo.

Por fin lo encontró.

Se puso de rodillas y le contó que la llaga no la dejaba trabajar, que había crecido tanto que ya ni podía caminar. Nos dijo que la mirada del Niñopan fue lo que la alivió. Al día siguiente ya no había ni rastro de la herida. ¿No me cree? No me crea. Vaya a verlo. Pero ya le dije, no crea que es así de fácil. Pídale permiso, para que no le pase lo que a mi abuela. Luego que se le alivió la pierna, se hizo devotísima del Patroncito. Se anotó en la lista de la mayordomía grande. Pero no le tocó. Ella cree que fue por haber sido rejeguilla. Lo bueno es que nos heredó el privilegio de recibirlo. Gracias a eso, hoy duerme en casa. Desde el 2 de Febrero hasta el 6 de Enero del año que entra, lo vamos a tener aquí, entre nosotros.

Me mira. Su rostro refleja ternura. Crea en él, mírelo con fe. O, no crea, pero si quiere encontrarlo, pídale permiso para verlo. Así, nada más como un juego. ¿Qué puede perder? A lo mejor al estar frente al bendito Niñopan gana eso que está buscando. Eso que la hizo descaminarse hasta acá, a los barrios de Xochimilco. En una de esas lo encuentra y, como a mi abuela, le concede el alivio que, sin saberlo, está solicitando.

Pero, no es tan fácil. Para ver al Niñopan, hay que pedirle permiso.