Alguna vez, Enrique Lihn nos habló del “horroroso Chile”:

Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor: el miedo de perder con la lengua materna toda la realidad. Nunca salí de nada.

La terrible impronta de este lugar remoto, isleño de tierra adentro, como largo y gigantesco molusco con sus valvas siempre cerradas, desconfiado y receloso con las ideas foráneas (siempre han sido foráneas nuestras ideas, porque en el Último Reino acostumbramos a no pensar por nosotros mismos). Cuando la concha se abrió, fue para internacionalizarnos en la banalidad de los abalorios consumistas; de isleños, pasamos a ser espectadores ávidos de toda farándula, volcándonos a un compulsivo consumir, como si aventáramos con ello las precariedades de una endémica pobreza, exacerbada en esa larga noche colonial, aún no superada, cuyas sombras parecen acecharnos aún, reviviéndose en situaciones insólitas, como la de estas monjas que no son monjas, pero que visten hábitos monjiles y viven en su convento secreto, negadas por la jerarquía eclesiástica, que no las reconoce como tales, aunque perseveren en su misterioso retiro. (No siempre el hábito hace a la monja, ni toda sororidad es fraternal.)

En el imaginario colectivo del horror, donde se nutrió nuestro novelista José Donoso, sobre todo para El Obsceno Pájaro de la Noche, guardábamos referencias de oscuros lugares regentados por administradores del culto a la muerte, con sus criptas terroríficas donde muchos crímenes y aberraciones se guardaban en la forma de osarios, lejos de la vista de legos e inadvertidos. No éramos pioneros en esto, sólo herederos de prácticas que suponíamos medievales, aunque algunas de ellas se extendieron hasta mediados del siglo XX, como se comprobó, hace una década, con el hallazgo de ochocientos esqueletos de recién nacidos, en un antiguo convento de Irlanda.

Según el reporte periodístico de entonces1:

Alrededor de 800 esqueletos de recién nacidos han sido descubiertos en un depósito de cemento, junto a un antiguo convento católico, en la ciudad irlandesa de Tuam, que entre 1925 y 1961 acogió a mujeres solteras embarazadas. “Una persona me habló de la existencia de un cementerio de recién nacidos, pero lo que encontré allí fue mucho más que eso”, ha explicado la historiadora Cartherine Corless sobre el descubrimiento.
Corless estaba investigando los archivos del antiguo convento de Tuam, hoy convertido en una urbanización, cuando descubrió que 796 niños habían sido enterrados cerca del complejo sin ataúd ni lápida.
Los recién nacidos eran enterrados de forma secreta por las monjas del Convento de Bon Secours.
Se desconocen los motivos de las muertes de los pequeños, pero todo apunta a que pudo deberse a la neumonía, la malnutrición, la tuberculosis o al maltrato.
Este descubrimiento recuerda a otro escándalo donde se vieron involucradas madres solteras. Entre 1922 y 1996, más de 10.000 mujeres trabajaron de forma gratuita en lavanderías explotadas comercialmente por monjas católicas en Irlanda.
Las jóvenes, conocidas como las hermanas de Magdalena, eran principalmente chicas que se quedaban embarazadas fuera del matrimonio o cuyo comportamiento era considerado inmoral en un país de fuerte tradición católica.

Extraña moral, aliada con la muerte. Cuando estamos por cumplir el primer cuarto del siglo XXI, nos hemos enterado aquí, en Santiago del Nuevo Extremo, de un escalofriante hecho que nuevamente nos pone a la vanguardia mundial de lo esperpéntico horroroso. Hemos visto, gracias a la maravillosa tecnología, en las pantallas del noticiero, la figura de una mujer algo inclinada por los años, vestida en hábito monjil, arrastrando una enorme maleta por la vereda, barrio de Ñuñoa (muy cerca de la casa de este alelado cronista).

