José Miguel Varas, uno de los narradores más destacados de la literatura chilena, publicó en 1994 su novela El correo de Bagdad, tal vez una de las mejores narraciones de la literatura chilena de la década de los 90, con un original argumento en que un pintor mapuche, Aliro Machuca Pailahueque, apodado Huerqueo en una deformación de su apellido materno, vive una singular odisea en el Irak de los años 60.

Varas, Premio Nacional de Literatura 2006, plasmó en esta novela no solo una ficción apasionante, sino que también volcó en ella la experiencia de un periodista andariego, cuya profunda cultura iba a la par con un exquisito sentido del humor que se desprendía de manera natural de su imagen de caballero adusto, dotado de una voz grave.

Quienes tuvimos la suerte de conocerlo personalmente y trabajar con él, no podíamos sino admirar su vasto conocimiento de varias lenguas, su estatura de intelectual sin poses artificiales. Solidario, sencillo y eterno militante de izquierda sin apego a los dogmas.

Nacido el 12 de marzo de 1928 en Santiago, Varas falleció a los 83 años el 23 de septiembre de 2011 también en la capital chilena. Dejó como herencia una abundante obra literaria que incluye novelas, cuentos, crónicas y biografías. Entre sus textos breves más aplaudidos se cuenta Las pantuflas de Stalin (1990), una sátira sobre el controvertido gobernante soviético.

Como periodista trabajó a fines de los años 50 en Praga. En 1970, bajo el gobierno de Salvador Allende, fue nombrado director de Prensa de la estatal Televisión Nacional y, tras el golpe de Estado de septiembre de 1973, se asiló en la Unión Soviética y fue conductor del célebre programa Escucha Chile, que emitía Radio Moscú por onda corta.

Retornó a Chile tras el fin de la dictadura de Pinochet y retomó una incesante producción literaria, si bien a la par seguía dedicado al periodismo y a la difusión radial.

Varias de sus obras fueron premiadas, pero no El correo de Bagdad, publicada por la editorial Planeta en 1994 y reeditada por Alfaguara en 1999, lo cual por sí da cuenta de la calidad de esta novela, escrita en un estilo epistolar, a través de la correspondencia entre Huerqueo y el profesor checo de origen judío Josep Beran, especialista en lenguas romances.

Aliro Machuca, aventajado alumno de Bellas Artes en Chile, es becado para estudiar en Praga, donde se casa con Eva Befanova, sobrina del profesor Beran. En 1961 la pareja viaja a Bagdad a un encuentro de la Unión Internacional de Estudiantes, en un Irak gobernado por el general Abdel Karim Kassem, líder de la revolución que en 1958 terminó con la monarquía.

Desde Bagdad el pintor chileno escribirá catorce cartas a su tío político, que éste guardará para enviarlas más tarde a un diario chileno no identificado en la novela pero que sin duda es El Siglo, periódico oficial del Partido Comunista de Chile donde Varas trabajó varios años.

El «mamotreto» se denomina el voluminoso paquete que el profesor checo envía al diario. Las cartas de El Huerqueo, también llamado a veces Werkén, son acompañadas de las notas explicativas y complementarias de Josep Beran, en lo que constituye el rasgo más genial del libro, ya que Varas trabaja meticulosamente el vertido al español de la sintaxis del checo con los contrabandos lingüísticos de las viejas lenguas romances.

La personalidad del pintor mapuche se trasunta igualmente en sus cartas, donde abundan las alusiones humorísticas, entremezcladas con crudas descripciones de la miseria en Irak y de la decepción ante el régimen de Kassem, que terminó reprimiendo a los comunistas y a los kurdos que apoyaron la revolución en sus orígenes.

Es el contradictorio mundo milenario, donde Huerqueo vive en constantes deslumbramientos que remiten a las fantasías de Las mil y una noches y el contraste violento de una sociedad en que conviven los lujos más deslumbrantes con la pobreza más descarnada y se alternan asimismo la crueldad, la belleza y la voluptuosidad oriental.

La novela contiene geniales pasajes descriptivos de un espectáculo de la danza del vientre con tres bailarinas, que al son de una música que «ondulaba, gemía, imploraba» ponían «en movimiento sus abdómenes y partes impúdicas». Un embrujo que el pintor mapuche compara en su carta con «el mareo del camello» en una digresión geométrica y afrodisíaca.

Al comienzo de la novela Aliro Machuca le dice a Josep: «Sí, profesor, soy mapuche. Los mapuches a Chile somos cual judíos a Centro-Europa». Sin embargo, a medida que la narración avanza, se establece más bien una identificación del pintor con el pueblo kurdo.

El Kurdistán, como se sabe, es una región de Asia Menor, repartida entre Irán, Irak, Siria, Turquía y una pequeña porción de Armenia. Es el territorio originario de la etnia kurda y tiene, según la Enciclopedia Británica, una superficie de 392.000 kilómetros cuadrados, del mismo tamaño que Paraguay o Zimbabue.

La población propiamente kurda se estima en unos 26 millones, aunque hay también una abundante migración en Europa. Los kurdos son así en el mundo otro de los pueblos sin territorio, despojados de sus tierras ancestrales por sucesivas invasiones de proyectos imperiales.

Uno de los mayores enemigos de las aspiraciones kurdas de crear un Estado autónomo es el actual presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, pese a que las milicias kurdas han sido uno de los principales factores de contención del fundamentalista Estado Islámico.

Cuando Varas escribió El correo de Bagdad registró la represión que la etnia kurda sufrió a manos del régimen de Kassem, continuada por Saddam Hussein, entre 1986 y 1989, en una campaña en el norte de Irak que abarcó también a otras minorías étnicas. Cuatro mil aldeas fueron destruidas en el Kurdistán iraquí.

No es extraño entonces el vínculo que Huerqueo establece en la novela entre mapuches y kurdos, como dos pueblos distantes pero unidos en el despojo y en las aspiraciones de autonomía.

Desde el fin de la dictadura en Chile en 1990 se empezó a hablar del Wallmapu, término que alude al territorio donde estaban asentadas las comunidades mapuches hasta la llegada de los conquistadores españoles. En Chile abarca desde el río Limarí en el norte hasta el archipiélago de Chiloé en el sur y en Argentina desde la provincia de Buenos Aires hasta la Patagonia.

La novela de Varas resultó un tanto premonitoria. La popularización del término Wallmapu (territorio o universo circundante en español) va acompañada de reclamaciones de autonomía en diversos tonos, algunas de negociación de comunidades con el Estado chileno y otras de abierta rebeldía.

La llamada Macrozona Sur, que comprende la región de la Araucanía y dos provincias en la región del Biobío, está desde 2021 bajo un estado de excepción constitucional ante hechos de violencia atribuidos a organizaciones mapuches radicales.

Así como el pueblo kurdo, el pueblo mapuche se caracterizó por su resistencia a los conquistadores, al punto que los españoles no pudieron someterlo. La antigua región de La Frontera, en el sur del país, fue incorporada oficialmente al Estado chileno a fines del siglo XIX tras la llamada «pacificación de la Araucanía», una cruenta campaña militar que despojó a las comunidades indígenas de sus tierras ancestrales.