Ni un solo hombre en un millón […] puede superar la creencia
de que la mujer fue creada para el Hombre.

(Margaret Fuller, activista estadounidense)

El imaginario occidental ha constelado claramente la inferioridad natural de la mujer frente al hombre. Cualquier contravención, como la imagen de las amazonas, por ejemplo, debía ser erradicada o descalificada por transgredir el orden humano y divino. Según el Talmud, Eva fue creada a imagen y semejanza del varón, igual a él; pero, por inducir la irrupción del pecado en el mundo, el castigo divino la condenó a someterse. Otra imagen relevante es la de Lilith, antítesis del deber ser femenino, evoca contravención al sometimiento, rebeldía, lascivia y autonomía. El castigo divino le negó la maternidad, copulando con demonio que encontrase, impidiéndole en la reclusión autoinfligida, la felicidad doméstica, propia de la mujer. Además, Lilith fue asociada con el mal: habitante del mundo interior, pareja de Asmodeus o Satanás y madre de demonios y súcubos.

El nombre Lilith proviene del hebreo lil que significa «noche», «oscuridad» y «lechuza nocturna». Interpretaciones del sumerio, indican lili: «aire», «viento» y «espíritu». Además, la Antigüedad la vinculó con Inania, diosa sumeria de la guerra y el placer sexual.

Lilith, mujer seductora, desnuda, de abundante cabello rojo y rizado, tuvo deslumbrante belleza, especialmente, sentada en la Luna cóncava. Evoca la humanidad previa, arcana, oculta y críptica de mujeres auténticas, de deseo fragoso por pertenecerse a sí mismas, gozando de la vida y la sexualidad. Convertida en un ser maléfico, es un monstruo espectral, enemiga del matrimonio, los nacimientos y los hijos, yaciendo con demonios y apariciones fantasmagóricas. Su sexualidad desbordante tienta a los hombres; como reina de los súcubos, se traviste de mujer para copular, siendo habitante de las sombras, apasionada, trasgresora, maligna, peligrosa y tentadora, instigando al deseo proscrito.

La Biblia incluye dos relatos sobre la mujer. Primero, en el Génesis (1:26-8) Moisés indica que Dios creó al hombre de la tierra, «varón y hembra», para que poblaran la Tierra, la dominaran y sometieran a las criaturas vivientes.1

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran […] Macho y hembra los creó […] Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla.

También en el Génesis (2: 7, 20-5) está el segundo relato. Señala que Dios sopló vida sobre el polvo de modo que el hombre adquirió un alma viviente. Después de que Adán ordenara el mundo nombrando las cosas; Yavé lo durmió y tomando una costilla, formó a la mujer que le fue entregada: siendo del mismo hueso y carne se juntarían en la misma carne.

Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida […] El hombre puso nombre a todos los animales […] Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre […] De la costilla que Yavé había sacado del hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre […] será llamada varona (Ishah) […] Los dos estaban desnudos […] pero no sentían vergüenza.

Lilith sería la primera mujer de Adán creada de la tierra para reinar en el mundo. Pero, la «primera Eva» se convirtió en demonio nocturno asesinando a los recién nacidos. Se rehusó copular con Adán encima de ella, exigiendo igualdad y pronunció el nombre inefable de Dios, por lo que desapareció del Edén. Tres ángeles la encontraron en el Mar Rojo, pero no regresó, pidiendo Adán que Dios la reemplace. Lilith se quedó en cuevas cercanas al mar copulando con Asmodeus, príncipe de demonios, y con otros, desovando miles de ellos. Los ángeles mataban cien hijos diariamente, ella se vengó asesinando a los neonatos humanos y, con el semen humano de poluciones nocturnas, engendró nuevos demonios.

El mito judío de los guetos del Este europeo concilia la segunda narrativa del nacimiento de Eva de la costilla de Adán, con Lilith libre, fresca y espontánea, con voluntad y vida libidinosa y aterradora. La tradición del Talmud y la demonología cabalística muestran a Lilith como un demonio hembra cubierto de pelos, encantador, de opulenta figura y madre de los lilim, gigantes monstruosos. Sería uno de los siete demonios, animal desconocido, semihumano y pareja de Samael o Satanás: el «opuesto», el «contrincante».

