Un mundo nuevo no solo es posible, sino que ya está en camino. En un día tranquilo puedo oírlo respirar.

(Arundhati Roy)

A veces, en medio de todas mis afirmaciones y contradicciones, siento que soy (y que también lo somos todos) un personaje de un sueño, y que «toda la vida es sueño». Por supuesto, no lo sé con certeza, pero de alguna manera, lo sospecho. En instantes de lucidez, intuyo que la multitud de otros, conocidos y desconocidos, que pueblan el escenario de la vida, los escenarios circundantes, y aquello que se extiende mágicamente más allá del teatro inmediato en el tiempo y la distancia, así como mis propias corrientes internas de pensamiento, los juegos de roles, deseos y fantasías son parte de este sueño, donde estamos siendo soñados. De alguna manera, tengo la corazonada de que todo está íntima, inextricable e inexplicablemente interconectado, y que solo hay una existencia que sueña esta multiplicidad infinita.

La diversidad de escenas y teatros es alucinante; alrededor de la naturaleza, del tejido de todo, y de los seres humanos conscientes, imaginativos y bulliciosos con todas nuestras relaciones, descubrimientos, mitos, verdades percibidas, falsedades inventadas, engaños, ilusiones, momentos de paz y frenesíes de destrucción. Todos los ciclos de creatividad, destrucción y preservación de los universos, nuestras propias edades oscuras y renacimientos históricos, los períodos colectivos e individuales de derroche y espiritualidad, los lagos serenos y las novas que explotan: todos, sospecho, llevan un ritmo desconocido, una continuidad subyacente, buscando la actualización de un potencial, la manifestación de un sueño de la existencia, un sueño que se despliega.

Ahora, por supuesto, la pregunta que sigue es. ¿Por qué la existencia sueña la vida? ¿Es para despertar? ¿Para manifestar la imaginación en toda su magnitud? ¿Para perderse y encontrarse a sí misma, en un juego imaginario, y experimentar el amor, como unicidad, después de haberse perdido en una fragmentación imaginada y evolutiva?

No sé la respuesta, pero si es que soy un personaje de un sueño, llamado vida, ¿cómo podría comprender la realidad de quien me sueña? Porque los personajes que yo sueño, en mis sueños nocturnos, no cuestionan y ciertamente no pueden entender quién los sueña, ni por qué. Ellos no existen fuera de mis sueños y desaparecen cuando me despierto por la mañana. Cuando me despierto, se disuelven en mí. Del mismo modo, si yo soy un personaje soñado por la existencia, soy como los personajes de mis propios sueños nocturnos.

Lo que sí puedo apreciar es que el sueño de la vida y del universo constituye una historia increíble que se desarrolla, con acontecimientos, tiempo, distancia, partículas, formas y tramas trágicas y cómicas, e infinitamente mágicas. Tiene múltiples dimensiones objetivas, que subjetivamente observamos, inventamos, interpretamos, cantamos, narramos y categorizamos desde tantos puntos de vista, que atravesamos e interactuamos de maneras tan únicas y diferentes, con otros personajes y diversos escenarios.

Todos somos conscientes de que, tanto en un sentido personal como colectivo, el sueño puede ser dulce o una pesadilla infernal. Por lo general, la pesadilla se asocia con el sufrimiento, y parece que el peor tipo de sufrimiento no es un desastre o dolor físico, sino más bien la ausencia de amor, solidaridad y compasión en nosotros, lo que conduce a sentimientos de total impotencia, desesperación e inhumanidad.

Observamos que incluso en situaciones de gran angustia personal, o de caos colectivo como epidemias, guerras y cataclismos naturales, los seres humanos son capaces de exhibir compasión, amor mutuo y heroísmo, nacido de un sentir interno de que estamos todos conectados en nuestro ser. Me atrevería a decir que la ausencia de amor, el predominio del egoísmo y la insensibilidad hacia el otro, de la separación y el ego, es el verdadero origen de la mayoría de las pesadillas en este monumental sueño de la vida.

La trama del «sueño» colectivo, tal como lo ve este personaje que yo interpreto, en la segunda década del siglo XXI, parece estar centrada en el inicio de un nuevo capítulo en la historia de la humanidad, ahora como una sola familia. Desde la perspectiva de la civilización humana, hasta ahora hemos registrado la historia de tribus, culturas, clases y Estados-nación. La historia de la humanidad como un solo pueblo está comenzando a desarrollarse. Comenzó con la unificación física del planeta en los últimos siglos y el amplio reconocimiento, al menos a nivel intelectual y científico, de la estrecha interdependencia de toda la vida.

Hoy en día, ya no podemos escapar al hecho de que estamos unidos en una totalidad. Que todos estamos en el mismo barco-planeta. Que somos una familia humana global. Sin embargo, no todos aceptan esto a nivel intelectual, y mucho menos a nivel de consciencia emocional. Todavía no hemos despertado al estado predicho por el arzobispo Desmond Tutu cuando dijo: «Un día despertaremos y nos daremos cuenta de que todos somos una sola familia».

