Los fanáticos del futbol usan sobrenombres despectivos al referirse a sus rivales deportivos; son tres los equipos más populares en el Perú, y todos ellos tienen apodos risibles. Los de Universitario son denominados gallinas, los de Alianza Lima, monos, y los del Sporting Cristal, pavos. Los animales no tienen culpa alguna.

Alejo es un habilidoso estudiante de medicina, se encuentra a mitad de la carrera y ha ganado buen dinero con las apuestas deportivas. Él, que es todo oídos, escuchó de buena fuente que criar pavos era un negocio rentable y decidió invertir sus ganancias. Siendo él hincha acérrimo del Sporting Cristal el sobrenombre tiene mucho que ver con su elección, la confianza en su equipo lo sedujo a realizar una arriesgada apuesta que rindió réditos y ahora desea aventurarse en la crianza de pavos. Luego de mucho meditar, resolvió que ese año se dedicaría a la crianza de pavos blancos en vez de pavos negros, aclarando a los perspicaces que él no es racista y solo era una cuestión de productividad.

Al investigar qué opciones tenía resolvió iniciar con medio millar de ejemplares de dos meses de edad. Luego de ir a recoger a los plumíferos en un pequeño camión los acondicionó en un galpón alquilado a sabiendas de que los debía alimentar los siguientes seis meses. La limpieza del ambiente es fundamental y para evitar problemas de salud los vacunó contra diversas enfermedades. A pesar de los cuidados tuvo que llamar a un veterinario cuando una peste de moquillo que se diseminó con rapidez acabó con la quinta parte. Entre los cuatrocientos restantes no hubo mayor rango de fatalidad, pero era indudable que Alejo se estaba impacientando. Para mala suerte de él, que seguía en el mundo de las apuestas, tuvo una mala racha de resultados que se prolongó en demasía. Mientras tanto el precio del alimento balanceado se había incrementado significativamente y lo único que esperaba era la llegada de la navidad, sacrificar los animales y recuperar su dinero.

Aprovechando que el galpón alquilado tenía jardines seclusos decidió incorporar un vivero de plantas para de esa manera obtener un ingreso adicional. En tanto los pavos crecían el alimento balanceado decrecía al igual que la cuenta bancaria. Para el mes de noviembre los pavos habían engordado algo, aunque aún no estaban listos para ser sacrificados. Hasta que llegó el momento en que el dinero se agotó y no había de dónde conseguir más. Buscó ayuda financiera, pero como no era sujeto a crédito no la pudo conseguir. Todos sabemos que la fecha más importante para el consumo de pavos es la navidad, y aparte de esa fiesta religiosa los otros meses la demanda es mínima. El primero de diciembre Alejo ya adivinaba que todo era perdida, y que ni la venta del total de los animales lo haría obtener un superávit. Pero él era un apostador aguerrido y no se daba por vencido. La crisis era tal que los animales comían una sola vez al día. Al vender unos cuantos ejemplares a norteamericanos celebrando la Acción de Gracias pudo alargar un poco más la agonía.

Las malas noticias no cesaban para Alejo. Pocos días antes de Navidad se enteró que había demasiados pavos en la ciudad de Lima y el precio había caído. Oferta y demanda, y demás leyes del mercado. Alejo llamó a sus amigos más íntimos para realizar un pavicidio nocturno, doscientos ejemplares fueron sacrificados en una sola noche y para no agobiarlos con la muerte se les daba de beber pisco en el gaznate. Después liquidó el resto para pagar deudas. El negocio nunca próspero y las pérdidas fueron significativas.

Por otro lado, en el vivero clandestino, las semillas de marihuana habían florecido y pudo cosechar una variedad que se convirtió rápidamente en la favorita de los fumones limeños. El negocio fue tan bueno que asumió las pérdidas de los plumíferos para lograr por primera vez un superávit comercial. Fue una navidad verde y feliz.