La versión griega de Lilith la presenta como demonio de mediodía (diurno), ninfa rebosante de fascinación sexual, ardiente y salvaje, cuyo cuerpo etéreo, fuente de deseo destructivo, engañoso, fulgurante, inocente e indomable deambularía por los campos. La visión medieval refiere un dragón acaudalado del mundo inferior con rostro de mujer, devoradora de niños y causa de pesadillas, terror nocturno y espanto.

Lilith se opone al imaginario patriarcal de inequidad que condena a la mujer a yacer debajo del hombre, literal y simbólicamente. El orgullo y altivez ocasionaron la execración de Dios, mostrando la sexualidad como arma para controlar al varón.

En La vida sexual de los salvajes, Bronislaw Malinowski enfatiza el matriarcado de los nativos de las islas Trobiand; donde los niños tendrían igual sustancia a la de madre. Según Wilhelm Reich, los trobiandeses gozarían de libertad sexual, sin represión ni relaciones de autoridad; aceptarían conscientemente la prohibición del incesto, evitando el complejo de Edipo, la culpa, la angustia sexual y las psicosis funcionales y neuróticas. El tránsito de la familia matriarcal a la patriarcal se consumaría económicamente por el tributo al padre, subsistente en la familia capitalista y falocrática de la civilización del siglo XX que instituyó la autoridad del jefe con acceso carnal a varias mujeres y los privilegios de los hijos varones como el pre-matrimonio. Fijó estructuras mentales conservadoras oprimiendo sexualmente a las mujeres motivando desconocer los derechos de las viudas.

André Nicolás dice que el concepto de estasis libidinal de Reich referiría la energía residual después del orgasmo, energía no descargada que ocasionaría trastornos neuróticos.2 Sobre el individuo gravitarían la insatisfacción y represión sexual, domesticándose su conciencia con autoritarismo para la sumisión; provocando perturbaciones neuróticas y perversiones; hipocresía sexual, complejo de Edipo (atracción al progenitor del sexo opuesto), complejo de castración (prohibiciones y miedo al padre); adulterio y prostitución; y culpa por la masturbación, el sadomasoquismo, la homosexualidad, la esquizofrenia y la paranoia.3

La insatisfacción de los impulsos sexuales ocasionaría sadismo y masoquismo. Reich critica la educación de los púberes, transmitiéndoles la autoridad para reproducirla, ocasionándoles inadaptación, inhibición, rechazo al placer y neurosis antisocial. El siglo XX cultivaría la culpa por el onanismo, practicado con displacer y pecado. El defectuoso desarrollo sexual, las frustraciones afectivas, una madre severa y las prohibiciones patriarcales generarían homosexualidad, mientras que Reich rechazó la teoría freudiana de la sublimación de la energía sexual para la cultura como actividades no genitales. La sociedad fijaría el orden sexual represivo remodelando una estructura individual neurótica4 y una moral prohibitiva de la satisfacción, sin amor a la mujer igual, digna de respeto y como sujeto de derechos.

Para Antoine Artous, que la familia moderna instituya lo económico, habría que completar con la transmisión ideológica de cumplimiento de roles. La familia burguesa sería medio de socialización del individuo para fortalecer las relaciones y el cumplimiento de roles, con intervención sistemática del Estado.5 La inferioridad laboral femenina se expresaría incluso con la discriminación de los líderes sindicales. La familia actual reproduciría la mujer-madre y la mujer-niña, siempre inferiores al varón en las esferas pública y doméstica. Para Sheila Rowbotham, la abundancia del capitalismo habría privado a las mujeres del placer creativo de realizar labores domésticas. El marido y los hijos consumirían los bienes preelaborados, restringiendo a la madresposa a ser psicóloga, consoladora y medio de satisfacción sexual.6

La mujer; laboral, política, esencial y personalmente; debería someterse al varón, también en familia. El imaginario patriarcal le exime de dignidad pública equitativa. Ética, socioeconómica, antropológica, familiar y culturalmente; el varón sería su horizonte y, aunque aparezca yuxtapuesta a él, nunca son iguales. En la esfera doméstica, ocasionalmente, la mujer ejercería poder, dominando a otras mujeres e incluso a varones subordinados social, racial, cultural o económicamente. Se conduciría como si fuese más que los otros; pero, públicamente, nunca se igualaría a su hombre.

