Atravesamos la meseta, recorriendo llanuras del color del trigo y parajes labriegos; aquí el tiempo pareciera galopar a otra marcha, ajeno a las prisas impuestas por las multitudes. A cielo abierto, la figura del eterno hidalgo cabalga incesante en compañía de su escudero, con quienes el forastero itinerante se cruza aquí y allá en una suerte de omnipresencia celebrada. A lo lejos, nos observan los molinos centenarios.

Llegamos al caer la tarde a un lugar de La Mancha, de cuyo nombre hoy quiero acordarme, Montiel, en donde el recuerdo de Pedro I de Castilla retumba a gritos entre sus muros y se hace carne para revivir de nuevo aquellos últimos días de su leyenda que, aunque han pasado de largo para la historia, para un pueblo han supuesto su identidad.

Pero ¿quién es Pedro I de Castilla? Conocido por sus detractores como el Cruel y por sus acólitos como el Justiciero, Pedro I de Castilla fue el último rey de la casa Borgoña, rey de Castilla desde 1350 hasta 1369, en el núcleo de una convulsa Edad Media, de traiciones, afrentas, intereses y juego sucio, que conformaban un contexto irremediablemente feroz, despiadado, salvaje, guerrero. Pedro I nace cuando ya ha muerto su hermano Fernando, quien hubiera sido el heredero al trono. Hijo de Alfonso XI y María de Portugal, cuyo matrimonio se debía, como tantas veces, a un pacto entre Castilla y Portugal; un enlace que no evitó que el rey alternara esta relación con la que ya mantenía con Leonor de Guzmán, de la que vendrían al mundo diez vástagos.

Pedro había sido relegado de la corte para vivir en Alcázar de Sevilla, junto a su madre, sobre la que recayó toda la responsabilidad de la crianza y educación; la corte había quedado reservada para Leonor y sus hijos, quienes se granjearon numerosos títulos y privilegios a lo largo de ese tiempo. Hasta 1350, en que Alfonso XI muere durante el asedio a Gibraltar (puede que de peste negra) y Pedro pasa a ocupar su puesto como soberano. Se trata de un momento complejo debido a cuestiones económicas y militares diversas, que no hacen sino empeorar al irse desbaratando las numerosas redes de influencia que Leonor de Guzmán había gestado en los últimos años.

Durante el primer año, se alcanzó una relativa estabilidad en el reino derivada de acciones como firmar la paz con nazaríes y benimerines o el encarcelamiento de Leonor, que impide que lleve a efecto tretas en favor de sus propios intereses.
Sin embargo, las tensiones son continuas por el descontento que imperaba por parte de los hijos bastardos de Alfonso, dispuestos siempre a la rebelión. Una lucha encarnizada, en ciernes, entre los que aspiraban a hacerse con el poder, de la que germinaban negocios en los que los matrimonios convivían con las amantes, y los hijos naturales se superponían a los ilegítimos, cuyo premio final eran los pactos territoriales.
Con Enrique de Trastámara (su medio hermano) a la cabeza del bando contrario, los ataques a Castilla y a Aragón se sucedían. El número de hombres de los ejércitos se engrosada de arqueros y mercenarios gracias al apoyo que proporcionaban los aliados, a cambio de la promesa de títulos y riquezas, en un constante devenir de ataques y retiradas.

A la espera de ayuda que llegase de Londres, el ejército de Pedro I iba camino de Alcántara, con el objeto de socorrer Toledo y evitar que capitulase, cuando es sorprendido por Enrique. El cerco se estrecha irremediablemente y Pedro I sucumbe en la batalla de Montiel, el 14 de marzo de 1369.
Aunque se guarece durante nueve días en el castillo de la Estrella, una fortaleza poco preparada para tal caso, finalmente, el 23 de marzo, por medio de engaños, se ve cara a cara con su hermano que, tras matarle, sube al trono de Castilla como Enrique II (desde entonces, el Fratricida), primero de la casa Trastámara. Han transcurrido más de seis siglos desde aquello, pero sigue presente en la memoria de los vecinos, sabedores de que a las puertas de sus casas, un día se disputó quién se hacía con el poder, una lucha a vida o muerte.

Con frecuencia, hablar de Montiel o de La Mancha, conduce a algunos lugares comunes que no pasan de Cervantes, las lagunas de Ruidera y ciertas personalidades del mundo del espectáculo. Es preciso adentrarse más para conocer la grandeza de su historia y lo hermoso del sitio.