La mujer se detiene, y se desembaraza de su carga, dejándola junto a unos desechos, al parecer, trastos viejos que los vecinos abandonan para que sean recogidos por esa especie de buhoneros nocturnos dedicados al oficio de recuperar algo de dinero con la reventa o reciclaje de lo sobrante cotidiano. La miseria también tiene sus escalas de distribución, rangos y estamentos. En la urbe, las calles deparan sorpresas y sus rincones parecen ocultar prodigios que no apreciamos a simple vista, pero que sus transeúntes nocturnos son capaces de advertir.

Hasta aquí, no habría mayor inquietud, salvo por la traza de la oscura monja, deambulando a altas horas de la noche, fuera de su claustro. Pero dentro de ese extraño equipaje se encontraron los huesos de una anciana, con data de muerte de un año antes de su abandono en la vía pública. Como vivimos un tiempo de exacerbada difusión de noticias de crónica roja, al parecer siendo la mayor preocupación de nuestros medios informativos, se lucubró con la posibilidad de otro asesinato, quizá un crimen encargado a sicarios, debido a disputas entre banda rivales de narcotráfico, o un asesinato pasional, un nuevo femicidio, quizá.

Pero no, se trataba de un pacto tanatológico; dos mujeres se ligaron por el secreto de la omisión ante la muerte de una de ellas, ocultando el hecho por el plazo de un año calendario. Se ubicó a la mujer de la tétrica encomienda nocturna, en un domicilio cercano al hecho, donde viven una veintena de religiosas de largos hábitos conventuales. Los periodistas, como bandada de cuervos anhelantes, han tratado de interrogarlas, sea en su morada o en la calle, siguiéndolas en sus desplazamientos habituales. Ellas eluden las cámaras, desatienden las inquisiciones, limitándose a decir que las dejen tranquilas; su misión en este mundo es el silencioso retiro que las pone en comunión con la divinidad.

La jerarquía eclesiástica chilena, harta de escándalos y maledicencias contra la inmortal Iglesia Romana, ha negado su filiación como “siervas de Dios”, descartando su posible pertenencia a convento o monasterio alguno.

Por ahora, hasta el cierre de este asombrado texto, no tenemos mayores antecedentes para clarificar lo ocurrido. Nos asaltan las dudas, surgen preguntas inquietantes: ¿se trataría de un hecho aislado?, ¿acaso de una práctica extendida?, ¿habría de por medio una retribución pecuniaria?

En un país de economía deprimida, con aumento progresivo de la cesantía, se apela a la creación de nuevos emprendimientos que satisfagan la utopía capitalista de las “oportunidades”. Dentro de esta dinámica, los negocios asociados a la muerte cuentan con una solvencia de base indiscutible. Nada más seguro que la muerte. Veamos los pingües emprendimientos de los parques memoriosos (ya no se usa la palabra cementerio), de las pompas fúnebres, de los cinerarios; agreguemos las opciones de la eutanasia, de las cápsulas refrigeradas para millonarios narcisos, en países más desarrollados, aunque menos imaginativos que el nuestro.

Bien podría ser esta una nueva fuente de empleos y desarrollo económico. Cabría elegir, con suficiente previsión, la data en que quisiéramos exhibir nuestro cuerpo exánime y sin retorno posible: fecha de cumpleaños, de aniversario de matrimonio, día de graduación, en fin, las posibilidades son amplias. Cabría incluir invitaciones, anunciando que, en tal sitio, en tal fecha y hora, se mostrarán los restos de Fulano de Tal o de Mengana de Cual, fallecidos hace un año, o dos, o una década atrás, ¿por qué no?

Mientras se dilucida el caso en cuestión, reflexiono sobre el inmenso venero para la imaginación literaria que nos otorga la vida real en este Macondo o Comala llamado Chile (el final de los finales). No necesitamos de extraterrestres de ningún tipo. Cualquier día aparece una monja ofreciéndonos carcazas de teléfonos celulares hechas con auténticos huesos humanos, con dedicatoria e indulgencia incluidas.

¡No hay salud!

Notas

1 "Hallan 800 esqueletos de bebés en un antiguo convento de Irlanda". (04 de junio de 2014). Univision.