Si alguna mujer aspirase a la igualdad, se vaporizaría como Lilith. La subjetividad patriarcal castiga el atrevimiento con la privación de la maternidad, condenando la rebeldía. La equidad solo existe como fantasmagoría, con la posición femenina subordinada al varón, también en el coito. La esfera privada ofrece alguna compensación con la obligación de que la mujer sea madresposa, es decir, sirva a su marido y a la reproducción de la especie. El poder masculino obliga a la mujer a cumplir su naturaleza, reproduciendo la familia patriarcal en la historia. El imaginario occidental, secularmente forjado, condena como vergonzosa la familia sin hijos, la maternidad sin padre y la ausencia de control masculino del placer doméstico.

Existen versiones que sostienen la unión de Lilith con Adán, cosida por la espalda formando una entidad andrógina7, opuesta a la imagen androcéntrica y patriarcal. Inducen a la filosofía de la semejanza con equidad y al Adán primordial andrógino similar a la androginia divina.

Para la literatura rabínica, según Theodor Reik, Lilith representaría el alter ego de Adán. El primer hombre sería andrógino, análogo a los seres bisexuales del imaginario mítico de varios pueblos primitivos como el escandinavo, australiano y persa8. Según Margaret Mead, los tchambuli9 aceptarían la androginia generándose predisposición a valorar la equidad, la creación complementaria y simultánea del hombre y la mujer en una unidad esencial, primordial y equitativa, aceptándose el lesbianismo, el homosexualismo y los gestos afeminados y de las marimacho.

En Grecia, en El banquete de Platón10, Aristófanes refiere seres de cuatro brazos y cuatro piernas partidos por Zeus por su insolencia y definidos por Apolo como varón y mujer. El amor heterosexual consumaría encontrar la otra mitad del alma de cada uno y; el homosexual, valoraría lo común de mitades similares.

Valorar componentes masculinos en las mujeres y femeninos en los varones facilitaría la ambigüedad de roles con ecuanimidad y equidad. El rito de la «covada», entre pueblos del Caribe, África del Sur, India, Córcega, Cerdeña, Galicia y Vizcaya; mostraría tal imaginario hasta el siglo XIX incluso. Según Bernard This11, el recién nacido es entregado al padre, encamándose juntos para recibir la enhorabuena, consumándose una relación carnal de cuidado y responsabilidad física y psíquica del padre.

Según el imaginario patriarcal, la virilidad excluye la ternura, repudia el amor y contacto físico, obligando al padre a abstenerse de sensaciones, sentimientos e impulsos. La naturaleza sancionada por Dios, hizo fuerte al varón12, contra el politeísmo, la androginia y las divinidades ociosas; para gloria del monoteísmo, el creacionismo y la paternidad divina, con la confesión beneficiando a la Iglesia a partir del control de la vida privada.

Notas

1 La Biblia latinoamericana. Sociedad Bíblica Católica Internacional. Trad. del hebreo y griego. San Pablo & Verbo Divino. 91ª ed. Navarra, 2003. Theodor Reik: La création de la femme: Essai sur le mythe d’Eve. Trad. Evelyne Sznycer & Martine van Berchem. Complexe. Bruxelles, 1975.
2 André Nicolás, Reich. Trad. Gloria Garrido. EDAF. Madrid, 1976, pp. 32-4, 117 ss.
3 Ídem, pp. 127 ss, referencias de Reich: La revolución sexual, La función del orgasmo y La irrupción de la moral sexual.
4 Ídem, pp. 137 ss.
5 Los orígenes de la opresión de la mujer, Trad. Helga Pawlowsky. Fontamara, México, 1996, pp. 83 ss.
6 Mundo de hombre, conciencia de mujer, Trad. Ana Magraner. Debate, Madrid, 1978.
7 Theodor Reik, Op. Cit., p. 17; cita a Louis Ginsberg, Legends of the Jews, Philadelphie, 1909, Vol. V.
8 Ídem, p. 21.
9 Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas, Trad. Inés Malinow. Paidós Studio, Barcelona, 1982, pp. 208 ss.
10 Trad. Juan David García Bacca. Edime, Madrid, pp. 32 ss.
11 Le père: Acte de naissance, Seuil, Paris, 1980.
12 «Reinventar la paternidad: Leonor y yo...», Gérard Imbert, El viejo topo Nº 64, Madrid, 1982, pp. 31 ss.