Y esta es la base de la convulsión de nuestros tiempos. Por un lado, la física cuántica, la ecología, la informática han contribuido a una comprensión espiritual más profunda de la conectividad de nuestro tejido vital y han creado una percepción más amplia en las nuevas generaciones, que se están volviendo más conscientes de nuestra unicidad, por otro lado, esto está chocando con una creciente resistencia tribal, nacionalista, sectaria, racista y anticientífica. Líderes como Jacinda Ardern de Nueva Zelanda representan la primera visión y Donald Trump en Estados Unidos la segunda.

En general, aún no se vislumbra una visión global de la próxima etapa en el avance de la civilización humana. Es necesario un reexamen innovador de los supuestos y principios de donde nacen actualmente nuestros enfoques del desarrollo social y económico y de la organización política. Tienen que surgir enfoques radicalmente nuevos para la política de desarrollo, la utilización de los recursos, la planificación, las metodologías de implementación y la representatividad nacional e internacional, porque los enfoques organizativos sociales existentes están retrasados en cuanto a las posibilidades derivadas de los avances actuales de la ciencia y la tecnología, para alcanzar bases sustentables de producción y consumo, comunicaciones y de gestión ambiental.

Aunque algunas iniciativas se han puesto en marcha de forma limitada, aún no se han generalizado y están sufriendo reveses, debido a la enorme oposición presentada por aquellos que quieren mantener a la humanidad organizada dentro de un marco fragmentado de Estado-nación/tribu, y desestiman la realidad de que todos estamos en el mismo barco.

Los supuestos que guían la mayor parte de la planificación social y de desarrollo actual siguen siendo esencialmente materialistas y fragmentarios. Las creencias prevalecientes sobre la naturaleza y el propósito de los procesos de contrato social deben cambiar; así como las funciones asignadas a los distintos protagonistas, para hacer frente al abismo de la desigualdad cada vez mayor, que separa el nivel de vida de una minoría pequeña de los habitantes del mundo, de la pobreza experimentada por la mayoría de la población mundial, y de la degradación de los sistemas de soporte de la vida.

Aunque hoy en día existe la posibilidad de un acceso universal a la información (y a la desinformación), la participación de la mayoría de la población mundial en la toma de decisiones, la responsabilidad y la rendición de cuentas se limita a una serie de opciones, formuladas la mayoría de las veces por poderes y organismos no representativos, sobre la base de objetivos que a menudo son irreconciliables con la realidad.

Una pregunta fundamental para construir una visión de una humanidad global es ¿cómo se pueden organizar sistemas de representación donde puedan presentarse verdaderamente los intereses de los bienes comunes de la humanidad?

Debe ocurrir una transformación, para que todas las personas puedan verse a sí mismas como representantes de «nosotros la humanidad», un cambio dramático en la perspectiva de la historia de la civilización. Un cambio que planteará preguntas fundamentales, sobre el papel asignado a los actuales cuerpos representativos de la humanidad, en la planificación del futuro de nuestro planeta. El concepto de «nosotros la humanidad», desafía el diseño y el funcionamiento de las instituciones de la sociedad contemporánea, ya sea a nivel local, nacional, regional e internacional.

La tarea es establecer, principios fundacionales duraderos, sobre los cuales una civilización planetaria pueda tomar forma e implementarse gradualmente. Esto requeriría una nueva forma de pensar, una nueva asamblea de la gente, el reconocimiento de los principios fundamentales básicos y la iniciativa de países, regiones, empresas y grupos sociales plenamente comprometidos, para apoyar la nueva dirección, a través de la creación de nuevas entidades colaboradoras.

La remodelación de las estructuras existentes no es una opción. Se necesitan nuevos principios organizativos, que utilicen a los jóvenes, que interconecten la tecnología y, sobre todo, que se nutran de una oleada que proviene del sentimiento, de un despertar del espíritu de la humanidad como una sola familia.

Hoy vemos el odio avivado por políticos populistas, que se aprovechan de los miedos instintivos generalizados, vemos un florecimiento del egoísmo y la desinformación basada en conspiraciones irracionales. Precisamente ahora, cuando el mundo está física e informativamente más conectado que nunca.

El populismo basado en el nacionalismo y el aislacionismo está estallando, en un momento en que los países y los pueblos están más entrelazados que nunca, cuando legiones de Marco Polos están cruzando el planeta, explorando una Tierra, conociéndose, casándose entre sí, teniendo bebés multiculturales, cantando las mismas melodías y teniendo la oportunidad, de saber con sus propios sentidos y mentes, que realmente todos estamos en el mismo planeta-barco.

