Un bebe lloraba y su llanto la causaba una especie de desesperación mezclada con desolación, no quería estar embarazada. Acudió a las ancianas que habitaban en las cercanías de la finca para le dieran hiervas e infusiones. Al principio se sentía el cuerpo convulsionado como un volcán en erupción, pero nada, después no bajaba nada, estaba esperando que el incipiente niño apareciera mezclado con pérdidas, pero no aparecía nada.
Él bebe seguía creciendo en su vientre, nada lo paraba, cada centímetro que avanzaba en su cuerpo la acongojaba y la reducía a su mínima expresión, a su pavor. Vendaba su cuerpo con telas de algodón para cabalgar, cabalgaba por el valle, a caballo era libre, el viento rosaba su cara, y ella galopaba a toda velocidad recorriendo sus tierras. Eran campos de agave, perfectamente alineados.

Amaba la perfección, al punto de idolatrarla. En su cabeza resonaba a veces el “para amarse y serse fiel, en las buenas y en las malas”, había estado casada; el ya no estaba. Su camisa de noche de encaje y raso de sus primeras nupcias estaba guardada en una caja blanca, y habitualmente la vestía frente al espejo de un armario de madera antigua y espejos biselados. Amaba mirarse, la imagen que el espejo le proyectaba era tan bella, pero no lo suficientemente atrayente para enamorarla. Escuchan, ahí viene cabalgando, está recorriendo sus campos de agave, escuchan el ruido de las pisadas del caballo sobre las piedras aproximarse a la finca, la fuente de agua circunscribe el ingreso a la casa, y su sonido es lo que mantiene la paz.

Todas las mañanas con el nacer del sol, se levanta con el aura, no imaginan lo que es ver en esa terraza el amanecer, los rayos del sol a través de los hierros que la resguardan, pura arquitectura mexicana. La concatenación de circunstancias pasadas la había traído hasta acá, porque verán, el presente se trenza con acciones del pasado, la sucesión de acciones del pasado, de las generaciones pasadas, nos traen al presente, y ahora ella estaba aquí sentada. Mientras vendaba la panza, la invadía el peor de los sentimientos. Pueden imaginar el revuelo ocasionado, yendo con sus ropajes negros, a la vista de todos embarazada, a comprar al negocio del pueblo la provista para todo el mes. En su carruaje tirado por un caballo, los niños de los campesinos la acompañaban, deseosos de conseguir el azúcar para los dulces que ella les preparaba. El valor de cambio para sus compras, provenían de sus ventas de Mezcal, en su finca hacían los campesinos todo el proceso de Mezcal.

Habrán visto el artesanal modo de cortar el maguey, puede haber un corte al ras tan perfecto, es lo que hacían los campesinos con la planta del Mezcal, la desnudaban. De ahí nace la bebida que calma, que permite hacer más livianos los inmensos días de calor, que la soledad no desarme el cuerpo, que la nada se haga más liviana, con la fuerza de la pala cortan la hoja, girándola, con un golpe firme, seco, ya quisiera que la muerte se le presentara así, tan exacta!. Entonces giran la piña, la rotaban como le enseñaron sus ancestros. Esa agua permite que otros se alimenten, es lo que le permite adquirir azucares para los dulces y harinas para las conchas.

El niño del vientre no le pertenecía, y seguía creciendo. Entonces en el mismo espejo, ve la transformación acontecer en su cuerpo, los senos repletos, las curvas incrementar sus formas, el pelo llenarse de consistencias, su pelo tan largo, que solo lo suelta los minutos previos a dormir, sentada frente al espejo desata su perfecto peinado, su pelo enroscado. Sus ojos eran verde oliva, y sus cejas los recorrían en su integridad, su tez con el sol se volvía morena, el sol la alimentaba. Los niños los saben, son los que primero que perciben los cambios, están acostumbrados, y la observan, observan la gran transformación.

Entra a la cocina de la finca a supervisar la preparación del almuerzo; que la consistencia del mole sea acorde, que los cortes de las presas sean perfectos, que la cocción del pollo sea la adecuada. Los niños y ella compartían la existencia, corrían dentro de la casa, donde sus pasos se hacían eco en el silencio de las mañanas, no había nada. Miraba a los niños en su juego, sus risas, sus llantos, sabía que había otro mundo, que le estaba vedado, el mundo de los hombres, ese mundo le estaba vedado, no era reconocida como par, a pesar de ser productora de Mezcal.

El Mezcal que intercambiaba en el pueblo por comida, herramientas y monedas que se iban acumulando, qué hacer con tantas monedas. Se trasladaba todas las semanas al pueblo para concretar sus ventas, y cada mes su vientre se acrecentaba, por la Iglesia no pasaba, aunque no había nadie quien le pudiera reprochar.

El caballo giraba y a medida que giraba molía el agave, tradición centenaria en el molino de tahona. Era un caballo especial acostumbrado a la carga, no como el de ella, que era un caballo sarando, mexicano. Este caballo giraba en una enorme rueda de roca volcánica de dos toneladas, tahona, y molía el agave. Pasaba horas mirando girar la rueda, la que avanzaba con firmeza, con la misma firmeza que su papá golpeaba la mesa, cuando le quería enseñar los errores que una mujer no debía cometer en la sociedad. ¿Por qué sonaba tan fuerte la madera?, porque el puño era tan riguroso, ¿por qué? ¿tan exigente?. Se despierta súbitamente soñando que su boca sangraba, como vertiente sin fin, se detiene en su cama de caños de cobre a repensar su existencia.

Entonces piensa. Acaso el acercamiento era la causa de su engrosamiento, acaso las caricias que le propiciaba tendrá algo que ver con el crecimiento de este ser, ¿acaso estaban vinculadas?. Y ahí estaba tendida en la cama, desatándose las fajas, y pensando, que no quería ese bebe. El sol era tan fuerte, en esta época del año, era un sol de tan fuerte oscuro, que penetraba los músculos, el calor aceleró el proceso final. Tomó él bebe por sus brazos, ya no toleraba su llanto, y lo ahogó con sus manos, ella no quería estar embarazada nadie la había escuchado.