Cada año, desde 1975, Montiel retrocede en el tiempo, engalana sus calles y se viste de época para conmemorar el aniversario de tan señalado acontecimiento, en el que el rey sería dado muerte a manos de su hermano mientras la sangre oscura, que manaba de sus heridas mortales, ensuciaba sin remedio las tierras fértiles.

Durante tres días (siempre próximos el 23 de marzo) se desarrollan las Jornadas de Recreación Histórico-Medieval o, lo que es lo mismo, Montiel Medieval.
El pregón por parte del alcalde correspondiente da inicio oficialmente al evento, que abarcan desde la llegada de Pedro a Montiel hasta el mismo entierro. Entre tanto, pasacalles, música y danzas, talleres artesanales, ordenación de caballeros y damas, espectáculos de cetrería, visitas al castillo, cena medieval o tiro con arco serán algunas de las actividades de las que se podrá disfrutar, sin olvidar la gastronomía.
El único requisito es hacerse con un traje de época para no desentonar.

Son varias las batallas que se libran en diversas localizaciones del pueblo. En todos los casos, se trata de profesionales que se han desplazado desde distintos puntos de dentro y fuera de España, que se dedican a ofrecer este tipo de espectáculos, para lo cual están entrenados, ataviados con armadura, casco, cota de malla, escudo y armas que pueden alcanzar un peso de hasta 50 kilos.
Para darle más realismo, todos estos caballeros se alojan, como no podía ser de otra forma, en el campamento medieval a las afueras del pueblo, cuya visita acercará más aún, si cabe, a lo que podía haber sido esa forma de vida.

La noche del viernes, para ir entrando en situación, en el auditorio se celebra la cena medieval. Los comensales, colocados en largas mesas corridas desde donde poder divisar a los anfitriones (Pedro y su séquito, representados por el alcalde y compañía) en lo alto de la tarima, serán agasajados de una comida, si no propia del Medievo, al menos sí típica de la zona.
Es también reseñable la representación teatral del sábado, en la que absolutamente todos los actores son los propios montieleños. El pasado año fue María de Padilla, la reina, de Emilio Pacheco, que evoca el transcurso de la vida, matrimonios y devaneos de Pedro I, en paralelo a los amores con María de Padilla y los sucesivos alumbramientos de esta.

Aunque el papel de esta mujer fue complejo, dado que no le quedó otra que vivir en la sombra, no por ello perdió ocasión de sacar tajada, consiguiendo cargos importantes para los hombres de su familia.
Tras la muerte de María, en 1361, Pedro convocó cortes en Sevilla con el objeto de declararla reina y legitimar la descendencia que con ella había tenido, hecho hasta entonces inaudito.

Más tarde, el mismo sábado, un cortejo fúnebre, acompañado por antorchas, se dirigirá en procesión desde la plaza al cementerio, donde será el sepelio.

Por último, el domingo, el colofón final, que pone el lazo a las jornadas, es la recreación de la batalla final a campo abierto: un numeroso grupo de guerreros, integrarían los ejércitos de ambos bandos, a caballo y a pie, hace posible un espectáculo que no deja de ser grandioso, aunque el desenlace sea ya conocido por todos.

Tras ello, nos dirigimos al Llano de la Fuente, lugar del combate cuerpo a cuerpo entre los dos hombres, donde hoy, ante las amplias praderas, se erige un monolito a modo de homenaje.
Allí se depositará la corona de laurel, como ofrenda a Pedro I, y se hará la proclamación de Enrique II. De esta manera finalizan un año más estas jornadas conmemorativas que pretenden enaltecer lo que es un acontecimiento único. Los propios vecinos, orgullosos de su tierra, nos cuentan de un modo singular, que han convertido en tradición, aquello que sucedió hace tanto tiempo en sus confines.
Así nos regalan una parte de la historia que quizás desconociéramos, un viaje en el tiempo hasta el siglo XIV y la visita a un entorno fabuloso de La Mancha, ese paisaje árido que se extiende campo a través a lo largo de cosechas de heno y encinas, y molinos centenarios que ven detenerse a los viajeros para contemplar lo mismo que mucho tiempo atrás contemplara Cervantes.

Llegados a este punto, lo único que falta para concluir es mencionar que en el presente 2024, Montiel Medieval se festejará los días 12, 13 y 14 de abril. No se me ocurre un motivo para no querer estar.

¡El rey ha muerto, larga vida al rey!