La respuesta a esta mentalidad de «sálvese quien pueda», a los instintos de miedo a los otros, derivados de nuestra ascendencia tribal, debe ser contrarrestada con la consciencia del sentimiento de unidad, de compasión, de las intuiciones y sentimientos más nobles que también están presentes en los seres humanos. Esta es la tarea de nuestro tiempo.

El reto del presente es promover un movimiento completamente nuevo y vital, que tome en cuenta toda la vida y la abrace como un sistema unificado, en vez de seguir centrándose en viejas divisiones como la izquierda y la derecha, el conservadurismo y el liberalismo, este país frente a aquel país, y la acción social frente al descubrimiento de nuestro ser interior. Necesitamos armonizar nuestros conceptos científicos con nuestros corazones para crear una nueva humanidad, una que se encuentre más allá de las nomenclaturas políticas, sociales y organizativas, desarrolladas en los últimos siglos.

La humanidad debe profundizar en su humanidad, abandonar los prejuicios y preferencias superficiales, y expandir la comprensión a una escala global, incorporando la totalidad de la vida y tomando plena consciencia de nuestra íntima conexión con el fenómeno de la vida de la cual somos una manifestación consciente.

Es necesario que surja un nuevo liderazgo global y local, de la resonancia de aquellos que están despertando a la realidad de nuestra interdependencia con toda la vida, una resonancia que se construya a partir de una consciencia espontánea y plenamente sentida, expresada en la acción de todos y cada uno, no solo recogida en declaraciones altisonantes, que hacen las organizaciones nacionales e internacionales y que se implementan a medias, en compromiso con intereses contrapuestos.

Todos tenemos que asumir responsabilidad para crear el nuevo mundo. Las herramientas de conectividad externa ya existen, lo que hay que promover es la consciencia de la unicidad de la humanidad. El nuevo liderazgo de la humanidad tendrá que nacer de aquellos que abracen la totalidad de la vida como un hecho y comiencen a vivirla. Como dijo Vimala Thakar:

La compasión no se puede cultivar; no deriva ni de la convicción intelectual ni de la reacción emocional. Se hace presente cuando la integridad de la vida se convierte en un hecho que se vive verdaderamente.

La pandemia de 2020 explotó al mismo tiempo que muchos países estaban siendo liderados, por personas con la visión puesta en los espejos retrovisores, por líderes que estaban manipulando y aprovechándose de aquellos que temen la fusión de la humanidad, que tienen miedo de compartir y tener responsabilidad sobre los bienes comunes. Su lema siendo que volvamos a la «grandeza» del pasado, otra vez. En resistencia a la inevitable civilización planetaria desde las trincheras del tribalismo y el nacionalismo. Aprovechándose también de las masas de personas que han sido desplazadas por la desigualdad global que surge de la globalización de la producción y el consumo, y el uso del poder y la concentración de la riqueza, en lugar de modelos de desarrollo distributivo sostenibles.

Las estructuras internacionales que surgieron durante el siglo pasado ya no funcionan. Sirvieron su propósito cuando el mundo estaba descubriendo que la paz global requería un diálogo global y para establecer conexiones formales. Promovieron la cooperación internacional entre las tribus; sin embargo, mantuvieron vivos los principios de la competencia y formaron bloques de interés para abordar el comercio, la paz y los bienes comunes mundiales.

Sin embargo, estos bienes comunes nunca incluyeron los bienes comunes del corazón de la humanidad, nuestra naturaleza humana, y aunque los derechos humanos fueron proclamados y hasta cierto punto protegidos, las estructuras que promovían la desigualdad, prosperaron de una manera darwiniana, y aquellos que antes eran los pocos poderosos de las tribus, se convirtieron en los pocos poderosos del planeta, y aunque hubo algunos avances en relación con las estadísticas, un número mayor de personas quedó fuera, mientras que un número menor prosperó más allá de cualquier límite lógico.

Tal vez, la consciencia del campo unificado que conecta todo, es la quintaesencia de la felicidad y la paz, es estar medio despierto del sueño, sin duda es el fin de la pesadilla. Si uno mira hacia atrás en su propia vida o en la historia de nuestra especie, vemos que son los momentos de sensibilidad creciente, de manifestación de la consciencia del amor, de la compasión, de la unidad, los momentos crecientes de nuestra humanidad.

En nuestras vidas, vemos instantes de amor, como velas en la oscuridad, y la ausencia de amor como los momentos más oscuros.

De vez en cuando, nos damos cuenta momentáneamente de que los «otros» son como nosotros, que son nosotros, y reconocemos la continuidad del ser. Y en esos breves momentos, en esos instantes, que llamamos amor, ese estado percibido más allá del pensamiento, el lenguaje y la emoción, ese abrazo de almas, es cuando despertamos y nos damos cuenta de que «todos somos una familia humana».

Meher Baba dijo una vez: «La humanidad alcanzará un nuevo modo de ser a través de la libre interacción del amor». Esperemos que podamos soñarnos a nosotros mismos ahí.